Por Halftown
La semana pasada, el FC Barcelona tuvo a bien invitarnos -previo pago de 19 euros- a la llamada Camp Nou Experience. Detrás de tan pomposo nombre se esconde un billete que permite visitar el museo del Barça y el Camp Nou. Y qué quieren que les diga, pero este humilde redactor encontró la experiencia un puntito cutre.
Cuentan en Barcelona que el Camp Nou se llama así, campo nuevo, porque las autoridades franquistas se negaron a que le llamasen Joan Gamper. El fundador del Barça, por cierto, era en realidad Hans Kamper, un suizo que no puso un pie en Cataluña hasta los veinte años de edad.
Total, que el taxi se detiene a la puerta del estadio de fútbol, y a unos cien metros están las taquillas para entrar al que es, por número de visitantes, el tercer museo de España. Un grupo de estudiantes adolescentes franceses comía perritos calientes en un chiringuito azulgrana. Una familia asiática –no me la juego a precisar el país- salía con bolsas de la FCBotiga Megastore, la gigantesca tienda que preside el edificio anexo al Camp Nou. Después de hacer una cola rapidita y de aflojar un billetito azul, una pasarela elevada lleva hasta el estadio, donde se encuentra el museo.
El museo del Barça tiene muchos objetos históricos, pero poca historia. Es decir, mucha vitrina llena de balones, botas, camisetas y copas en orden cronológico aunque sin seguir un recorrido (como hace por ejemplo Ikea), de manera que todo parece concebido por defecto, como si nadie se hubiese parado a pensar si se puede hacer otra cosa aparte de Un Museo Más. La cosa tenía su parte interactiva, con una pantalla y una mesa táctiles que permiten ver vídeos y leer artículos sobre los distintos momentos (álgidos) de la historia del Barça. La idea era buena, pero las dos partes interactivas quedaban sepultadas entre tanta vitrina con polvo.
Dos detallitos más: uno, la vitrina dedicada en exclusiva a las seis copas de 2009, incluido un vídeo del 2-6 en el Bernabéu que pasaba en bucle. Dos, el Barça tiene el mejor eslogan que jamás tuvo un club de fútbol –“Más que un club”- y sin embargo lo lucen bastante poco a lo largo de la exposición. Hay vitrinas con cositas de cada sección, cierto, pero nada que refleje una estadística demoledora: la sección de balonmano del Barça tiene más títulos que la de fútbol.
Hugo, Tamudo y una capilla
Al salir del museo uno entra en los pasillos bajo las gradas del estadio, y por un vomitorio se accede a la grada. Es hasta cierto punto injusto juzgar un estadio fuera de día de partido, un esqueleto de cemento armado sin corazón, pero también permite poner atención a detalles en los que uno jamás repararía en la antesala de un encuentro.
Incluso vacío, el Camp Nou impresiona. A diferencia de otros estadios como San Siro o el Bernabéu, el estadio del Barcelona no está concebido a lo alto, sino como una especie de curva interminable que arropa al rectángulo verde. Llama la atención que sólo una tribuna esté cubierta, lo cual en pleno siglo XXI y en una ciudad como Barcelona, donde en otoño llueve de verdad, es algo ridículo. Cuando uno olvida lo macro y se centra en los detalles es cuando salen a relucir las miserias del estadio azulgrana: los asientos están gastados, los accesos sucios, como si nadie los hubiese renovado en décadas.
Después el tour continúa bajando por una escalera con olor ocre hasta la sala de prensa, la zona mixta y el vestuario visitante. En este último unas pantallas van mostrando jugadores legendarios que se han cambiado en él. Chapeau a la elegancia del Barça, que reserva sitio no sólo a cracks indiscutibles como Van Basten, Shevchenko o Kahn, sino también a enemigos íntimos del Barcelona como Hugo Sánchez o Tamudo.
Saliendo de allí uno recorre el camino que hacen los futbolistas antes de cada partido, y al meterse en el túnel de vestuarios que desemboca en el césped, soprende encontrar a mano derecha una pequeña capilla, signo de tiempos pasados probablemente todavía popular entre los porteros de los equipos que visitan el Camp Nou.
El tour se acaba en la tienda del club, donde uno puede adquirir casi cualquier cosa con un escudo del Barça, incluidas las espantosas segundas equipaciones color salmón que Nike parió la temporada pasada (y que visiblemente poca gente quiso comprar).
Al salir de allí, la sensación es que el Camp Nou es, paradójicamente, un estadio viejo. Si entrar en polémicas sobre Norman Foster sí, Norman Foster no, al estadio del FC Barcelona le hace falta un lavado de cara lo antes posible. Al fin y al cabo, todo escenario tiene que estar a la altura del espectáculo que en él se ofrece.
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lunes, 4 de abril de 2011
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Solo calumnias y envidias es lo que veo en este articulo, ya que solo sacas lo malo de todo, sin contar muchas de las cosas buenas que tiene, el camp nou, no necesita un lavado de cara, lo especial del camp nou es como un vinilo cuando se escucha que suena bien con un disco aunke el aparato sea antiguo, el camp nou parece viejo pero le hace tener ese encanto que no pierde con los años, otros estadios se tienen k renovar el no pk con la gente k lo llenamos cada semana le damos esa renovacion k necesita, el mejor club del mundo tiene el mejor estadio pulido en obra de arte k no necesita renovacion solo euforia al encontrase en el y admirarlo tal y como fue concevido!
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