miércoles, 30 de enero de 2013

¿Y tú, de quién eres?

Por snedecor
Corría el año 1805 cuando, por mandato del presidente Thomas Jefferson, la expedición de Meriwether Lewis y William Clark cruzó las Rocosas, llegó a la costa noroeste del Pacífico y reclamó para los recién creados Estados Unidos de América unos territorios por los que pronto pugnaron también España (su primer descubridor) y Reino Unido (su primer explotador). No es cuestión de profundizar en una disputa decimonónica de la que, para no romper con las costumbres de la época, salimos perdiendo; digamos simplemente que con el correr del siglo una parte acabó siendo para Estados Unidos y otra para los hijos de la Gran Bretaña, que luego dejarían bajo administración de Canadá. En lo que a España respecta, una vez perdida la soleada California, pues para qué volver por allí.

El caso es que entre los pioneros que acabaron habitando esa zona se desarrolló cierto sentimiento identitario que se plasmó a finales del siglo XIX y principios del XX en varios movimientos políticos e incluso revolucionarios (en 1940 algunos grupos armados llegaron a cobrar peajes en las autopistas interestatales) que pretendían la independencia para un territorio que dieron en llamar Cascadia por los numerosos saltos de agua que salpican los verdes bosques que se extienden desde las estribaciones de las Rocosas hasta la costa del Pacífico, en los actuales estados de Oregón, Washington y la Columbia Británica canadiense. Un nacionalismo light que ha acabado derivando en poco más que una cuestión de orgullosa diferenciación sociocultural con respecto al resto de Estados Unidos y Canadá que de vez en cuando se hace notar, como cuando algún estado de la zona legaliza el consumo de marihuana. Aunque hay quien insiste en que el movimiento secesionista sigue latente, lo cierto es que nadie pide en voz alta la independencia real de Cascadia, aunque en Cascadia sí que alzan la voz cuando algo que llega de la lejana costa atlántica no les gusta.

Esta vez quienes han puesto el grito en el cielo han sido los aficionados al soccer, y no para celebrar un gol: más bien ha sido para evitar que se lo colaran. Quizás por aquello de la diferenciación con el resto de compatriotas, en la zona del conflicto sí hay una gran base de seguidores del balompié; seguidores que, dicho sea de paso, se sienten algo marginados por los rectores del soccer patrio. Pese a la numerosa afición existente la MLS tardó trece largos años en desembarcar en la costa noroeste (más que nada porque nadie en aquel remoto rincón parecía por la labor de poner la pasta necesaria) pero, cuando lo hizo, fue a por todas: Seattle Sounders comenzó a competir en 2009, y Portland Timbers y Vancouver Whitecaps hicieron lo propio en 2011. La apuesta de la MLS fue a caballo ganador y las tres hinchadas, enconadas rivales desde los tiempos de la NASL y encantadas de reencontrarse en la máxima categoría tras demasiados años vagando por ligas menores, le dieron aún más pasión y colorido a unas gradas más acostumbradas a ser un tranquilo merendero familiar que un ruidoso nido de fanáticos futboleros.

El nacimiento de la Cascadia Cup

Desde sus inicios la MLS ha tratado de promover rivalidades más o menos artificiales entre sus franquicias para atraer al público, y uno de los medios para conseguirlo son trofeos paralelos que se otorgan en función de los enfrentamientos ligueros de los equipos que interesa “enemistar”. Algunos de ellos los crea directamente la Liga y otros surgen espontáneamente entre los aficionados, como la Rocky Mountain Cup (entre Colorado Rapids y Real Salt Lake). Con su expansión hacia el noroeste la Liga se topó con un pique real y ya organizado: desde 2004, el equipo que más puntos sumara en el triple enfrentamiento entre Sounders, Timbers y Whitecaps en la división en la que compitieran conseguía la Cascadia Cup, un torneo ideado por miembros de las tres aficiones (que incluso habían costeado el trofeo físico que se entrega al ganador), así que la MLS se congratuló de encontrarse con el trabajo hecho.

Pero tras dos exitosos años bajo el paraguas de la MLS, alguien en la sede de la liga en Nueva York revisó sus papeles y descubrió que el nombre de “Cascadia Cup” no estaba registrado comercialmente ni en Estados Unidos ni en Canadá, e inició el proceso para poner las cosas en orden (y por “poner en orden” debe entenderse “registrarlo como propiedad de la MLS sin decírselo a nadie”). Nada nuevo, porque ya en mayo de 2012 se había apropiado sin demasiado ruido de la Rocky Mountain Cup para sacarle unas perras a Subaru por el patrocinio. Pero si bien en Colorado y Utah la gente no se había quejado demasiado, al otro lado de la cordillera se desató la tormenta: los aficionados de Cascadia se consideran (mejor dicho, son) los creadores del trofeo y han sido ninguneados y obviados por la MLS, así que se han unido en un acto sin precedentes para iniciar otro proceso de registro por su cuenta. El conflicto está servido porque, aunque la Oficina de Marcas y Patentes de los Estados Unidos sólo permite registrar la marca al creador del concepto, su uso por parte de la MLS durante estos años sin que los aficionados lo reclamaran confiere también ciertos derechos a la Liga y no está del todo claro quién llevaría las de ganar. Situación que, obviamente, se repite ante la Oficina de Propiedad Intelectual de Canadá.

Viendo cómo las reacciones van subiendo de tono e intensidad, la MLS se ha apresurado a decir que sólo actúa para proteger a los aficionados de hipotéticos piratas, y achaca el conflicto a una mala comunicación de sus intenciones. Aceptaríamos barco de no ser por el precedente de la Subaru Rocky Mountain Cup y porque se muestra decidida a presentar batalla para poder explotar comercialmente la Cascadia Cup sin interferencias: ya ha dejado caer que si los hinchas se hacen con la marca registrada no permitiría asociar a ella los demás elementos propiedad de la MLS (por ejemplo, imágenes o los nombres reales de los equipos). Los cascadianos, que niegan tener interés comercial alguno, critican que la MLS haya querido hacer negocio a sus espaldas con algo que les pertenece y apelan a su orgullo regional para resistir las afrentas de los advenedizos de la costa Este. De aquí a plantarse otra vez en las autopistas sólo hay un paso.

1 comentario:

  1. Me ha gustado muchísimo el artículo, tanto por el interés del tema como por lo bien que escribes.

    Sé, por experiencia propia, la pena que da volver la vista atrás y recordar aquella época en que tenías la ilusión de mantener un blog actualizado. Pero también sé lo bien que sienta que te digan que algo que has hecho ha gustado.

    Un saludo.

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