Por Sebastián Dulbeca
Los ojos en blanco de Marc-Vivien Foe y el espaldarazo de Miklos Feher regresan en bucle cada vez que un futbolista se derrumba sobre el césped a solas con su sombra. En un círculo de aire limpio de rivales sucumbieron también Antonio Puerta y el felizmente recuperado para la vida no deportiva Rubén de la Red. Una secuencia de tragedia insólita en un deporte de contacto que parece letal en acciones casi fuera de foco en los últimos tiempos y que contrasta con el caso de Reginaldo Soares. Murió hoy hace cuatro años en plena tensión competitiva: tras marcar el penalti que dio la victoria a su equipo.
Ningún telediario cumplimentó al brasileño con las imágenes de dolor y rabia que merecieron el camerunés, el húngaro y el español. Reginaldo tenía 34 años, se ganaba la vida como albañil y tenía tiempo y fuerzas para cobrar goles en el Clube de Regatas Batatateira. ¿Era entonces un simple jugador aficionado del semidesconocido estado de Ceará (noroeste de Brasil)? No exactamente. Cuentan las crónicas que sirvieron de exiguo obituario en 2005 que el punta izquierdo había jugado en casi todos los conjuntos de la periferia de su ciudad (Crato), y que en ese momento se empleaba en la potente escuadra de la manzana más populosa.
Pero que Reginaldo no era uno más en el equipo queda probado sobre todo por las circunstancias en las que falleció. El partido del torneo entre barrios contra el Beira-Río, otro club que no figura en los estadillos de la CBF, había terminado 0-0 en el tiempo reglamentario. La adversidad le hizo merecedor del encargo de cerrar con éxito la tanda de lanzamientos desde los 11 metros. Él, que siempre se negaba, asumió el papel de héroe. El devenir de la ronda deparó al final unas condiciones inmejorables. Le tocó afrontar el decisivo disparo con la misma ventaja que aprovecharon el genial Panenka o el Cesc de la Eurocopa: el gol suponía el triunfo.
Nadie sabrá nunca si lo que le atravesó el corazón fue tensión o delirio. Se ha especulado hasta el infinito con la angustia del portero en el momento del penalti (la fotografía de arriba remite a un videomontaje con ese título expuesto en Arco 2002: escondía una espiral de 20 segundos de duración en la que el tiro nunca se ejecutaba), pero no es menos cierto que quien patea merece idéntico tratamiento: respeto y piedad. Reginaldo hizo lo que tenía que hacer: anotar. Acto seguido era engullido por una marea de felicitación... y por una señal desconocida de su propio cuerpo. Se sentó a la sombra de un árbol, pidió una piedra de hielo y se desmayó.
La rápida evacuación en ambulancia no evitó su muerte. Francisca Clementino, la viuda, contó que era un hombre "fuerte y saludable". También que recientemente se quejaba de "una punzada en el pecho" por la que no accedió a visitar al médico. Reginaldo murió por un penalti. Ojalá sea el último en ese punto fatídico.
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domingo, 19 de julio de 2009
Morir por un penalti
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