jueves, 25 de marzo de 2010

Adictos a la “mendilina”

Por Sopenilla
De la misma manera que en la hora del triunfo todo el mundo es corresponsable del éxito, cuando vienen mal dadas siempre hay una única víctima propiciatoria convenientemente escogida para el holocausto público. Es el sino de cualquier técnico, entre cuyos méritos ha de figurar el que su cabeza sea capaz de soportar el peso psicológico de ser segada en el momento menos pensado. Lo extraño suele ser que el desalojo del banquillo lleve aparejado, casi de ipso facto, la imposición de la insignia de oro por parte del club que lo arrendó a su cargo. Podría parecer una ironía perversa si no fuera porque, en el caso del Real Valladolid, la figura de José Luis Mendilíbar es algo más que una cuestión de Estado.


Mendilíbar (Zaldíbar, 1961) representa mejor que nadie la encarnación del carácter vasco en el pellejo de un entrenador. Cabezota, pero honesto, desde el momento en que la titulación oficial le permitió dirigir un equipo, él mismo se autoimpuso el trabajo y la constancia como receta para alcanzar el éxito. Sin duda, la conciencia de haber sido un jugador discreto, con tendencia a esa mediocridad a la que condenan la pereza y la falta de ambición, le empujaron a tomar esa determinación. Una actitud mediatizada por cierto complejo de culpabilidad al sentir que podía haber llegado a algo más que a simular penaltis vistiendo la camiseta del Sestao.

Escarmentado, pues, en carne propia hasta tal punto que, al margen de sus orígenes, de Mendilíbar se puede decir igualmente que es un entrenador hecho a sí mismo. En el fondo, el éxito que por propia iniciativa se encargó de no saborear fue el bagaje existencial sobre el que cimentó su trayectoria fuera de los terrenos de juego. Un viaje que, casi en forma de redención personal, asumió iniciarlo desde el escalafón más bajo, incrustado como uno más entre los jornaleros del fútbol. Desde que se iniciara con los cachorritos del Athletic hasta que todos miraran a Lanzarote como algo más que un simple destino turístico, el paso de cada temporada no hizo sino confirmarle en sus propias convicciones. Una doctrina que forjó a uno de los pilares más fiables de la “Roja” de cara a la próxima cita mundialista: David Silva.

Héroe y villano

Con estos antecedentes, estaba claro que la mendilina no iba para fármaco de uso universal. Por paradójico que resulte, su aplicación en Bilbao confirmó la teoría de que, en ocasiones, es peor el remedio que la enfermedad. No obstante, por mal que no pese, eso al menos sirvió para que, a su llegada a Valladolid en el verano de 2006, todo el mundo supiese qué había dentro del frasco. Y lo que había es que no era posible ver el recipiente, al mismo tiempo, medio lleno y medio vacío. El Pucela se debatía en esos momentos en la delgada línea que separa la vida de la muerte. De ahí que la ciudad entera se rindiera a sus pies en el momento en que Carlos del Cerro Grande, del colegio madrileño, señaló el final del partido que valió el ascenso en Tenerife. Un retorno a lo grande, saldado a la postre con récord de puntuación incluido (82).

Pese a todo, y fruto de su inconfundible método de trabajo, la profesión de fe implícita que exigía su aceptación continuó manteniendo inalterable el discurso con el que aterrizó sobre el José Zorrilla. Un acto de fidelización que podía resquebrajarse en un vestuario con caras nuevas; en una afición consciente de las diferencias entre 1ª y 2ª; o en una prensa habituada a ejercer de entrenador. Dos temporadas salvando la categoría sobre la bocina, la segunda con una victoria en las últimas doce jornadas, empezaron a activar las alarmas sobre la falta de credibilidad de su mensaje. De tal modo que, al inicio del siguiente curso futbolístico, la misma “vieja guardia” que le empujó al estrellato lo dejó en la estacada. La misma afición que volvió al campo gracias a él, lo abandonó cuestionando su labor al frente de una plantilla rejuvenecida y competitiva. La misma prensa, en definitiva, acostumbrada a disfrutar con sus ruedas de prensa, comenzó a retorcer sus declaraciones.

Al final, volviendo al principio, ya se sabe que la cuerda siempre se rompe por el lado del más débil. Afortunadamente, en este caso, las heridas –si acaso no lo estuvieran ya- han cicatrizado a día de hoy. Aunque las posibilidades de que José Luis Mendilíbar vuelva a dirigir a corto plazo la nave blanquivioleta son remotas, eso no impide que él y Carlos Suárez, el presidente que lo cesó, nombres propios ambos en la historia reciente del Real Valladolid, compartieran impresiones alrededor de una buena mesa cuando el pasado 7 de marzo la embarcación pucelana atracó en Bilbao.

jueves, 18 de marzo de 2010

Un juego de villanos y caballeros

Por Sebastián Dulbeca
Minuto taitantos de un Cazalilla-Útica de juveniles en la Regional jiennense. Quien esto escribe se dirige al córner para lo obvio cuando el árbitro detiene el juego a instancias de un sector del público. El motivo: se rifan unos conejos y el hombre de negro es solicitado a viva voz como mano inocente. Sorprendido y, suponemos, halagado -no abundan requerimientos tan gentiles en los campos de albero-, saca la bolita, canta el número ildefonsinamente, felicita al agraciado y, luego, ya sí, autoriza el lanzamiento.

Lástima que el balompié no siempre sea así de genuino, que tenga a menudo más sombras que sol, Azcona featuring Galeano. El reciente affaire Terry-Bridge a propósito de la ex mujer de éste y también ex amante de aquél ha trasladado al césped sentimientos que en otra época, o en otra sociedad, hubieran evolucionado del verde al rojo. De paso han dejado para el zapping del año una de esas imágenes que podría locutar incluso Harpo: la mano al aire del capitán del Chelsea, desmembrada por culpa de su propia indignidad.

Pero en la colección sexo, mentiras y partidos de fútbol hay otros grandes momentos reconocibles por cualquier buen aficionado. Abierto a sugerencias, y con la particularidad de que se trata de lances sin balón, ahí va el siguiente repaso:



La rivalidad Alemania-Holanda, Holanda-Alemania, en los 90, medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, fue encarnizada. Excepción hecha de los chispeantes -por eléctricos- duelos Köller-Van Basten (acabarían por costarle la jubilación anticipada al oranje), el enfrentamiento no se visualizó de forma tan patente como en este episodio protagonizado (involuntariamente) por Völler y (de forma líquida y activa) por un Rijkaard que entonces, en 1990, no aparentó estar, ni mucho menos, under the influence of Jamaica.

Pd. Poulsen-Totti y Roberto Carlos-Chilavert aparecieron involucrados en sucesivos remakes salivares.



De portero a portero. El Cóndor Rojas condenó a la selección chilena al descrédito internacional y a la vergüenza deportiva (fue automáticamente excluida de las eliminatorias para EEUU'94) tras simular una agresión en un partido clave disputado en 1989 en Maracaná. Allí, en su área, cayó una bengala, pero él, previo revolcón, apareció con un corte que luego se demostró autoinferido con el bisturí que escondía en un guante. El Oscar al Mejor Actor -o el Razzie al Peor Deportista- se tradujo en una sanción a perpetuidad.

Pd. Discípulo aventajado del autor del otro maracanazo fue el también guardameta Dida. ¿Vería de menino a Rojas en la tele brasileña?



Menos escandalosa pero igualmente sorprendente fue la jugada entre Míchel y Valderrama en una tarde de la temporada 90-91 en el Bernabéu. Por entonces el actual técnico del Getafe aún no predicaba lo del toco y me voy.

Pd. Las celebraciones de los goles dan para un ranking aparte. Este catálogo de singularidades, dado el asunto en cuestión, se limitará a dejar constancia del mordisquito X del sevillista Gallardo a su compañero Reyes.


La penúltima situación anómala en un estadio ha corrido a cargo de los jugadores del Anderlecht. A varios de ellos no se les ocurrió otra cosa la previa de su choque en la Europa League frente al Athletic que mear en las gradas de San Mamés. Luego pasó lo que pasó.

Pd. Casos recientes de incontinencia han sido también los de los cancerberos Lehmann y Gothard.
Para que luego digan que gato con guantes...

jueves, 11 de marzo de 2010

Mendieta en el retrovisor

Conocí a Gaizka Mendieta en la barra de un hotel. Él tenía 17 años y acababa de llegar a la primera plantilla del Castellón, como ahora, en Segunda. Mientras sus compañeros jugaban a las cartas, el introvertido Mendieta se evadía de la presión sentado frente a una colección de botellas de whisky.
Su melena rubia aparecía en mi ejemplar del Extra Liga que editaba entonces Don Balón, así que le acerqué la
revista y un boli para que me la firmase. Me miró sin comprender: probablemente jamás le habían pedido un autógrafo. Al final, acertó a garabatear algo sobre su pelo rubio, yo le di las gracias y jamás nos volvimos a ver.

Dentro de un par de meses, se cumplirán diez años de la primera final de Copa de Europa entre equipos españoles, el Valencia-Real Madrid que se jugó en París. Cómo ha
cambiado la vida: entonces el Valencia jugaba la Champions y el Madrid pasaba de octavos. Aquel Valencia venía de arrasar al Atlético de Madrid en la final de la Copa del 99, con un golazo espectacular de su entonces capitán, el mismo Mendieta. El equipo, salvo el cambio de Cúper por Ranieri, era casi idéntico, y en él la rompían Gerard López, el Kily González, Farinós o el Claudio López, el Piojo.

Después de aquel partido, la joven estrella del equipo,
Gerard, volvió al Barça a cambio de 3.400 millones de pesetas. El Piojo, rapidísimo goleador argentino, se fue a la Lazio. Y Farinós, el guardaespaldas de las estrellas, se fue al Inter, donde un año después aterrizaría Héctor Cúper.
El Valencia, con la traición de Mijatovic todavía fresca en la memoria, rechazó una oferta
del Real Madrid por Mendieta, sólo para vendérselo un año más tarde a… la Lazio. Y es que Cragnotti, quien soñaba con rehacer en la Lazio la sociedad Piojo-Mendieta- aflojó 8.000 millones de pesetas por el centrocampista. Todavía hoy es el jugador español más caro de todos los tiempos.

Cuesta abajo sin frenos

El mismo intermediario que llevó a Mendieta a Roma, Ernesto Bronzetti, acusó en 2006 a aquel Valencia de haberse dopado. La única certeza es que ninguno de los jugadores que hicieron grande a aquel Valencia pre-Benítez volvieron a ser los mismos: Gerard
fracasó en su vuelta a Can Barça, nadie se acuerda de él en Mónaco y Huelva, y ahora juega un partido de cada cinco con el Girona de Segunda.
Farinós se estrelló en el Inter –ídem el Kily-, y ni siquiera sus cesiones a Mallorca y Villarreal consiguieron devolverle el prestigio. Ahora apura su redención en el Hércules, camino de Primera por última vez a los 31 años.

Al Piojo le fue relativamente bien en el Calcio, aunque las lesiones le acabaron obligando a dejar Europa.
Cúper, por su parte, capeó durante dos años a Moratti, y tras descender a Betis y Parma y ser seleccionador de Georgia, ahora entrena al Ronaldinho más joven de la Historia, Freddie Adu, en el Aris de Salónica griego.


¿Y Mendieta? Aguantó sólo una temporada de laziale, ignorado por Dino Zoff y ninguneado por Zaccheroni. Tan desesperado estaba, que aceptó una cesión a la secuela de Van Gaal en el Barça, en donde logró reencontrarse con Gerard, pero segundas partes nunca fueron buenas. El rubio centrocampista acabó sus días de futbolista alopécico y en el Middlesbrough, un club con la extraña manía de coleccionar las rémoras de los equipos grandes: Karembeu, Pallister, Branco, Parlour, Gascoigne, Woodgate, Reiziger…


El auge y caída de Gaizka Mendieta sólo puede compararse con la de otro talento vasco como Julen Guerrero. Muchas veces se dijo que el problema de Julen fue quedarse en San Mamés. La caída de Gaizka, en cambio, empezó precisamente el día que decidió dejar Mestalla.


Dieciocho años después de nuestro encuentro, pocos chavales se acercan a pedir una firma a Gaizka Mendieta. Desde que se jubiló, en 2008, el vasco ha seguido una vida anónima en Yarm, un pueblecito del norte de Inglaterra, no muy lejos de su última parada como futbolista, Middlesbrough. Un final bastante miserable para el futbolista español más caro de todos los tiempos.

martes, 9 de marzo de 2010

"¡Bienvenue, Pisha!"

Por Johann Einstein (Desde Tel-Aviv)
Hace cuatro años fue la estrella del equipo más popular de Israel, el Beitar de Jerusalén. Aunque su trayectoria no fue muy exitosa, muchos le llamaban el "Napoleón de Jerusalén". Ahora Luis Fernández está a un paso de volver. Por la puerta grande, como corresponde. Si hay acuerdo económico, será el nuevo y flamante seleccionador de Israel.

La prensa especula que el hispano francés es la gran apuesta del presidente de la Federación de fútbol israelí, Avi Luzon, tras los primeros y desechados platos: Ronald Koeman, Frank Rikjaard, Roberto Donadoni y Juande Ramos.

"Show me the money". Como en la célebre película Jerry Maguire, al final todo se reduce a la pasta. Fernandez aceptaría entrenar a Israel por 500.000 euros. Una cifra nada despreciable teniendo en cuenta que ser seleccionador no es precisamente un trabajo muy estresante. No sé cuántas grappas se habría bebido Donadoni cuando pidió más de dos millones de euros a la Federación israelí.

En el paquete ofrecido a Fernández se incluye una casa de lujo, coche y un traductor que entienda su francés o español. Misión complicada. Este servidor se ofrece a cambio de otra casa (no tiene que ser de lujo) y un coche (en el peor de los casos, una bicicleta).


Los comentaristas deportivos locales echan de menos el temperamento de Fernández y su visión ofensiva del fútbol. Su experiencia en Israel, donde aparentemente se adaptó bien juega a su favor.

Luzon buscaba un entrenador extranjero de prestigio que en su época de jugador fuera toda una estrella. Fernández es el hombre. Y un pequeño detalle que evidentemente no perjudica en Israel: su mujer es judía.

Así pues, será la cara del fútbol israelí. Los apasionados aficionados de Israel no se atreven a soñar con una clasificación al Mundial o Eurocopa pero al menos se lo pasarán bien con el de Tarifa.

¡Bienvenue, pisha!

jueves, 4 de marzo de 2010

Olés, existencialismo y porros en el Stade

Por Halftown
Por mucho que lo pinten, no es el Stade de France un estadio especial. Para empezar, porque sólo tiene doce años de historia, y para seguir porque la Historia sólo recuerda un partido allí disputado. Su mitología se resume en una gran victoria francesa, y una mano infame que valió una clasificación mundialista.

Aún así, hay que reconocer que la afición francesa, fría por naturaleza, respondió llenando prácticamente el estadio anoche. Agotados el ciclo de bonanza de su fútbol, la arrogancia natural del francés se transmuta en ironía cuando se habla del équipe de France actual.
Se respiraba apatía incluso antes de empezar el partido: los franceses salieron a calentar diez minutos después que la Selección. Cuando por fin aparecieron fue para hacer todo tipo de ejercicios físicos a palo seco, mientras los de Del Bosque afinaban su tiki-taka haciendo correr el Jabulani.

A pie de campo, paneles digitales alternaban publicidad de jamones España, de Teka y de la candidatura de España y Portugal para el Mundial 2018-2022, estos últimos realizados en esa tipografía tan creativamente bochornosa que es la Comic Sans. En los videomarcadores, un dibujo animado montaba un karaoke en el que pedía a la afición repetir mecánicamente el allez les bleus.

Cuando llegó el momento de anunciar los onces, descubrimos que Del Bosque reservaba a Xavi y a... Fernando José Torres. Juro que así lo anunciaron el speaker y el videomarcador.


Hablando del speaker, cuando se trata de fútbol de selecciones en Francia, no hay ni una ocasión en la que no se recuerde el Mundial del 98. Anoche no podía ser una excepción, y el hombre del micro aludió a la inauguración del Stade de France contra España, 1-0 gol de Zidane. Parecía que habían pasado mil años desde entonces: la Francia multicultural se ha convertido en una macedonia que juega al ralentí, y el 10 de la selección es suplente y se llama Govou. Anoche en St Denis, la ilusión era tan poca y la apatía era tan contagiosa, que ni siquiera La Marsellesa sonó con su fuerza habitual.

El final de la generación del 98

Mientras los de azul -ayer visitantes- movían la pelota y los bleus –ayer de blanco- la perseguían, los españoles en el campo se arrancaron con un crescendo de olés. Los aficionados franceses ignoraban al muñeco que les pedía aliento para los suyos. Un francés se levantó y reclamó orgullo a los suyos. Otro se encendió un porro. Alguno se sumaba a los olés españoles.

En la segunda parte España levantó el pie, y el Stade de France organizó un plebiscito sobre el responsable de la catástrofe, el hombre que ha logrado lo que ni siquiera George W. Bush consiguió: caer mal a todo un país. Domenech démission clamaba el estadio. El seleccionador galo, en otra exhibición de la inteligencia emocional que le caracteriza, quitó al último superviviente del 98, Henry, ante el abucheo general. A falta de 15 minutos tiró de populismo dando entrada a Cissé: recibió una ovación llena de sorna. La guinda del pastel fue dejar calentando a dos jugadores franceses hasta el pitido final.

Del Bosque, en cambio, sacó su mano izquierda a relucir: empezó el partido con cuatro jugadores del Madrid y cuatro del Barça, y acabó con tres y tres sobre el césped.

Sartre decía que el ser humano está condenado a ser libre. El equipo francés está condenado a hacer el ridículo en un Mundial en el que no merecían estar. Alea jacta est, Raymond Domenech.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Desailly, el autobús soñado y John Terry

Por Rocheteau
Conocí a Marcel Desailly hace unos años, un día en que le vi empujando una rueda gigantesca. Una rueda empaquetada. Tamaño tractor de la Pampa. [ya sé que parece un arranque preparado y sé que para muchos resultará increíble, pero así es].

Tras las presentaciones de rigor, había dos opciones: hacer como que es muy normal que un ex jugador millonario empuje una rueda de Boeing 737 junto a un plató de tv, o preguntarle por ello. Hice esto último. Y me dijo, campechano y como dándolo por evidente: “Es para mi coche. Es que en Ghana no encuentro ruedas de repuesto”. Imagino que se desplaza por Akkra en un Hummer subido encima de otro.

Nos volvimos a ver este fin de semana. Y salió el caso John Terry. Desailly fue quien le pasó el cetro de mando en la defensa central del Chelsea, tras cinco temporadas compartiendo vestuario. Marcel era un campeón del mundo que ayudaba a dar forma a los primeros pasos de un Chelsea musculoso y ganador, y apareció por allí un tipo blanducho, con pelo de quinceañero cabroncete, fuerte y del que todos hablaban maravillas.

Todavía lo recuerda, en declaraciones a FNF: “Joder, él apenas sufrió novatadas. Era extraño pero todos lo percibíamos: desde que pisó el vestuario era ya uno de los nuestros. Pero no uno cualquiera. Cuando hablaba, daba órdenes. Y encima, conseguía reunir a los demás a su alrededor. John nació capitán”.

"Eso no se olvida"

El domingo, Marcel se preparaba a clavar otra estaca en el agujereado orgullo de Ferry, desde la televisión francesa. Pero no había ira, ni rabia, ni revanchismo. Dijo lo que sentía. Lo que había notado en el resto de caras durante sus frecuentes paseos por Stamford Bridge en las últimas semanas: “John ha perdido la credibilidad. Los demás ya no le escuchan. No le creen. Ni Joe Cole, ni Franck Lampard, ni Ashley Cole…”.

Según Desailly, el problema no es a quien se folle. Ashley Cole ha sido sancionado por subirse tías a las concentraciones “y a todo el equipo le importa un carajo. Pero John rompió algo sagrado: se acostó con la mujer de uno de sus chicos, que encima era su mejor amigo ahí dentro. Era su colega y su capitán. Y eso no se olvida”.

La cosa pinta oscura para los blues, según este tipo simpático, ahora comentarista en Francia en Canal+, y del que todavía se habla como una “leyenda” en el campo del Chelsea: “John está catastrófico en los últimos partidos. Está jodido. Y puede arrastrar consigo toda la temporada del Chelsea. Si Terry no funciona, el Chelsea tampoco”. Contra el Inter no estuvo bien. Contra el Manchester City estuvo horrible. El ManU se acerca y en la Champions podrían caer ante su antiguo entrenador, the special one, otra leyenda del Chelsea.

Según Desailly, los mejores capitanes siempre juegan en la mitad trasera del campo. “Ellos son los que tienen más regularidad. Un delantero tiene que pensar muchas veces en sí mismo, igual que un driblador o un mediapunta. Dependen de la inspiración y pasan malas rachas. Un defensa, como John, está ahí siempre, ve todo el campo, y además encarna al tipo duro que se parte la cara por todos los demás”.

--¿Terry es el mejor capitán que has tenido?
--No. Ése fue Deschamps. El mejor de todos.

Otro día, junto a Desailly, vimos pasar un autobús. Se quedó mirándolo como a un ovni disparando luces. “¡Un autobúuuus!”, exclamó. No sabía muy bien qué se podía responder a alguien que lanzase semejante afirmación y tuviese más de dos años. Opciones: a) “Sí, un autobús” b) “Sí, dile ¡hola!” c) silencio.

Esta vez, al revés que cuando la rueda, me callé. Y él solo siguió con la explicación: “Llevo años sin subirme a un autobús. Joder, daría lo que fuera por coger uno ahora mismo”. Quizás es lo que le ha pasado a John Terry. Que no es, en el fondo, más que un tipo de ésos que te cruzas en el autobús. De ésos capaces de acostarse con la mujer de su mejor amigo.

lunes, 1 de marzo de 2010

Aviso para navegantes submarinos

Por Halftown
Hace justo un año, el Villarreal era un equipo temido por los grandes y envidiado por los pequeños. Marchaba cuarto en liga, con sólo derrotas –las mismas que el Madrid de Juande-, y se había colado en cuartos de Champions, después de haber acabado la liguilla a sólo un punto del United.

Todo cambió la noche del 14 de abril. El "Submarino Amarillo" hacía escala en Londres para jugar el partido de vuelta de cuartos de Champions contra el Arsenal de Arsène Wenger. Aunque el empate a uno del Madrigal no le valía a los chicos entonces entrenados por Pellegrini, la artillería del fabuloso Fábregas fue demasiado para los amarillos. Al final, cual U-boat a las puertas de la conquista de Londres, el submarino se fue al fondo.

A final de temporada, la Champions se había ido con su música al Calderón, y el arquitecto Pellegrini se llevó los bártulos a Chamartín.

Llegó Valverde todavía resacoso de su recién ganada liga griega con Olympiakos, le abrieron la puerta a la mayor parte de lastres de la plantilla, conservaron a sus estrellas, y se reforzaron con uno de los defensas más prometedores de España –Marcano- y con un delantero de relumbrón como Nilmar. Parecía que la nueva temporada pintaba bien.

Agotados casi dos tercios de la liga, el "Submarino Amarillo" navega por mitad de la tabla, haciendo equilibrios en la bisectriz entre Europa y el abismo, con el doble de derrotas que el curso pasado a estas alturas. Valverde saltó por los aires después de un amago de reacción inacabado a principios de año. El elegido para reflotar la nave, Juan Carlos Garrido, parece hasta ahora incapaz de replicar sus éxitos con el filial en el primer equipo. Bajo sus órdenes, el Villarreal sólo ha ganado dos partidos de los últimos seis, y se ha llevado en la misma semana un set en el Bernabéu y una dolorosa eliminación europea a manos del Wolfsburgo.

El blues amarillo

Probablemente, el blues del equipo del Madrigal tiene mucho que ver con el pésimo estado de forma de sus dos grandes figuras, Senna y Cazorla, tan desafortunados a lo largo de la temporada que empiezan a ver desaparecer sus opciones para jugar el Mundial de Sudáfrica, especialmente el asturiano.

Los 34 años de Marcos Senna, sorprendentemente, ni siquiera le convierten en el jugador más veterano del equipo, honor que recae en Pires, uno de los últimos cuatro supervivientes en activo de la Francia campeona del mundo en el 98. Todo esto contribuye a que el Villarreal sea, con 28,5 años, la plantilla de Primera con una media de edad más alta.

El mes de marzo parece que será el punto de inflexión que marcará la temporada de los de El Madrigal: se la juegan consecutivamente contra Espanyol, Xerez, Málaga y Tenerife, tres de ellos fuera de casa. En principio, no debería resultarles complicado sacar al menos seis puntos, y plantarse en el sprint final con opciones europeas.

Pero ojo si se les da mal la cosa, porque el final de temporada se le va a hacer largo a los veteranos jugadores amarillos. Que le pregunten al Zaragoza, que hace un par de años todavía pensaba en Europa a estas alturas, y después de rascar cuatro puntos sobre quince posibles en el mes de marzo, se pasó un año compitiendo con los vecinos pobres de Castellón.

Aunque quizás esto no sea más que un aviso para navegantes, y el verdadero problema del Villarreal sea el cambio de tripulación que le toca hacer sí o sí el verano que viene.