Por snedecor
Corría el mes de abril de 1789. Después de una larga travesía a lo largo de medio mundo y de permanecer cinco meses atrapados en el lugar más parecido al paraíso en la tierra esperando a que un puñado de árboles dieran su fruto, los tripulantes del HMS Bounty levaban anclas rumbo a casa. Unos pocos días más tarde, el segundo oficial Fletcher Christian y algo más de la mitad de la tripulación se levantaban contra su estricto capitán y, tras enviar a William Bligh y a varios de sus leales a lo que creían una muerte segura a bordo de un precario bote salvavidas, decidían regresar a las acogedoras aguas (y tierras, y mujeres) de Tahití. El retorno al Edén, sin embargo, se convirtió en realidad en una cobarde huida de la Royal Navy y de los indígenas polinesios que acabó con los amotinados supervivientes en Pitcairn, un deshabitado peñasco mal cartografiado en mitad del Pacífico en el que aún hoy moran sus descendientes, tremendamente orgullosos de un pasado que, bien mirado, no resulta demasiado edificante.
Corría el mes de junio de 2012. Privada de sus mejores hombres, bajo el sofocante calor reinante en el estadio (por llamarlo de alguna manera) Lawson Tama de Honiara, un modesto campo situado en una caldera natural de verdes laderas en la tristemente célebre isla de Guadalcanal (Islas Salomón), la selección neozelandesa de fútbol caía derrotada ante Nueva Caledonia en las semifinales del Campeonato de Oceanía, y Tahití aprovechaba el regalo para conseguir el primer título continental de su historia. Un logro sin precedentes que debía iniciar una etapa de éxitos para el equipo polinesio pero que, como el fallido retorno de Christian, ha desembocado en un triste peregrinar sin rumbo definido: a eso de las siete de la mañana del sábado, hora de aquí (allí todavía serán las ocho de la tarde del viernes), la selección nacional de Tahití saltará al césped del Stade Pater, en Papeete, para disputar un intrascendente encuentro de clasificación para el Mundial 2014 frente a Islas Salomón. Ante un rival que sólo ha convocado a 13 jugadores para ahorrar gastos, los tahitianos buscarán al menos marcar su primer gol en esta última fase eliminatoria en la que, tras cuatro derrotas en otros tantos partidos (y 11 goles en contra), ya no luchan más que por evitar una deshonrosa última posición.
Tahití concluirá su frustrante camino premundialista en Nueva Caledonia el próximo martes, y luego a su seleccionador Eddy Etaeta le tocará pensar seriamente en qué demonios hacer para que España, Uruguay y Nigeria no masacren su portería en la próxima Copa Confederaciones. En enero, cuando concedió una entrevista a la página web de la FIFA, Etaeta aún no tenía claro el planteamiento a usar en Brasil: “Les he comentado a mis jugadores que sería fantástico mantener nuestra portería imbatida durante un tiempo, aunque está claro que marcar algún gol tampoco estaría mal”, fue su sencilla e inocente respuesta. “Escapar de la Royal Navy y, si podemos, fondear en algún sitio en el que podamos escondernos”, puede que fueran las palabras de Fletcher Christian a sus acólitos cuando éstos le preguntaron por sus planes tras huir de Tahití. Christian, al menos, contaba con experimentados marineros, pero de los habituales convocados por Etaeta tan sólo su capitán, Nicolas Vallar, atisbó las mieles del fútbol profesional (se formó en el Angers y logró un ascenso a Ligue 2 con el FC Sète) antes de verse obligado a regresar a casa a los 27 para poder ganarse la vida con un trabajo de verdad.
O a Francia o a la mierda
Tan mal pinta la cosa que, de cara a su próximo (y mayúsculo) reto, Tahití deposita sus escasas esperanzas de batir las redes rivales en Marama Vahirua (primo de Pascal Vahirua, primer tahitiano en vestir de bleu), en su día joven promesa del fútbol de la metrópoli (Domenech le llevó a la sub’21 francesa) pero que hoy, a punto de cumplir 33 años, se daría con un canto en los dientes si alcanza la internacionalidad absoluta con la débil selección de la exótica isla que le vio nacer. Entre trámites burocráticos y prohibiciones de su club Marama Vahirua aún no ha debutado, pero el delantero que actualmente milita en el Panthrakikos griego ya ha confirmado que no dejará pasar la oportunidad de darse el gusto de jugar en el escaparate de la Confederaciones. Porque eso será para los jugadores de Tahití la cita brasileña, una oportunidad para mostrarse al mundo y, con algo de suerte y mucho empeño, salir de su isla con un contrato profesional de la cercana liga de Australia. No sueñan con más: cumplidos los veinte, el tahitiano que no haya sido reclamado por algún club francés ya sabe que lo de jugar en Europa está fuera de su alcance.
Algunos, como tres de los cuatro miembros de la familia Tehau que juegan habitualmente en la absoluta, ya han visto cómo otro de esos ansiados barcos al profesionalismo pasaba de largo sin poder abordarlo: en 2009 la selección juvenil tahitiana logró participar en el Mundial sub’20 de Egipto, dirigida por Lionel Charbonnier, tercer portero de la Francia campeona del mundo en 1998. En uno de esos inquietantes déjà vu que de vez en cuando nos ofrecen los bombos, los polinesios quedaron encuadrados en un grupo en el que, al igual que en la Confederaciones de este año, también estaban España, Nigeria y una selección sudamericana (en ese caso Venezuela). Aquella expedición tahitiana a Egipto, como la del Bounty, fue un desastre: tres derrotas, 0 goles a favor y 21 tantos encajados. Nadie consiguió un billete al profesionalismo y Charbonnier fue pasado por la quilla por el entonces presidente de la federación Reynald Temarii, que un año más tarde sería suspendido por la FIFA en el escándalo previo a la elección de las sedes de los mundiales de 2018 y 2022.
Hoy muchos de esos chavales que visitaron las pirámides ya forman parte de la selección absoluta, pero aquella experiencia sólo les sirvió para ser aún más conscientes de la abismal distancia que les separaba de las grandes potencias futbolísticas mundiales. Distancia que, pese al campeonato de Oceanía conquistado el año pasado, parece que no han logrado recortar demasiado. Ante este panorama, la Federación Tahitiana, que ultima los preparativos para el Mundial de fútbol playa que organizará en septiembre, ha hecho un esfuerzo económico extra (nada desdeñable, a tenor del elevado coste de la vida en los territorios franceses de ultramar) para que sus jugadores se dediquen en exclusiva al fútbol durante los próximos meses: del 1 de abril al 27 de mayo los preseleccionados se entrenarán diariamente en doble sesión antes de partir rumbo a Chile y Brasil para completar su puesta a punto. Pese a la conocida (y entendible) morriña que suelen acusar los polinesios fuera de su fenua, es de esperar que nadie se amotine durante el viaje, ni siquiera aunque en estos meses de entrenamientos intensivos Etaeta se nos revele más duro que el capitán Bligh. Al fin y al cabo, para esta tripulación que ya vive en el paraíso el verdadero jardín del Edén se llama Maracaná.
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viernes, 22 de marzo de 2013
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