lunes, 30 de abril de 2012

La pulga diminuta



Por snedecor
Barcelona, sala de prensa del Camp Nou, 13:32 horas del viernes 27 de abril de 2012. Sandro Rosell, presidente del F.C. Barcelona, comparece flanqueado por el director deportivo Andoni Zubizarreta y el entrenador del primer equipo de fútbol, Pep Guardiola, para anunciar que éste último ha decidido abandonar su cargo al final de la presente temporada. Es un momento trascendental para la historia del club, un adiós pactado y aceptado, en un momento de bajón pero ni mucho menos crítico, un ejemplo de transición pacífica y ordenada que queda reflejado en la solemnidad de un acto tranquilo y en el que la imagen de la institución debe quedar por encima de todo para salir aún más fortalecida.
Con su habitual dominio de la escena y la palabra y ante una audiencia rendida de antemano, Pep va explicando sus motivos para abandonar, que no son más que la manida excusa del “no eres tú, soy yo” llevada al fútbol: que si se siente vacío, que si necesita tiempo para recargarse, que si quiere hacer otras cosas y ver el fútbol desde fuera… Sólo le faltó decir que quería salir con otras personas, pero en fin, qué más da, es Guardiola. Frente a él, decenas de periodistas de medio mundo, la junta directiva en pleno y una amplia representación de la plantilla: para ser más exactos, todos los canteranos surgidos de La Masía, en perfecta representación del elemento diferenciador de la filosofía blaugrana (ya decimos que se trata de un acto institucional de primer orden). Las cámaras repasan sus rostros, serios, cariacontecidos, sabedores de que los ojos de todo el planeta están atentos a sus reacciones. Puyol fija la mirada en su entrenador, Piqué baja la cabeza, Xavi y Víctor Valdés tragan saliva...
… y entonces Messi no aguanta más y rompe a llorar. Los flashes se disparan para captar la imagen más esperada, la del astro incapaz de reprimir su emoción en el momento del adiós de quien ha contribuido decisivamente a hacerlo grande. Una pequeña pausa, una sonrisa cómplice y un cálido y paternal abrazo sellan un emotivo instante que quedará grabado para siempre en el imaginario colectivo de los barcelonistas, y que acompañará a sus protagonistas durante toda su vida.
Snif. Demasiado bonito (y almibarado) para ser cierto. La imagen más potente, la que seguramente todos los culés (y no culés) esperaban ver, jamás se produjo. Porque Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, uno de los mejores (si no el mejor) de todos los tiempos, símbolo de este Barça triunfal, no estaba allí. Desde el minuto uno su ausencia fue motivo de debate; tal fue el revuelo que sus asesores se apresuraron a lanzar un breve comunicado a través de su cuenta de Facebook: Messi da las gracias a Pep por todo lo que ha hecho pero no quiere que la prensa (cruel enemiga del futbolista desde tiempos inmemoriales) sea testigo de su emoción.
Oficialmente, Messi no quiere mostrar su pena por segunda vez en una semana después de que su imagen con la cabeza escondida en su camiseta, amargamente consciente de que si Munich se alejaba definitivamente era, en buena medida, por el penalti que estrelló en el travesaño, diera la vuelta al mundo. Gestos que humanizan a los genios y que cualquier asesor de imagen del montón sabría y aconsejaría cómo explotar. Pero Lionel dice que no y es que no, y nadie es capaz de hacerle ver que de su presencia en esa rueda de prensa sólo pueden salir beneficios para él y para su club. Extraoficialmente, Messi no fue porque no le salió de ahí.
Una estrella, ¿un adulto?
¿Quién es Messi en realidad? Sobreprotegido por su club y su entorno, siete temporadas después de su irrupción podemos decir que Messi, además del mejor futbolista del mundo, es un tipo que se salta entrenamientos cuando no juega y que por eso juega lo que quiere y cuando quiere (que se lo digan a Mendilibar), un tipo al que Ramón Besa pintaba hace cosa de un año en un extraño artículo en El País como poco más que un niño malcriado y caprichoso al que hay que aguantarle los berrinches porque Leo es así y punto, porque para eso es el mejor del mundo.
Uno repara en quienes han sido los más grandes en esto del fútbol, en los Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Maradona, y ciertamente piensa que debe de ser difícil atar en corto a este tipo de genios: todos han hecho siempre lo que les ha dado la gana. Pero eso sí, estos 4 eran y siguen siendo bien conscientes de que son y han sido los mejores, y como tal han actuado. Perfectos conocedores de la repercusión que generan sus movimientos, genios y figuras, han sido auténticos líderes allí donde han ido, metiendo la pata a menudo (unos más que otros) pero mostrando siempre una personalidad arrolladora que les convierte en protagonistas de la noticia hasta cuando van al baño. Grandes personajes a los que se ama y se odia, y al lado de los que “la Pulga” empequeñece. Y es que Messi es ese extraño espécimen al que, siendo el número uno del deporte número uno y estando en Nueva York para un partido amistoso, Adidas decide no exhibir en su megatienda de Broadway como haría (y hace) con cualquier otro en su misma situación, porque a nadie le interesa (y menos en USA) lo que diga un tipo plano y gris como Leo.
Vale que sea tímido, vale que no acabe de gustarle eso de ser siempre el protagonista. Vale que, siendo sinceros, al final lo único que importe es que siga haciendo diabluras sobre los terrenos de juego. Pero no es que Messi no sea (ni vaya a ser) un personaje arrollador y carismático como sus predecesores en el Olimpo del fútbol: es que en Messi, a sus 24 años, ni siquiera vemos a un adulto capaz de entender sus responsabilidades y las servidumbres de ser el mejor del mundo.
En lo que sí se asemeja a esos genios es en que parece que nadie de su entorno tiene el suficiente carácter como para llevarle por el camino adecuado y obligarle a hacer cosas que no quiere hacer simplemente porque tiene que hacerlas. Porque Lionel puede llorar con la cabeza hundida en su almohada por la marcha de Guardiola, puede sentirse triste, enfadado y hasta traicionado, puede enfurruñarse como un niño y dejar de respirar, pero el tres veces Balón de Oro, el mejor jugador del mundo, la estrella máxima del F.C. Barcelona surgida de su magnífica cantera y pulida por el mejor entrenador posible, Messi, debe acudir a esa rueda de prensa. Y si es para llorar, mejor todavía.

sábado, 28 de abril de 2012

La oportunidad perdida de Sandro Rosell


Por Halftown
Fue él, como presidente del club, el que anunció al mundo lo que ya era un secreto a voces: Pep Guardiola, el entrenador que lo ganó todo mientras meaba colonia vestido de traje, dejaba de ser el entrenador del Fútbol Club Barcelona. Los que vimos la rueda de prensa –al menos el que escribe estas líneas y los otros cincuenta mil que estaban conectados a YouTube en ese momento- pudimos ver la cara de Guardiola mientras el president Rosell abría el acto: sin saber adonde mirar, con el aire indiferente, casi socarrón, consciente de estar dando un puñetazo, pero no en la mesa. Un puñetazo a Rosell.

Después, cuando la rueda de preguntas comenzó, alguien demandó a Rosell si sentía que la hora de la verdad de su proyecto llegaba, dado que Guardiola era una herencia del denostado régimen de Laporta. Rosell negó la mayor, alegando una cifra de jugadores contratados durante su mandato. No convenció a nadie. Ni a sí mismo.

Más aún, Rosell no sólo ha tenido que soportar el bochorno de un portazo en las narices del entrenador que puso Joan Laporta –los rumores apuntan a que había llegado a ponerle un cheque en blanco para que no se marchara- sino que además ha nombrado a su segundo de abordo nuevo entrenador del primer equipo.

El líder visionario y el ejecutor eficiente

Desde ayer se han escuchado muchos paralelismos con situaciones similares, y probablemente los dos que más han sonado son dos casos antitéticos: el de Bob Paisley en el Liverpool y el de Carles Rexarch en el propio Barça. Paisley, durante años segundo de Shankly, superó a su maestro hasta el punto de convertirse en el mejor entrenador de la historia del Liverpool. Rexarch, en cambio, aceptó el banquillo del Camp Nou años después de que su maestro en el banquillo, Johan Cruyff, lo hubiese dejado. El resultado, como todos recordamos, fue nefasto.

Y es que no es lo mismo ser número uno que número dos. Son dos perfiles diferentes, el uno de líder visionario, el otro de ejecutor eficiente. Esto debería saberlo Rosell, pues al fin y al cabo él fue el ejecutor eficiente a la sombra de Joan Laporta.

¿Por qué Vilanova? El mensaje es si duda continuista. Pero, ¿por qué apostar por el continuismo? De acuerdo que el Barcelona actual es uno de los mejores equipos de la historia, pero los ciclos no duran eternamente y no hay recambio de garantías para el cerebro de este equipo, Xavi Hernández, que ya ha cumplido los 32.

Muchos defienden lo de “squadra che vince non si cambia”. Y es verdad que la elegida es sin duda la opción populista. Lo fácil. Pero da la sensación de que Sandro Rosell ha perdido la oportunidad de reivindicarse como un líder, apostando por una evolución del modelo.

Eso es precisamente lo que se hizo en el Barça cuando se echó a Rijkaard para poner a un tipo cuya primera decisión fue echar a Deco y Ronaldinho. Aquel tipo se llamaba Pep Guardiola y el visionario que apostó por él es el antiguo jefe de Sandro Rosell.