Un sitio sin mayor historia, donde el mercurio pocas veces sube más allá de la marca de veinte grados, los inviernos se pasan entre botellas de Chablis y los jugadores de fútbol pocas veces se atreven a abandonar la manga larga. Quizá es por eso que en la ciudad se estilan los caracteres fuertes, como el de la estatua que domina el centro de la ciudad: Louis Nicolas Davout. Un personaje conocido como “El Mariscal de Hierro” o el más entrañable “La Bestia”. Un mariscal invicto después de ir a la guerra con Napoleón contra Prusia, de conquistar Egipto, de hacer de coche escoba mientras volvían cabizbajos de Rusia y de evitar la conquista de París después de Waterloo. Un tipo al lado del cual el caballo de Espartero es Mi Pequeño Pony.
Hace falta mucho carácter para sobrevivir en Auxerre. Quizá es por eso que, a la hora de contratar extranjeros, el AJA Auxerre casi siempre se haya decantado por jugadores polacos. De hecho, sólo dos jugadores sudamericanos han jugado en el club, y uno de ellos, el brasileño Marcos António Elias Santos sólo aguantó diez partidos antes de marcharse al sol de Grecia.
En Auxerre casi nunca pasa nada. Sólo así se explica que el club mantuviese a su entrenador durante 44 años en el cargo. Guy Roux, uno de esos entrenadores a la antigua, mitad míster, mitad pater familias, llevó a un club de pueblo hasta lo más alto del fútbol francés. A partir del ascenso a la primera división en 1980, Roux tejió una red de ojeadores desde Marsella hasta Lille que le permitió importar a jugadores como Martini, Dutuel, los hermanos Boli o Éric Cantona. El que años después sería King Éric al otro lado del paso de Calais aterrizó en el estadio Abbé Deschamps como una promesa marsellesa de 17 años. Roux, que le describía como un jugador caractériel –de carácter cambiante y/o violento-, fue junto a Ferguson el único entrenador que supo gestionar a Cantona. Cinco años después, Éric fue contratado a golpe de talonario por el Olympique de Marsella de Bernard Tapie, ya convertido en estrella mediática e internacional con los bleus.
Las mejores páginas de la historia del Auxerre están escritas por Guy Roux. Aunque sobre el papel la gran hazaña auxerroise es la conquista del doblete la temporada 95-96, para los aficionados más veteranos no hay nada que se pueda equiparar al 3-1 que le endosaron al Milan pre-Sacchi en primera ronda de la UEFA 85-86. Aquella noche, un Milan con Baresi, Maldini y Tassotti en el campo vio cómo los delanteros franceses les remontaban un gol tempranero. La victoria se celebró en Auxerre como si del título se tratase. La huella emocional es tan profunda, que pocos recuerdan que, en San Siro, el Milan les acabó echando de la competición.
Estrellas y bujarrones
Hasta 2010, el Auxerre ha participado en dos ediciones de la Champions League. En la primera, en el 96, un equipo con Saïb,
Lamouchi, Diomède y el nigeriano Taribo West tumbó al Ajax de Van Gaal en su propia casa, y acabó eliminado en cuartos por el Borussia Dortmund, futuro campeón. En su segunda participación, en 2002, el Auxerre no pasó de la primera fase, pero antes tuvo tiempo de ganarle a la mejor versión de los gunners de Arsène Wenger, con gol incluido del senegalés cleptómano, Khalilou Fadiga.
Hoy ya no está Guy Roux, y el Auxerre ha dejó de ser hace tiempo la mejor cantera de Francia. Ahora, su capitán es Benoît Pedretti, un antiguo aspirante a Zidane que se ha quedado en Deschamps de serie B. No hace muchos años fue futurible del Madrid –siempre según la infalible prensa deportiva madrileña- y tras fracasar en Marsella y Lyon, en Francia se hizo célebre al ser tratado de petite tarlouze (pequeño bujarrón) por el presidente del Montpellier en directo por Canal Plus. En Auxerre, donde si le faltara una pierna seguiría siendo titular, Pedretti es por fin feliz.
La otra estrella local es el recién llegado Anthony Le Tallec, otro underachiever rebotado de Anfield que no hace mucho gimoteaba en la revista francesa So Foot: “Fernando Torres me ha robado mi vida”.
Será para que sus blanditas estrellas se sientan a gusto que Airness, la marca que viste al AJA, ha creado una camiseta a medio camino entre el tartan escocés y el vestuario de Tron. Nadie embutido en semejante maillot puede aspirar a digno heredero de
los Davout, Roux o Cantona. Aunque a tipos como Pedretti y Le Tallec palabras como ambición, orgullo o gloria no les suenen de nada.
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