Barcelona, sala de
prensa del Camp Nou, 13:32 horas del viernes 27 de abril de 2012. Sandro
Rosell, presidente del F.C. Barcelona, comparece flanqueado por el director
deportivo Andoni Zubizarreta y el entrenador del primer equipo de fútbol, Pep
Guardiola, para anunciar que éste último ha decidido abandonar su cargo al
final de la presente temporada. Es un momento trascendental para la historia
del club, un adiós pactado y aceptado, en un momento de bajón pero ni mucho
menos crítico, un ejemplo de transición pacífica y ordenada que queda reflejado
en la solemnidad de un acto tranquilo y en el que la imagen de la institución
debe quedar por encima de todo para salir aún más fortalecida.
Con su habitual
dominio de la escena y la palabra y ante una audiencia rendida de antemano, Pep
va explicando sus motivos para abandonar, que no son más que la manida excusa
del “no eres tú, soy yo” llevada al fútbol: que si se siente vacío, que si necesita
tiempo para recargarse, que si quiere hacer otras cosas y ver el fútbol desde
fuera… Sólo le faltó decir que quería salir con otras personas, pero en fin,
qué más da, es Guardiola. Frente a él, decenas de periodistas de medio mundo,
la junta directiva en pleno y una amplia representación de la plantilla: para
ser más exactos, todos los canteranos surgidos de La Masía, en perfecta
representación del elemento diferenciador de la filosofía blaugrana (ya decimos
que se trata de un acto institucional de primer orden). Las cámaras repasan sus
rostros, serios, cariacontecidos, sabedores de que los ojos de todo el planeta
están atentos a sus reacciones. Puyol fija la mirada en su entrenador, Piqué
baja la cabeza, Xavi y Víctor Valdés tragan saliva...
… y entonces Messi
no aguanta más y rompe a llorar. Los flashes se disparan para captar la imagen
más esperada, la del astro incapaz de reprimir su emoción en el momento del
adiós de quien ha contribuido decisivamente a hacerlo grande. Una pequeña
pausa, una sonrisa cómplice y un cálido y paternal abrazo sellan un emotivo instante
que quedará grabado para siempre en el imaginario colectivo de los
barcelonistas, y que acompañará a sus protagonistas durante toda su vida.
Snif. Demasiado
bonito (y almibarado) para ser cierto. La imagen más potente, la que
seguramente todos los culés (y no culés) esperaban ver, jamás se produjo.
Porque Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, uno de los mejores (si no el
mejor) de todos los tiempos, símbolo de este Barça triunfal, no estaba allí.
Desde el minuto uno su ausencia fue motivo de debate; tal fue el revuelo que
sus asesores se apresuraron a lanzar un breve comunicado a través de su cuenta
de Facebook: Messi da las gracias a Pep por todo lo que ha hecho pero no quiere
que la prensa (cruel enemiga del futbolista desde tiempos inmemoriales) sea
testigo de su emoción.
Oficialmente, Messi no quiere mostrar su pena por
segunda vez en una semana después de que su imagen con la cabeza escondida en
su camiseta, amargamente consciente de que si Munich se alejaba definitivamente
era, en buena medida, por el penalti que estrelló en el travesaño, diera la
vuelta al mundo. Gestos que humanizan a los genios y que cualquier asesor de
imagen del montón sabría y aconsejaría cómo explotar. Pero Lionel dice que no y
es que no, y nadie es capaz de hacerle ver que de su presencia en esa rueda de
prensa sólo pueden salir beneficios para él y para su club. Extraoficialmente,
Messi no fue porque no le salió de ahí.
¿Quién es Messi en realidad? Sobreprotegido por su club
y su entorno, siete temporadas después de su irrupción podemos decir que Messi,
además del mejor futbolista del mundo, es un tipo que se salta entrenamientos
cuando no juega y que por eso juega lo que quiere y cuando quiere (que se lo
digan a Mendilibar), un tipo al que Ramón Besa pintaba hace cosa de un año en
un extraño artículo en El País como poco más
que un niño malcriado y caprichoso al que hay que aguantarle los berrinches
porque Leo es así y punto, porque para eso es el mejor del mundo.
Uno repara en quienes han sido los más grandes en esto
del fútbol, en los Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Maradona, y ciertamente piensa
que debe de ser difícil atar en corto a este tipo de genios: todos han hecho siempre
lo que les ha dado la gana. Pero eso sí, estos 4 eran y siguen siendo bien
conscientes de que son y han sido los mejores, y como tal han actuado. Perfectos
conocedores de la repercusión que generan sus movimientos, genios y figuras,
han sido auténticos líderes allí donde han ido, metiendo la pata a menudo (unos
más que otros) pero mostrando siempre una personalidad arrolladora que les
convierte en protagonistas de la noticia hasta cuando van al baño. Grandes
personajes a los que se ama y se odia, y al lado de los que “la Pulga”
empequeñece. Y es que Messi es ese extraño espécimen al que, siendo el número
uno del deporte número uno y estando en Nueva York para un partido amistoso,
Adidas decide no exhibir en su megatienda de Broadway como haría (y hace) con
cualquier otro en su misma situación, porque a nadie le interesa (y menos en
USA) lo que diga un tipo plano y gris como Leo.
Vale que sea tímido, vale que no acabe de gustarle eso
de ser siempre el protagonista. Vale que, siendo sinceros, al final lo único
que importe es que siga haciendo diabluras sobre los terrenos de juego. Pero no
es que Messi no sea (ni vaya a ser) un personaje arrollador y carismático como
sus predecesores en el Olimpo del fútbol: es que en Messi, a sus 24 años, ni
siquiera vemos a un adulto capaz de entender sus responsabilidades y las
servidumbres de ser el mejor del mundo.
En lo que sí se asemeja a esos genios es en que parece
que nadie de su entorno tiene el suficiente carácter como para llevarle por el
camino adecuado y obligarle a hacer cosas que no quiere hacer simplemente
porque tiene que hacerlas. Porque Lionel puede llorar con la cabeza hundida en
su almohada por la marcha de Guardiola, puede sentirse triste, enfadado y hasta
traicionado, puede enfurruñarse como un niño y dejar de respirar, pero el tres
veces Balón de Oro, el mejor jugador del mundo, la estrella máxima del F.C.
Barcelona surgida de su magnífica cantera y pulida por el mejor entrenador
posible, Messi, debe acudir a esa rueda de prensa. Y si es para llorar, mejor
todavía.
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