Por Halftown
Oportunismo: Actitud que consiste en aprovechar al máximo las circunstancias para obtener el mayor beneficio posible, sin tener en cuenta principios ni convicciones.
En un país donde el fútbol no es el deporte número uno, sorprende el encendido debate que suele levantarse cuando se plantea qué equipo fue mejor, si la Francia campeona del mundo en el 98 o la campeona de Europa dos años más tarde. Siendo dos plantillas casi idénticas, los partidarios del equipo que ganó a Italia en 2000 utilizan como principal argumento la diferencia en la delantera de los bleus : mientras que en el 98 el titular arriba fue el auxerrois Stéphane Guivarch’, que no vio puerta en todo el campeonato, en la Euro de Bélgica y Holanda fue Titi Henry el que se echó el gol a la espalda. Y sin embargo, aquella copa no acabó en los Campos Eliseos gracias a él, sino al peor delantero de aquel equipo: Sylvain Wiltord.
Nino se encontró en el momento justo en el lugar adecuado: aunque venía de salir pichichi francés con los Girondins la temporada anterior, fue a la Euro consciente de su condición de fondo de armario. El seleccionador francés, Roger Lemerre, le utilizó al principio como cambio de último minuto, de esos que sólo sirven para arañar tiempo al crono. En la final, sin embargo, Lemerre había cometido la estupidez de dar la titularidad a Christophe Dugarry, un tipo muy simpático y con cierto talento que jamás habría ido a una selección como la francesa sin haber sido sido íntimo amigo de Zinedine Zidane.
Wiltord entró a la hora de juego, pero no sería hasta el minuto 94, con Francia 1-0 abajo en el marcador, cuando Barthez sonó a rebato con un pelotazo que Trezeguet toca y Cannavaro traga, suficiente para que el delantero del Girondins enganche un zurdazo en la esquina izquierda del area que se coló bajo el cuerpo del italiano Francesco Toldo.
Alférez entre artilleros
Olvidado su affaire con Lendoiro, que gracias a Wiltord consiguió un nuevo hito al hacer caja por un jugador que jamás llego a vestirse de blanquiazul, el nuevo héroe nacional francés cruzó el canal de la Mancha para caer en el mejor Arsenal de la historia. En Highbury (seamos puristas) le recuerdan por su gol en Old Trafford, tres puntos que decidieron el campeonato en favor de los chicos de Arsène.
Al lado de artilleros como los que poblaban la delantera del Arsenal aquellos maravillosos años, Wiltord nunca pasó de ser el alférez del general Wenger. El tipo que trae munición cuando más aprieta el fuego enemigo. Aunque visto el panorama actual de rosickys y chamakhs, no sorprende que haya un grupo en Facebook que no se ruboriza en considerar al oportunista Wiltord «leyenda gunner».
Tras cuatro temporadas en Londres y antes del inicio de la cuesta abajo de Wenger & company, Wiltord volvió a volar con viento de cola al aterrizar en el Olympique de Lyon de Jean Michel Aulas. Tres títulos de campeón más tarde, Wiltord decidió cerrar el círculo en el mismo club en el que empezó su carrera : el Stade Rennais. Lo que debía ser un retiro dorado acabó en combate callejero con el entrenador del equipo, Guy Lacombe. Unas declaraciones altisonantes de Wiltord en L’Equipe acabaron con el jugador en el paro. Por primera vez en su carrera, el delantero francés caía en el lugar erróneo.
Después de dos experiencias de merde más, una en Marsella y otra en la Ligue 2 con el Metz, parecía que el final de Nino, 37 años recién cumplidos, habia llegado. Pero después de un año sin catar el balón, Wiltord juega esta temporada, su vigésima como profesional, en el máximo rival de su club du cœur, el Nantes. Una pequeña traición –los oportunistas no cargan con el peso de la lealtad- con tal de seguir jugando.
De momento la aventura le va bien en lo individual y mal en lo colectivo : aunque está jugando y marcando goles, el Nantes anda 9° con sólo doce magros puntos después de nueve jornadas. Y es que Nantes y Mónaco –donde apura su fútbol Ludo Giuly- son los dos clubes que tienen que subir sí o sí.
A final de temporada hay Eurocopa, pero Wiltord ya no sueña con jugarla. Tras la retirada efectiva de Robert Pires el pasado verano, de aquel equipo campeón de Europa hace once años quedan sólo los delanteros: Henry en Nueva York, Trezeguet en los Emiratos y Wiltord en la Ligue 2. Y de los tres, solamente uno juega al fútbol por placer.
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lunes, 26 de septiembre de 2011
jueves, 22 de septiembre de 2011
El enigma Matthäus (II)
Por snedecor
Después de dejar tirado al Partizán, el bueno de Lothar Matthäus no tuvo fortuna con la selección de Hungría y fracasó en su intento (nada sencillo, todo sea dicho) de llevarla al Mundial 2006. Pese a sus discretos resultados, la federación le mantuvo en su puesto hasta el final de la fase de clasificación en 2005, e incluso el gobierno llegó a ofrecerle la nacionalidad.
Aunque esta vez todo parecía haber acabado bien, dos años después de dejar el cargo, para no perder las costumbres, el alemán aprovechó el descalabro de la candidatura húngara a la Euro 2012 (no obtuvo ni un solo voto del Comité Ejecutivo de la UEFA) para acusar a los dirigentes magyares de incompetentes y de explotar el fútbol húngaro para su propio beneficio. ¿Unos dirigentes federativos aprovechándose del fútbol en vez de trabajar por él? Siguiendo la línea editorial (?) de FNF, por esta vez, y sin que sirva de precedente, le concederemos a Matthäus el beneficio de la duda.
En enero de 2006 Lothar se fue a hacer las Américas, con destino Brasil y más concretamente Curitiba. En el Atlético Paranaense le recuerdan perfectamente por sus siete partidos sin conocer la derrota en el campeonato estadual y, sobre todo, por su peculiar forma de irse. Una ausencia por motivos personales que iba a ser de 3 o 4 días se prolongó durante dos semanas y acabó en un fax de renuncia enviado desde Europa. En un alarde de transparencia pocas veces visto, el Paranaense llegó a publicar en su web una factura de teléfono impagada (de casi 6.000 dólares) que Matthäus dejó a sus espaldas tras sólo un mes en el país.
Por si acaso, Lothar ni siquiera volvió a por sus cosas. Dos meses después de su espantada brasileira era presentado como técnico del Red Bull Salzburgo, donde hizo tándem con su mentor Giovanni Trapattoni. En la firma de bebidas energéticas tienen mucho más ojo para escoger a sus pilotos que para gestionar equipos de fútbol, pero aún así lograron ganar el campeonato austriaco en esa campaña 2006/2007. Eso sí, a final de temporada dejaron bien claro a quién le debían el título: Matthäus fue despedido de manera fulminante.
A partir de ahí, todo ha ido cuesta abajo (más todavía) y sin frenos. Tras pasarse una temporada en blanco en la que sólo fue noticia por su tercer divorcio y su cuarta boda, firmó por el Maccabi Netanya israelí (propiedad por entonces de un judío alemán), con el que nuevamente volvió a tener problemas de cobro. De las dos campañas acordadas, sólo pudo cumplir una antes de que el club decidiera rescindir su contrato por su delicada situación financiera. En octubre de 2009 su nombre volvió a relacionarse con Sudamérica, pero su etapa en Racing de Avellaneda terminó antes de empezar por falta de garantías que avalaran su sueldo y porque el club se negó a encontrarle trabajo a la flamante esposa del alemán, la jovencísima modelo ucraniana Kristina Liliana Chudinova. Esta vez, fiel al avance de los tiempos, Matthäus no renunció por fax, sino por SMS.
Sin puesto y sin novia
La buena (muy buena) de Liliana también fue responsable del siguiente desplante sufrido por el alemán, al ser sorprendida por los paparazzi en brazos de un joven empresario italiano (y no caeremos en la tentación de hacer bromas con el capote de torero que Juanito le regaló a Matthäus para disculparse por su pisotón). El affaire extraconyugal escandalizó a los puritanos dirigentes de la Federación de Camerún, que rompieron su preacuerdo con Lothar y acabaron fichando a Javier Clemente, con funestos resultados. Viendo las alternativas que manejaban, lo grave es que los cameruneses todavía dirán que sí querían clasificarse para la Copa de África.
Sin puesto y sin novia, Matthäus acabó firmando en 2010 por una selección de Bulgaria que desde el 98 va tan de capa caída como él, y a la que, como era de esperar, no mejoró en nada. A principios de este mes, tras perder en casa ante Inglaterra por 0-3 y quedarse sin opciones de clasificación, el bávaro quiso reforzar su maltrecha autoridad expulsando a tres jugadores de la concentración.
Poco más de dos semanas después, el expulsado vuelve a ser él. Y pese a su historial en los banquillos, todavía se queja de que en la Bundesliga nadie le contrata por su pasado en el Bayern y su afinidad con el diario Bild, al que usa como si fuera su particular cajón en el Speaker’s Corner de Hyde Park. Pero seguro que por el mundo encuentra a más dirigentes tan deslumbrados por el brillo del astro de ayer que son incapaces de ver al patán de hoy.
Porque oye, es el gran Lothar Matthäus. Fijo que lo hace bien. Tweet
Después de dejar tirado al Partizán, el bueno de Lothar Matthäus no tuvo fortuna con la selección de Hungría y fracasó en su intento (nada sencillo, todo sea dicho) de llevarla al Mundial 2006. Pese a sus discretos resultados, la federación le mantuvo en su puesto hasta el final de la fase de clasificación en 2005, e incluso el gobierno llegó a ofrecerle la nacionalidad.
Aunque esta vez todo parecía haber acabado bien, dos años después de dejar el cargo, para no perder las costumbres, el alemán aprovechó el descalabro de la candidatura húngara a la Euro 2012 (no obtuvo ni un solo voto del Comité Ejecutivo de la UEFA) para acusar a los dirigentes magyares de incompetentes y de explotar el fútbol húngaro para su propio beneficio. ¿Unos dirigentes federativos aprovechándose del fútbol en vez de trabajar por él? Siguiendo la línea editorial (?) de FNF, por esta vez, y sin que sirva de precedente, le concederemos a Matthäus el beneficio de la duda.
En enero de 2006 Lothar se fue a hacer las Américas, con destino Brasil y más concretamente Curitiba. En el Atlético Paranaense le recuerdan perfectamente por sus siete partidos sin conocer la derrota en el campeonato estadual y, sobre todo, por su peculiar forma de irse. Una ausencia por motivos personales que iba a ser de 3 o 4 días se prolongó durante dos semanas y acabó en un fax de renuncia enviado desde Europa. En un alarde de transparencia pocas veces visto, el Paranaense llegó a publicar en su web una factura de teléfono impagada (de casi 6.000 dólares) que Matthäus dejó a sus espaldas tras sólo un mes en el país.
Por si acaso, Lothar ni siquiera volvió a por sus cosas. Dos meses después de su espantada brasileira era presentado como técnico del Red Bull Salzburgo, donde hizo tándem con su mentor Giovanni Trapattoni. En la firma de bebidas energéticas tienen mucho más ojo para escoger a sus pilotos que para gestionar equipos de fútbol, pero aún así lograron ganar el campeonato austriaco en esa campaña 2006/2007. Eso sí, a final de temporada dejaron bien claro a quién le debían el título: Matthäus fue despedido de manera fulminante.
A partir de ahí, todo ha ido cuesta abajo (más todavía) y sin frenos. Tras pasarse una temporada en blanco en la que sólo fue noticia por su tercer divorcio y su cuarta boda, firmó por el Maccabi Netanya israelí (propiedad por entonces de un judío alemán), con el que nuevamente volvió a tener problemas de cobro. De las dos campañas acordadas, sólo pudo cumplir una antes de que el club decidiera rescindir su contrato por su delicada situación financiera. En octubre de 2009 su nombre volvió a relacionarse con Sudamérica, pero su etapa en Racing de Avellaneda terminó antes de empezar por falta de garantías que avalaran su sueldo y porque el club se negó a encontrarle trabajo a la flamante esposa del alemán, la jovencísima modelo ucraniana Kristina Liliana Chudinova. Esta vez, fiel al avance de los tiempos, Matthäus no renunció por fax, sino por SMS.
Sin puesto y sin novia
La buena (muy buena) de Liliana también fue responsable del siguiente desplante sufrido por el alemán, al ser sorprendida por los paparazzi en brazos de un joven empresario italiano (y no caeremos en la tentación de hacer bromas con el capote de torero que Juanito le regaló a Matthäus para disculparse por su pisotón). El affaire extraconyugal escandalizó a los puritanos dirigentes de la Federación de Camerún, que rompieron su preacuerdo con Lothar y acabaron fichando a Javier Clemente, con funestos resultados. Viendo las alternativas que manejaban, lo grave es que los cameruneses todavía dirán que sí querían clasificarse para la Copa de África.
Sin puesto y sin novia, Matthäus acabó firmando en 2010 por una selección de Bulgaria que desde el 98 va tan de capa caída como él, y a la que, como era de esperar, no mejoró en nada. A principios de este mes, tras perder en casa ante Inglaterra por 0-3 y quedarse sin opciones de clasificación, el bávaro quiso reforzar su maltrecha autoridad expulsando a tres jugadores de la concentración.
Poco más de dos semanas después, el expulsado vuelve a ser él. Y pese a su historial en los banquillos, todavía se queja de que en la Bundesliga nadie le contrata por su pasado en el Bayern y su afinidad con el diario Bild, al que usa como si fuera su particular cajón en el Speaker’s Corner de Hyde Park. Pero seguro que por el mundo encuentra a más dirigentes tan deslumbrados por el brillo del astro de ayer que son incapaces de ver al patán de hoy.
Porque oye, es el gran Lothar Matthäus. Fijo que lo hace bien. Tweet
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MATTHAUS
miércoles, 21 de septiembre de 2011
El enigma Matthäus (I)
Por snedecor
Que para ser un gran entrenador no hace falta haber despuntado al máximo nivel como jugador es algo que hace tiempo que quedó meridianamente claro. Y que haber sido un gran jugador no es garantía de éxito en los banquillos, también es de sobra conocido. Lo triste es ver que una estrella a la que creías perfectamente capacitada para triunfar desde la banda se estrella una y otra vez, valga la rebuznancia, y aún así sigue disfrutando de unas oportunidades que están vedadas para la inmensa mayoría de quienes nunca pudieron pasar de Tercera.
Pocos astros del balón tenían más pinta de entrenador cuando jugaban que Lothar Matthäus, el sucesor de Beckenbauer, ese todocampista que acabó de líbero ordenando desde la cueva el juego del Bayern y la selección alemana. Un auténtico líder, con carisma y visión de juego, el tipo que más partidos ha disputado en la Copa del Mundo, que todavía hoy tiene el récord de internacionalidades con su selección y que se dio el gustazo de ser nombrado mejor jugador de Alemania con 38 tacos (esa del 99 no era la mejor Alemania, es cierto). Cuando se retiró en Estados Unidos, en el 2000, parecía cantado que su futuro estaría en los banquillos de su Bayern y de su Selección; una década después, acaba de ser despedido por enésima vez y todavía sorprende que alguien le ofrezca un trabajito.
Quizás el famoso pisotón de Juanito le dejó unas secuelas que sólo afloraron tras su retirada. No lo sabemos. Pero el caso es que el Matthäus entrenador no sólo no ha conseguido llegarle a la suela de las botas al Matthäus futbolista, sino que encima posee el nunca bien ponderado don de acabar a la gresca allá por donde pasa, un don que justifica la existencia de blogs como FNF e inspira la creatividad (?) de sus autores.
"Ven a Belgrado si tienes lo que hay que tener"
Para empezar, unos pocos meses en el Rapid de Viena en la 2001/2002 se saldaron con su despido tras un cruce de declaraciones en las que el ídolo germano acusaba al club de impagos y arremetía contra la afición vienesa. Era sólo el aperitivo de lo que sería su carrera en los banquillos.
A mitad de la temporada 2002/2003 llegó a un Partizán líder, y con él conquistó la liga serbia y jugó la liguilla de la Champions tras eliminar al Newcastle, amén de encontrar a su tercera esposa. Su exitosa etapa en Belgrado acabó abruptamente apenas un año después de empezar, y los motivos personales con los que justificó su dimisión en primera instancia resultaron ser una oferta de la Federación húngara para dirigir a la selección magyar. Pero después de su espantada no tardaron en salir a la luz los flecos de su contrato con el club serbio. Para hacer más atractiva su oferta, los dirigentes del Partizán le habían ofrecido al bávaro un sobresueldo en forma de comisiones por los contratos de patrocinio obtenidos por el club gracias a su presencia, así como un porcentaje de las ventas de varios jugadores con cierta proyección.
Tras despedirse, Matthäus denunció al Partizán por no pagarle lo pactado por esos conceptos (unos 600.000 euros sólo por el traspaso de Igor Duljaj al Shaktar, además de otras comisiones que, según él, había perdonado anteriormente para no enturbiar sus relaciones con el club). Y desde Belgrado poco más o menos que le retaron a que fuera personalmente a cobrarlo, si tenía lo que hay que tener.
Para entonces Lothar acababa de ganarle un juicio al Bayern a cuenta del dinero de su partido homenaje, y había firmado un acuerdo judicial con el Rapid de Viena para solventar sus diferencias económicas. Como decían los periódicos serbios de la época, tal vez Matthäus haya equivocado su profesión: le hubiera ido mejor en una agencia de cobros. Tweet
Que para ser un gran entrenador no hace falta haber despuntado al máximo nivel como jugador es algo que hace tiempo que quedó meridianamente claro. Y que haber sido un gran jugador no es garantía de éxito en los banquillos, también es de sobra conocido. Lo triste es ver que una estrella a la que creías perfectamente capacitada para triunfar desde la banda se estrella una y otra vez, valga la rebuznancia, y aún así sigue disfrutando de unas oportunidades que están vedadas para la inmensa mayoría de quienes nunca pudieron pasar de Tercera.
Pocos astros del balón tenían más pinta de entrenador cuando jugaban que Lothar Matthäus, el sucesor de Beckenbauer, ese todocampista que acabó de líbero ordenando desde la cueva el juego del Bayern y la selección alemana. Un auténtico líder, con carisma y visión de juego, el tipo que más partidos ha disputado en la Copa del Mundo, que todavía hoy tiene el récord de internacionalidades con su selección y que se dio el gustazo de ser nombrado mejor jugador de Alemania con 38 tacos (esa del 99 no era la mejor Alemania, es cierto). Cuando se retiró en Estados Unidos, en el 2000, parecía cantado que su futuro estaría en los banquillos de su Bayern y de su Selección; una década después, acaba de ser despedido por enésima vez y todavía sorprende que alguien le ofrezca un trabajito.
Quizás el famoso pisotón de Juanito le dejó unas secuelas que sólo afloraron tras su retirada. No lo sabemos. Pero el caso es que el Matthäus entrenador no sólo no ha conseguido llegarle a la suela de las botas al Matthäus futbolista, sino que encima posee el nunca bien ponderado don de acabar a la gresca allá por donde pasa, un don que justifica la existencia de blogs como FNF e inspira la creatividad (?) de sus autores.
"Ven a Belgrado si tienes lo que hay que tener"
Para empezar, unos pocos meses en el Rapid de Viena en la 2001/2002 se saldaron con su despido tras un cruce de declaraciones en las que el ídolo germano acusaba al club de impagos y arremetía contra la afición vienesa. Era sólo el aperitivo de lo que sería su carrera en los banquillos.
A mitad de la temporada 2002/2003 llegó a un Partizán líder, y con él conquistó la liga serbia y jugó la liguilla de la Champions tras eliminar al Newcastle, amén de encontrar a su tercera esposa. Su exitosa etapa en Belgrado acabó abruptamente apenas un año después de empezar, y los motivos personales con los que justificó su dimisión en primera instancia resultaron ser una oferta de la Federación húngara para dirigir a la selección magyar. Pero después de su espantada no tardaron en salir a la luz los flecos de su contrato con el club serbio. Para hacer más atractiva su oferta, los dirigentes del Partizán le habían ofrecido al bávaro un sobresueldo en forma de comisiones por los contratos de patrocinio obtenidos por el club gracias a su presencia, así como un porcentaje de las ventas de varios jugadores con cierta proyección.
Tras despedirse, Matthäus denunció al Partizán por no pagarle lo pactado por esos conceptos (unos 600.000 euros sólo por el traspaso de Igor Duljaj al Shaktar, además de otras comisiones que, según él, había perdonado anteriormente para no enturbiar sus relaciones con el club). Y desde Belgrado poco más o menos que le retaron a que fuera personalmente a cobrarlo, si tenía lo que hay que tener.
Para entonces Lothar acababa de ganarle un juicio al Bayern a cuenta del dinero de su partido homenaje, y había firmado un acuerdo judicial con el Rapid de Viena para solventar sus diferencias económicas. Como decían los periódicos serbios de la época, tal vez Matthäus haya equivocado su profesión: le hubiera ido mejor en una agencia de cobros. Tweet
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lunes, 12 de septiembre de 2011
12 de septiembre
Por snedecor
Nadie de los que lo vivimos podremos olvidar (voluntariamente al menos) dónde estábamos ni qué estábamos haciendo aquel fatídico 11 de septiembre de 2001. El deporte en general, y el fútbol en particular, tampoco. Para la historia quedará que, mientras el horror se iba apoderando de todo el planeta, incapaz de apartar su mirada de aquellos dos colosos reducidos a polvo y escombros, a un cementerio de más de tres mil almas, la UEFA decidió que los partidos de Champions de aquel martes se disputaran con normalidad, sin más atención a lo sucedido que un protocolario y vergonzoso minuto de silencio.
El día 12 se impuso la cordura y ningún balón echó a rodar en el viejo continente. De esto probablemente nos acordamos casi todos. Pero lo que no es tan conocido es que, a miles de kilómetros de aquí, un equipo de fútbol estadounidense sí saltó al campo en una decisión que todavía hoy es motivo de debate.
Kansas City Wizards (hoy Sporting Kansas) tenía que jugar en Lima un encuentro de la extinta Copa Merconorte contra el Sporting Cristal peruano. El día 10 la expedición había dejado un país orgulloso y tranquilo, y al día siguiente se despertó en un hotel del extranjero viendo por la tele como su nación sufría su peor ataque desde Pearl Harbour. Es difícil imaginar las situaciones de nervios y tensión que vivieron aquellos jugadores y técnicos que, como el mítico guardameta Tony Meola, tenían familiares en la ciudad de Nueva York a los que era imposible localizar por el colapso de las telecomunicaciones. Todos ellos estaban a salvo, pero quienes estaban entonces en Perú no tenían modo de saberlo.
Aquel fue un largo día para los miembros de Kansas City Wizards, pero fue sólo el principio de su odisea. La CONMEBOL, organizadora del torneo, mostró aún menos sensibilidad que la UEFA y no se pronunció en contra de la disputa del encuentro del día 12. Después de varias conversaciones con el Departamento de Estado norteamericano, el cuerpo técnico decidió jugar el partido según lo previsto. Estaban virtualmente atrapados en Perú debido al cierre del espacio aéreo estadounidense y los técnicos pensaron que al menos el partido sería una distracción para sus futbolistas. Un poco de ejercicio físico podría servir para liberar algo de tensión y cansar los músculos lo suficiente como para poder conciliar el sueño.
No todos los jugadores entendieron la decisión. Varios de ellos, sobre todo los más veteranos como Peter Vermes o el propio Meola, no estaban por la labor de jugar, pero al final aceptaron el designio de su entrenador Bob Gansler como si fuera el del mismísimo comandante en jefe George W. Bush.
Los unicos norteamericanos sobre un terreno de juego
Pero estaba claro que no era el día para jugar al fútbol, o al soccer, o lo que fuera. De hecho los Wizards fueron el único equipo deportivo de EE.UU. que disputó un partido en aquellas trágicas horas posteriores a los atentados. El ambiente en el Estadio San Martín de Porres fue muy distinto al que los equipos estadounidenses estaban acostumbrados a sufrir en sus viajes a países latinos. Las medidas de seguridad en torno al campo fueron excepcionales, y tanto los aficionados peruanos como los futbolistas del Sporting Cristal se mostraron extremadamente respetuosos con unos jugadores que, evidentemente, no estaban en condiciones de afrontar un partido competitivo como aquel. Los locales vencieron por 2-1, pero el resultado, como es lógico, fue lo de menos.
El regreso a Estados Unidos tampoco fue sencillo. Las restricciones aéreas hicieron que el equipo pasara varios días en el país andino, intentando entrenarse con cierta normalidad pese a estar sumido en un estado de desconcierto casi total provocado por las confusas noticias que recibían sobre cuándo podrían volver a su país. Primero se habló de que los aeropuertos de EE.UU. tardarían dos semanas en abrirse al tráfico internacional; luego los propietarios de la franquicia intentaron fletar un vuelo chárter para repatriar a su equipo; y hasta se tanteó la posibilidad de volar hasta México y cruzar la frontera en autobús.
Finalmente, tras pasar tres interminables días en su hotel limeño, los jugadores fueron colocados en diversos vuelos siguiendo un estricto orden de prelación: primero los que tuvieran mujer e hijos, y luego los solteros. Cada uno por su lado, todos sufrieron las molestias de unos protocolos de seguridad que todavía no sabían muy bien qué era lo que pretendían buscar, experimentaron la psicosis colectiva de aquellos días en los que cualquier pasajero era sospechoso de ser un terrorista, y sólo cuando por fin llegaron a casa fueron plenamente conscientes de que durante su ausencia su país, y todo el mundo, había cambiado para siempre.
Ellos tampoco olvidarán jamás ni dónde estaban ni qué hicieron aquel fatídico día. Y algunos no están precisamente orgullosos: “De lo que más me arrepiento en toda mi carrera es de no haberme plantado por mis convicciones, de haber jugado aquel partido”. Palabra de Tony Meola. Tweet
Nadie de los que lo vivimos podremos olvidar (voluntariamente al menos) dónde estábamos ni qué estábamos haciendo aquel fatídico 11 de septiembre de 2001. El deporte en general, y el fútbol en particular, tampoco. Para la historia quedará que, mientras el horror se iba apoderando de todo el planeta, incapaz de apartar su mirada de aquellos dos colosos reducidos a polvo y escombros, a un cementerio de más de tres mil almas, la UEFA decidió que los partidos de Champions de aquel martes se disputaran con normalidad, sin más atención a lo sucedido que un protocolario y vergonzoso minuto de silencio.
El día 12 se impuso la cordura y ningún balón echó a rodar en el viejo continente. De esto probablemente nos acordamos casi todos. Pero lo que no es tan conocido es que, a miles de kilómetros de aquí, un equipo de fútbol estadounidense sí saltó al campo en una decisión que todavía hoy es motivo de debate.
Kansas City Wizards (hoy Sporting Kansas) tenía que jugar en Lima un encuentro de la extinta Copa Merconorte contra el Sporting Cristal peruano. El día 10 la expedición había dejado un país orgulloso y tranquilo, y al día siguiente se despertó en un hotel del extranjero viendo por la tele como su nación sufría su peor ataque desde Pearl Harbour. Es difícil imaginar las situaciones de nervios y tensión que vivieron aquellos jugadores y técnicos que, como el mítico guardameta Tony Meola, tenían familiares en la ciudad de Nueva York a los que era imposible localizar por el colapso de las telecomunicaciones. Todos ellos estaban a salvo, pero quienes estaban entonces en Perú no tenían modo de saberlo.
Aquel fue un largo día para los miembros de Kansas City Wizards, pero fue sólo el principio de su odisea. La CONMEBOL, organizadora del torneo, mostró aún menos sensibilidad que la UEFA y no se pronunció en contra de la disputa del encuentro del día 12. Después de varias conversaciones con el Departamento de Estado norteamericano, el cuerpo técnico decidió jugar el partido según lo previsto. Estaban virtualmente atrapados en Perú debido al cierre del espacio aéreo estadounidense y los técnicos pensaron que al menos el partido sería una distracción para sus futbolistas. Un poco de ejercicio físico podría servir para liberar algo de tensión y cansar los músculos lo suficiente como para poder conciliar el sueño.
No todos los jugadores entendieron la decisión. Varios de ellos, sobre todo los más veteranos como Peter Vermes o el propio Meola, no estaban por la labor de jugar, pero al final aceptaron el designio de su entrenador Bob Gansler como si fuera el del mismísimo comandante en jefe George W. Bush.
Los unicos norteamericanos sobre un terreno de juego
Pero estaba claro que no era el día para jugar al fútbol, o al soccer, o lo que fuera. De hecho los Wizards fueron el único equipo deportivo de EE.UU. que disputó un partido en aquellas trágicas horas posteriores a los atentados. El ambiente en el Estadio San Martín de Porres fue muy distinto al que los equipos estadounidenses estaban acostumbrados a sufrir en sus viajes a países latinos. Las medidas de seguridad en torno al campo fueron excepcionales, y tanto los aficionados peruanos como los futbolistas del Sporting Cristal se mostraron extremadamente respetuosos con unos jugadores que, evidentemente, no estaban en condiciones de afrontar un partido competitivo como aquel. Los locales vencieron por 2-1, pero el resultado, como es lógico, fue lo de menos.
El regreso a Estados Unidos tampoco fue sencillo. Las restricciones aéreas hicieron que el equipo pasara varios días en el país andino, intentando entrenarse con cierta normalidad pese a estar sumido en un estado de desconcierto casi total provocado por las confusas noticias que recibían sobre cuándo podrían volver a su país. Primero se habló de que los aeropuertos de EE.UU. tardarían dos semanas en abrirse al tráfico internacional; luego los propietarios de la franquicia intentaron fletar un vuelo chárter para repatriar a su equipo; y hasta se tanteó la posibilidad de volar hasta México y cruzar la frontera en autobús.
Finalmente, tras pasar tres interminables días en su hotel limeño, los jugadores fueron colocados en diversos vuelos siguiendo un estricto orden de prelación: primero los que tuvieran mujer e hijos, y luego los solteros. Cada uno por su lado, todos sufrieron las molestias de unos protocolos de seguridad que todavía no sabían muy bien qué era lo que pretendían buscar, experimentaron la psicosis colectiva de aquellos días en los que cualquier pasajero era sospechoso de ser un terrorista, y sólo cuando por fin llegaron a casa fueron plenamente conscientes de que durante su ausencia su país, y todo el mundo, había cambiado para siempre.
Ellos tampoco olvidarán jamás ni dónde estaban ni qué hicieron aquel fatídico día. Y algunos no están precisamente orgullosos: “De lo que más me arrepiento en toda mi carrera es de no haberme plantado por mis convicciones, de haber jugado aquel partido”. Palabra de Tony Meola. Tweet
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