martes, 11 de enero de 2011

Copa de todos, copa de pocos

Por Halftown
Contrariamente a lo que decía Platini en una reciente entrevista en la revista francesa So Foot -revista tan acojonante que merece la pena aprender francés sólo para poderla leer-, la Marsellesa es mucho más que un himno guerrero del siglo XVIII: hoy se ha transformado en una justificación de la rebeldía ocasional. Si bien es cierto que lo del aux armes citoyens se da cada día menos en un país encantado de haberse conocido, de vez en cuando se vive uno de esos días de furia con aroma a ese lejanísimo 14 de julio de 1789.

El pasado fin de semana concretamente, a caballo entre sábado y domingo, hemos vivido uno de esos levantamientos espontáneos. En el papel del poder establecido, los clubs de la primera división gabacha. Interpretando el rol de masa cabreada, los clubes de aficionados que participan en la Copa de Francia.

La Copa de Francia es muy fiel al espíritu de la Cup inglesa: puede participar cualquiera, se juegan rondas a un partido y sálvese quien pueda. En la edición de este año se llevan disputadas ocho rondas, incluyendo a 7.749 equipos repartidos a través de todas las categorías del fútbol francés hasta la Ligue 2, la categoría de plata. El pasado sábado entraban en competición los equipos de la máxima categoría, que juegan por sistema fuera de casa, siempre que su rival esté al menos dos categorías por debajo de ellos.

El viernes se abrió a lo grande la ronda de treintaidosavos: el Paris FC, el hermano pobre del Saint Germain –que ya es pobreza-, se cepilló al Toulouse en su propio estadio.
El sábado, dos clubes de quinta división (CFA 2) se ventilaron a dos primeras: el Chambery (pueblo de donde toma prestado su nombre el barrio madrileño) echó en la tanda de penaltis al Mónaco, y de paso a su entrenador, decapitado tras el partido suponemos que por orden directa de Su Alteza Serenísima Alberto. Mientras tanto en Wasquehal, un pueblecito en la frontera con Bélgica, el mismo Auxerre que ya hizo el ridículo en la Champions volvió a quedarse fuera a las primeras de cambio, esta vez contra once tíos cuyos salarios combinados no alcanzan lo que cobra CR7 por jugar una pachanga.

Danone F. C.

Lo más gordo estaba por llegar: el domingo el Olympique de Marsella, el club más popular de Francia, cayó eliminado por un recién ascendido a segunda.
La relación del OM con la Copa de Francia es un tanto bipolar: ha ganado diez, el que más, pero lleva sin levantarla desde 1989, incluyendo dos finales perdidas en años consecutivos. El domingo visitaban al Evian-Thonon-Gaillard, club del pueblecito saboyardo de Thonon-les-bains, cuyo estadio es tan ridículo que tiene que ir a jugar a Annecy, ciudad candidata a los JJ. OO. de invierno de 2018. No culpamos al aficionado marsellés por vender la piel del oso antes de cazarlo: un equipo recién ascendido a segunda, sin estadio propio y que viste de rosa no podría ser rival para el Marsella. Pero el Evian no es un recién ascendido, sino el líder de segunda, comparte presidente con Danone (Franck Riboud), y el rosa de sus camisetas no es sino parte de la etiqueta del agua Evian, marca de Danone, cuyo logo aparece en el escudo del club. Además, Riboud es íntimo amigo de Zinedine Zidane quien, junto a otros dos miembros del lobby France 98 como Alain Boghossian y Bixente Lizarazu, es accionista del club. Así que huele a club grande en construcción.
Total, que el Marsella de Deschamps se plantó en Annecy sólo para comerse tres goles bajo el diluvio universal y verse un año más, y van veintidós, sin Copa que llevarse a los labios.

Nueve víctimas después, los únicos equipos de primera que demostraron serlo fueron el PSG y sobre todo el Rennes, que machacó 7-0 a un Cannes cuya máxima estrella es el gigante checo Jan Koller, quien a los 37 años se dijo que, puestos a seguir persiguiendo un balón, qué menos que hacerlo en un sitio con sol y playa.

El Rennes espera ahora rival para los dieciseisavos, que saldrá de la eliminatoria entre dos equipos de regional: el Vaulx-en-Velin, un suburbio de Lyon, y el Jura Sud Foot, originario de la ciudad donde se producen los juguetes Smoby y cuyo gentilicio es jurassien, casi como los del parque.

Por muy bonito que suene lo de una Copa abierta a todos, al final el darwinismo futbolístico se acaba imponiendo, y siempre acaba llevándose el trofeo un equipo de primera. Lo cual no quiere decir que otros 7.748 equipos no busquen su día de furia cada año.

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