viernes, 27 de marzo de 2009

La melancolía de un córner

Por Sole Leyva
Para Victor Hugo la melancolía era la felicidad de estar triste. Algo inextricablemente similar pero no idéntico hay de eso en el Vicente Calderón. Allí la melancolía tiene morada perpetua. Reside en un córner. Uno del Fondo Sur. El que da a una calle que no podría tener otro nombre que el que tiene: Paseo de los Melancólicos. El mismo córner desde el que Milinko Pantic, el centrocampista serbio que Radomir Antic rescató desde las cuevas del olvido, sacaba unos centros majestuosos. Con rosca. El balón volando como una peonza. Medio gol. Pura poesía. El público puesto en pie.

Era 1995. Sin tanta parabólica como ahora, Pantic, 'Sole', le enviaba vídeos suyos a su compatriota. Malgastaba sus días en el Panionios griego. Sin pena ni gloria. Si Antic le hizo debutar en el Partizán con 18 años, por qué no ahora, pensó, más hecho, más jugador. La oportunidad le llegó ese verano. 60 millones de pesetas costó. En uno de los primeros partidos de casa de aquella temporada, frente al Athletic de Bilbao, Margarita, un ama de casa de Talavera de la Reina, abonada de solera, tuvo un presentimiento. Acudió a una floristería de su barrio y compró cuatro claveles rojos."Por los cuatro goles que vamos a meter hoy", le espetó a la floristera. Pidió permiso al club y le dejaron despositarlos al pie del córner izquierdo del fondo sur, el de la grada más humilde, la más barata.

Aquel día el Atleti le metió cuatro al Athletic. Dos de ellos vinieron de saques de esquina sacados por 'Sole' desde aquel córner. Esa temporada el Atleti, con Pantic y sus estelas de gloria a balón parado, consiguió el 'doblete'. Desde entonces, hace ya casi 14 años, Margarita repite celosa cada día de partido su ceremonia, a la que añadió cuatro margaritas blancas. "Ese córner es como un acto religioso, como la estampita que te regala tu madre y te pones", explica. Desde aquel doblete la gloria no se ha vuelto a pasear por el estadio.

Lo único que perdura de aquella temporada es ese ramo de flores, panteón de recuerdos. Los rivales que han intentado quitarlo para sacar de esquina con más espacio han pagado su afrenta con una sonora pitada. Roberto Carlos fue muy odiado siempre en el Calderón. Fácil explicación. En un partido le dio una patada al ramo. Ese mismo día, ante una jauría que bramaba contra él, tuvo que pedir perdón. No se le concedió. Ese ramo no se toca.
Victor Hugo se acercó, pero no tenía razón del todo, al menos para los atléticos. La melancolía en el Calderón no es la felicidad de estar triste -nadie quiere serlo-, sino que en la tristeza de 13 años a dos velas hay un rinconcito para la felicidad, el de ese córner melcancólico. El balón rodando como una peonza. Medio gol. Pura poesía.

2 comentarios:

  1. Soy del Aleti (sin t) y sé de lo que hablas. Ya no hay poesía en el fútbol.
    Poesía eran Futre y Alemao.
    Poesía eran Caminero y Pantic tirando un desmarque.
    Poesía era la caldera del Calderón llorando un regate de Rubio...
    Triunfó la prosa. Nos cagaron en la cara. Salud y enhorabuena

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  2. Que maravilla leer esto en 2017

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