Por snedecor
Pasan las Navidades y sus diferentes personajes cargados de regalos, y otro año más el único que de verdad sale ganando de todo este batiburrillo de envoltorios rasgados, digestiones pesadas y borracheras socialmente aceptadas es el ínclito Ken Follet. Su último engendro, El invierno del mundo, copa, Grey aparte, las listas de tochos más vendidos (y regalados), para desgracia de la Amazonia (la real, no la virtual) y júbilo de sus editores.
Por suerte, esta vez a nadie se le ha ocurrido obsequiarme con tan magna obra. No quieran ver en estas líneas una crítica al canoso escritor galés; simplemente he llegado al límite de mi aguante, cansado de historias entrecruzadas, de guerras y viajes iniciáticos, de juegos de poder y romances imposibles entre personajes pretendidamente interesantes que, a pesar de su humilde origen, acaban siempre cruzándose con los grandes nombres de la Historia. Sí, estoy harto de la literatura como producto de consumo de masas, pero no por ello dejo de presentar mis respetos a quien, como Follet, consigue fabricar un best seller tras otro con la precisión de un maestro relojero suizo. Quienes no somos capaces de escribir ni una mísera cuartilla en seis meses no estamos en condiciones de criticar a nadie.
Viene todo esto a cuento de que el título de su último libro ha resultado inspirador, al menos para mí. El invierno del mundo, el invierno del fútbol, el fútbol en invierno. Ya pocos se obcecan en no reconocer a Messi como el mejor del mundo hasta que no haya jugado en una noche de invierno en Stoke. No creo que una gélida noche de Zaragoza o Valladolid tenga mucho que envidiar a una velada a orillas del Trent, pero sí es verdad que, si el argentino jugara en Inglaterra, tendría más posibilidades de exhibirse al relente, aunque sólo sea por una simple cuestión de calendario. Mientras en España el balón para por convenio, en la cuna de los movimientos sindicales los profesionales del asunto hace tiempo que entendieron (o les hicieron entender) que ellos no son simples proletarios, sino artistas y entretenedores que, como dicta su naturaleza, se deben al público que les paga. Así que el invierno (y las fiestas navideñas) se reciben con Boxing Day, jornada de año nuevo y, para rematar, ronda de FA Cup con los grandes en el bombo; aquí para poder librar el 23 de diciembre hubo que descabalgar, una vez más, una ronda de Copa del Rey.
Pero además de por el parón sindical, el invierno del fútbol en España viene indefectiblemente marcado por la placa de hielo del estadio de Los Pajaritos: tras el solsticio las sombras se tornan perpetuas en el fondo sur del campo soriano y sobre el sufrido verde aparece una banquisa de veinte metros de largo que abarca todo el ancho del terreno de juego, cubriendo con su resbaladiza superficie todo un área que se convierte en escenario de pifias, patinazos y carambolas varias que, como los libros de Ken Follet, acuden fieles a su cita en cuanto se agota el eco de los cantos de los niños de San Ildefonso. No hay aluminio, goma o multitaco capaz de domeñar al coloso blanco: balones, futbolistas e incluso árbitros imprudentes quedan a merced de los caprichos de la traicionera placa, tan fiel a su abono de media temporada como el más irreductible de los numantinos. El pasado domingo apareció tímidamente para el encuentro ante Las Palmas y, causalidad o no, en esa portería entraron los tres goles del cuadro local; es de esperar que en estas dos semanas sin partidos en casa haya terminado su puesta a punto y la escarcha permanezca en su sitio hasta bien entrada la primavera.
Mientras tanto, el sufrido público soriano se dispone a afrontar estoicamente y con castellana entereza los rigores de la estación, sabedor de que este año no sólo tiritarán las gradas: por primera vez en siete temporadas, el C.D. Numancia cerró el ejercicio con pérdidas. A base de descartes y de jóvenes promesas que en realidad no prometen (ni piden) demasiado, el club había conseguido ser un oasis de buen hacer en el seno de una Liga que de Profesional, al menos en los despachos, parece que tiene sólo el nombre. Pero al final ni el férreo control presupuestario que siempre ha caracterizado la larga y fructífera etapa de Francisco Rubio al frente de la entidad rojilla ha resistido a los embates de la crisis. Nada verdaderamente preocupante, apenas 140.000 euros, pero una señal más para alarmarse. ¿Cuánto más durará este invierno? Ni Follet lo sabe. Que San Saturio nos ampare.
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martes, 15 de enero de 2013
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gracias
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