Por Halftown
No han pasado tantos años, y sin embargo 1987 parece muy lejano. Fue en ese año que U2 publicó The Joshua Tree, y también fue entonces cuando la televisión americana se tiñó de amarillo Simpson por primera vez. El amarillo es también el color del submarino original, el mismo club que acaba de celebrar su centenario hundido en Segunda B: el Cádiz C. F.
Eran tiempos de dos cadenas de televisión y un solo equipo en Copa de Europa. Los únicos clubs con pay per view eran los de striptease. Aquella temporada la liga, entonces de 18 equipos, se acordó dividirla en tres liguillas al acabar la jornada 34: una por el título, otra para conseguir plazas en la Copa de la Liga, y una tercera para evitar el descenso. Mientras las volteretas de Hugo se llevaban por poco el título ante el Barça de Lineker, por abajo la cosa estaba más clara: se iban al hoyo Osasuna, Racing y Cádiz.
A la corrupción le llaman picardía
El Cádiz, que había sustituido a su entrenador por David Vidal, no sólo quedó último en la fase regular, sino que también acabó colista en el playoff para evitar el descenso. Fue entonces cuando Manuel Irigoyen, presidente del equipo gaditano desde 1978 y directivo de la Federación Española de Fútbol, se plantó en la sede de la LFP y echó un órdago al presidente Antonio Baró: dado que la Liga había aprobado la ampliación de la primera división a dos equipos más, hasta veinte, Irigoyen consiguió que sólo descendiese un equipo.
Hasta aquí la historia es extraña, pero lo que la convierte en extraordinaria es que Irigoyen logró convencer a todo el mundo de que lo más justo era que dicha plaza de descenso no fuera para el último –su club-, sino que se echase a suertes en una eliminatoria a cara de perro entre Osasuna, Racing y Cádiz. Además, después de cada partido se acordó jugar una tanda de penaltis para romper posibles empates a puntos. Lo que en su momento se achacó a la habilidad negociadora del presidente cadista –picardía, lo etiqueta la historia- no es sino otra corruptela del mundo del fútbol. Sea como fuere, los presidentes de rojillos y verdiblancos debieron de salir de aquella reunión con el alma en los pies.
El primer partido fue un empate a uno en el antiguo Sardinero entre Racing y Cádiz. En la tanda de penaltis, los santanderinos ganaron 4-3. El siguiente partido era una final para el equipo gaditano: recibían en casa al Osasuna de Michael Robinson, y la cosa acabó con idéntico resultado: 1-1. La tanda de penaltis era básica, porque si ganaba Osasuna, un empate a nada en el tercer partido mandaría al submarino al fondo. Al final, el Cádiz metió más balones en el fondo de la portería, y el Sadar se encargó de garantizar que el descendido fuera el Racing.
El submarino se mantuvo a flote varias temporadas más a base de penaltis imposibles, promociones de infarto, salvaciones en el alambre y un largo etcétera, hasta que su presidente -el mismo que se las había ingeniado para salvarle- abrió una vía de agua al dejarlo en manos del ayuntamiento primero y de Jesús Gil después. El equipo perdió dos categorías en dos años, y desde su caída en el 93, en el Carranza sólo se ha visto fútbol de Primera una temporada. Será la factura divina por la sobredosis de milagros.
Después de consumarse un nuevo descenso el pasado mes de junio, la afición amarilla se agarró al clavo ardiendo de la compra de partidos del Hércules para evitar celebrar su centenario en Segunda B. Lamentablemente para ellos, de Manuel Irigoyen apenas queda en Cádiz el nombre de una peña y un complejo deportivo municipal.
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