El zaragocismo vive tiempos de zozobra y recuerda la victoria épica en el Parque de los Príncipes ante el Arsenal hace 15 años como el padrenuestro de su memoria sentimental. Este fin de semana sus dos goleadores en la final se dan cita en el Alfonso Pérez de Getafe. Nayim ha sido rescatado por el club maño para acompañar a José Aurelio Gay -también miembro de aquel equipo- en un intento desesperado de evitar el descenso, mientras que Esnaider colabora con Michel en el club azulón. Ambos mantienen una relación cordial y se intercambian mensajes, especialmente para hablar sobre su ex compañero Fernando Cáceres, aún convaleciente del disparo que recibió en Argentina hace un par de meses.
La figura de Cáceres es vital para el club aragonés, incluso se especuló poco antes del atentado que estaba interesado en comprar el club, avalado por unos inversores argentinos, y entregar la gestión deportiva a antiguos compañeros como Poyet -que entrena en la segunda inglesa-, Cedrún y el propio Esnaider. Cualquier movimiento en ese sentido ha quedado paralizado a la espera de una mejora del estado de salud de Cáceres.
Nayim llegó al Zaragoza en 1994, procedente del Tottenham, cuando ver a un español en la Premier era casi un suceso paranormal. Llamado por Venables, coincidió en su aventura inglesa con grandes ídolos del club como Gary Lineker y Paul Gascoigne. Sus cinco años en Zaragoza fueron algo irregulares, si bien su espectacular gol en el último minuto en París le convirtió en leyenda. Incluso todavía los hooligans de los Spurs corean su nombre, no sólo por su pasado sino por la humillación que infligió a Seaman con aquella milagrosa parábola. Después ficharía por el Logroñés, equipo en el que jugó con más pena que gloria. Se retiró en el AD Ceuta, club de su ciudad natal. Allí empezaría a entrenar en una escuela de fútbol hasta que en diciembre fue llamado por Agapito Iglesias para ayudar a enderezar el rumbo zaragocista.
Más dinámico tanto en el campo como en la vida, Juan Eduardo Esnaider se convirtió en uno de los mayores trotamundos del fútbol de los 90. Quiso acabar su carrera en Argentina, pero no cuajó ni en River ni en Newell´s Old Boys. "Llegué a un punto en el que perdí la motivación. Veía que no podía ante tanta lesión y, en vez de rebelarme, comprobé que ni siquiera quería seguir", reconoció en una reciente entrevista en Público. Analizó con detenimiento sus posibilidades y descartó la complacencia aburrida de una ex estrella balompédica. Había visto a demasiados futbolistas que se retiraban para empezar a gestionar un patrimonio en el que habían invertido (especialmente inmobiliario), pero que no tenía nada que ver con ellos. Así que decidió gastar sus ahorros en lo que más le gustaba. Compró el club Cadetes de San Martín, modesto equipo en el que empezó a jugar en Argentina y, poco después, decidió irse a Madrid. Se reencontró con Michel con el que coincidió durante su breve etapa en el Real Madrid -son vecinos- y decidió unirse con el madrileño y apostar por una carrera como entrenador. Eso sí, mantiene su indomable carácter. En el partido que enfrentó a ambos equipos en La Romareda, Juan Eduardo sería expulsado por protestar. Dos leyendas se darán la mano este sábado.
Por Halftown Cuando te cae el marrón de administrar un club con una deuda de más de 30 millones de libras, un estadio alquilado a PriceWaterhouseCoopers a cambio de 1,2 millones anuales y cuyo único título es la Zenith Data Systems Cup de 1991, es comprensible que uno tome medidas desesperadas, como poner un anuncio de venta en el Financial Times.
Y eso que, aunque perdedores, los del Crystal tienen su historia. El Crystal Palace, el equivalente victoriano a lo que hoy llamaríamos un pedazo de invernadero, fue levantado en Londres para la Expo de 1851. Como más tarde pasaría con la Torre Eiffel, las autoridades decidieron conservarlo más allá de los seis meses de vida inicialmente previstos. En 1936 fue consumido por el fuego, y lo poco que quedaba en pie sería rematado por la Luftwaffe pocos años más tarde.
A la sombra del edificio, sin embargo, un grupo de trabajadores empezó a darle patadas al balón en sus ratos de ocio, y en 1861 formaron un club, con el que años después llegaron a participar en la primera edición de la FA Cup.
En 1905 se fundó el Crystal Palace FC, que toma sus colores de unas camisetas del Aston Villa que recibieron prestadas. Sólo en 1924 consiguieron que se construyese Selhurst Park, el estadio en el que siguen jugando a día de hoy. Para inaugurar las torres de iluminación del estadio, en 1962, el Real Madrid de Di Stéfano, Gento y compañía jugó –y ganó 4-3- el primer partido de la historia del club blanco en Londres.
Hasta 1969, el Palace tiene una larga historia luchando en el barro de las categorías inferiores del fútbol inglés. Fue en ese año, mientras los Beatles grababan su despedida en Abbey Road, cuando Selhurst Park vio por primera vez fútbol del más alto nivel.
El club sobrevivió en el alambre durante tres cursos, para después caer a plomo hasta la tercera división. Una vez en el pozo, decidieron darle una oportunidad al recién retirado Terry Venables, que les devolvió en sólo tres años a la máxima categoría del fútbol inglés. Tras el éxito, Venables sería más tarde el entrenador del Barça en la final de Copa de Europa contra el Steaua, y el seleccionador del equipo inglés eliminado por Alemania en Wembley durante la Euro’96.
“The team of the 80s”, como la prensa llamó al Palace a raíz de su ascenso, no fue tal: en 1981 volvió a bajar, y hasta el 89 no recuperaría su sitio en la élite. Gran culpa de ello la tuvieron los 27 goles que marcó un delantero llamado Ian Wright. Antes de convertirse en una leyenda del Arsenal, Wright tuvo tiempo de regalarle al Palace su único título, al enchufarle un doblete al Everton en la final de la Zenith Data Systems Cup jugada en Wembley.
Un águila calva por ídolo
La década de los 90 vio al Palace convertido en el clásico equipo ascensor, una especie de Rayo Vallecano londinense. Durante esa década, la afición de los Eagle pudo disfrutar de todo tipo de jugadores, desde los internacionales ingleses Gareth Southgate o Nigel Martyn hasta el futuro jugador del Marbella Andy Gray e incluso el mítico delantero sueco ahora reciclado en estrella internacional de póker Tomas Brolin.
Aunque sin lugar a dudas, el fichaje más grande del pequeño equipo londinense fue la llegada, en pleno verano de 1997, del extremo de la Juve Attilio Popeye Lombardo. A pesar de su limitada fotogenia y su incapacidad para aprender inglés, el italiano se convirtió rápidamente en el ídolo de la afición del Palace. Tanto es así, que The Bald Eagle, pese a haber jugado sólo una temporada y media en Selhurst Park, fue elegido en el once histórico del club. Eso sí, acabó su primera temporada como jugador-entrenador, con Brolin haciéndole de traductor ante el cachondeo generalizado de la prensa inglesa. El equipo, después de sólo dos victorias en casa en toda la temporada, acabó perdiendo la categoría.
Como sustituto de Lombardo al frente de la nave se decidió el retorno de Terry Venables, pero las deudas empezaron a pesar más que los goles. En un intento por recaudar fondos, el Palace invirtió en la llegada de los chinos Fan Zhiyi y Sun Jihai, que a falta de fútbol al menos ayudaron a cuadrar las cuentas del club. Su último ascenso a la Premier fue en 2004, y a pesar de los 21 goles de Andrew Johnson –ocho de ellos de penalty, un récord histórico en la Premier-, acabaron bajando por enésima vez.
Pasado el ecuador de la temporada 2009-2010, el Crystal Palace languidece en la segunda categoría del fútbol inglés, a sólo un punto del descenso, y con uno de los peores promedios de asistencia al estadio de toda la liga. Además, desde el pasado enero, el club ha sido puesto bajo administración pública, al estilo de aquel administrador judicial que arrastró al Atleti al infierno.
La única ilusión de los 15.000 que se reúnen todos los sábados en Selhurst Park es alcanzar los cuartos de final de la FA Cup el próximo 24 de febrero, hazaña que a punto estuvieron de conseguir –incluido un golazo de su estrella, el ex-internacional sub-21 inglés Darren Ambrose- de no haberles empatado el Aston Villa -sí, aquellos que les prestaron las camisetas- a tres minutos del final.
A falta de victoria, la buena noticia es que la no-clasificación tiene premio: 247.000 libras que la ITV pagará por los derechos del partido de desempate. Y eso, para un club sin estadio propio, con poca afición y las vitrinas tan vacías como los bolsillos, es algo para celebrar.
Por Sebastián Dulbeca Más frustrante que no encontrar trabajo es ni tan siquiera poder rumiar la desesperación entre cuatro paredes. Paco vive en la puta calle. También dentro de una portería invisible. Desde hace unos días, en medio del enésimo temporal, sabe que la montonera de cartón, loneta y equipaje parapléjico con la que él y los igualmente homeless Enrique y Óscar han ocupado una entrada ciega de la Iglesia de San Andrés fue meta improvisada para unos niños hoy adultos. Así dibuja un balón el tránsito de la España precrisis a este deprimido país posladrillo.
El olímpico año de 1992 Alex Webb, fotógrafo de Magnum, era un guiri más por La Latina (Madrid) cuando se encontró con una escena en esperanto: una pelota y gente detrás. Disparó su cámara e inmortalizó el estado de ánimo de una nación joven de espíritu, dinamizada por el deporte y aún con parchajos de miseria.
Pasaron los Juegos (y la Expo y la capitalidad cultural europea de Madrid) y sobrevino la recesión. Como ahora. Sólo que entonces no se trató de un crash mundial ni (la especulación con) la vivienda era el cimiento del drama.
Paco, 42 años, paisano de Zapatones Aragonés, conoció la cárcel y tuvo problemas con la bebida en ese tiempo. Vivió a la intemperie en Miraflores, La Pedriza y Barajas, donde no hay calefacción subterránea como en el Bernabéu. Al costado de San Andrés acumula dos años. “Aquí es más fácil conseguir solidaridad y amistad”, se explica antes de revelar que está a la espera de operarse una hernia inguinal y que a falta de teléfono, aguarda la visita del Samur Social (la sede central está a escasos cien metros). “Los albergues están tan saturados que no te puedes ni mover. En uno que hay en la calle Calatrava no dejan ni lavar la ropa”.
La Latina, barrio chic de la capital, epicentro del zuriteo y el botellón –“son los que nos llaman hijos de puta y nos despiertan porque roncamos”-, atraviesa su propia crisis dentro de la crisis, como se ha escrito en El Mundo y El País. "Hay gente mala pero también gente maravillosa que nos trae de comer o nos deja dormir en su casa", saca Paco su sociómetro un día después de que la Policía le confiscara un colchón -"al final tienes que pedir perdón con la boca pequeña"- y mientras recibe de una señora una tableta de turrón de chocolate.
Hablarle a él de fútbol es indecente. Sólo con ver la fotografía de Webb, del pudridero en el que gasta las horas, queda conmocionado. "¿Te acuerdas de la película Rambo? El coronel le pregunta: '¿cómo vas a vivir, John?' Él contesta: 'día a día'. Así estamos nosotros".
Paco cada noche mira a las estrellas, pero no son las de la Champions.
Tweet
Por Johan Einstein Avram Grant era un tipo con suerte. Tras una excelente trayectoria en Israel y unas primeras aproximaciones en el fútbol británico, se encontró con Roman Abramovich, que le convirtió en un famoso entrenador. Gracias a su poder de convicción y su filosofia del fútbol, Grant convenció al mecenas. En pocas semanas, le nombró manager y, tras la marcha de Mourinho, máximo responsable del poderoso Chelsea. Hasta aquí, la suerte.
Las desgracias empezaron poco después. Un torrente de criticas demoledoras y sobre todo un patético penalty de John Terry le dejaron sin la Champions. Una noche trágica para los pijos del Chelsea y para el ex seleccionador de Israel. Fue despedido por su amigo Roman y ahora intenta sin éxito rescatar al Portsmouth.
Tanta presión le debe de pesar al buen hombre, que hace un mes decidió visitar un burdel en Southampton (tal y como ha reveló The Sun, al que un tribunal ha dado vía libre para publicar la historia). Y, haciendo honor a suf ama de amante de la disciplina, el hombre se fue al lugar de luces rojas vestido con el uniforme del equipo. Un hombre de club en toda su extensión. Mientras recibía el pertinente servicio, el chófer del club esperaba en la calle. Una buena táctica para pasar inadvertido.
Avram y Tiger, mismo combate
Grant no niega su visita, pero asegura que no era un puticlub sino "un centro de masajes". De lo que no hay duda es que fue a relajarse. Así también lo piensa su mujer, Tsofit, que le ha echado un gigantesco cable. La periodista-actriz israelí, conocida por sus provocaciones y desenfrenos, ha sido rotunda en Tel Aviv: "A mi marido le encantan los masajes tailandeses. Yo sólo le he dicho que vaya más si es lo que le gusta y ayuda. Le presiono para que vaya dos veces al dia. Es un hombre que trabaja mucho y merece un masaje".
Y añade: "Avram es un grandísimo entrenador y quien no quiere verlo está ciego o es imbécil". Eso se llama una mujer entregada. Seguro que a Tiger Woods le gustaría que su pobre esposa tuviera la mitad de la compresión de Tsofit. La suerte para Grant es que su ex capitán del Chelsea acapare todos los titulares por su aventura sexual. La admirada Tsofit concluye: "Los masajes de mi marido no han afectado nuestro matrimonio, que dura 16 años. No tiene nada que ver con la historia de Terry".
La directiva investiga, el Portsmouth sigue último y el fin de semana le cayeron cinco con tres goles en propia meta, Avram se plantea denunciar al diario sensacionalista y su mujer sigue su cruzada. Su objetivo ahora, dice, es viajar a Inglaterra e ir con su marido a los famosos masajes. Con el uniforme del equipo, por supuesto.
Tweet
Por Halftown La llegada al aeropuesto de Johannesburgo, o Jozy como le dicen los locales, es una experiencia de inmersión en el maravilloso mundo de los patrocinadores del Mundial 2010: paneles que cubren paredes enteras sorteando entradas en nombre de Visa, empresas de teléfonos móviles que regalan minutos para celebrar el evento, y paneles de Coca-Cola por todas partes, vendiéndonos la moto del Open Happiness que les ha dado de un tiempo a esta parte, después de descubrir que la mayoría del personal no pillaba la cantinela de “el lado cocacola de la vida”.
No estuve en Barcelona en enero de 1991, pero estoy seguro de que era bastante parecido al Jozy actual: obreros trabajando día y noche para levantar hoteles en un visto y no visto, máquinas añadiendo carriles a las –atascadísimas- autopistas que rodean la ciudad, un tren de alta velocidad que el gobierno ha prometido acabar para junio y del que nadie ha visto un raíl todavía… “Noooooooo les vaaaaaa dar tiempoooooooooo”, que cantaban hace casi veinte años Martes y Trece.
En líneas generales, mucho y mal se ha hablado sobre la decisión del presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, de llevar la Copa del Mundo a Sudáfrica. La semana pasada, por ejemplo, salió el alemán Uli Hoeness proclamando a los cuatro vientos que no tiene ninguna intención de poner el pie en la tierra de Mandela.
Hablando de Mandela, se me ocurrió tomar la temperatura del tema racial en Sudáfrica preguntando sobre la última película de Clint Eastwood a dos personas, un conductor negro, y un empresario afrikaaner, descendiente de colonos alemanes. Mientras al primero sólo le faltó darme los 80 rand que costaba la entrada del cine, el segundo se me quedó mirando, supongo que intentando evaluar el grado de inocencia de mi pregunta, y al final torció el gesto y añadió una sola palabra: mediocre.
¿Qué es el tiki-taka?
Además de Madiba –el alter ego de Nelson Mandela-, el otro tema que está en boca de todos en Sudáfrica es el fútbol. Aparcados hasta junio han quedado los verdaderos deportes nacionales, el cricket y el rugby. Todo el mundo sonríe cuando se les pregunta por el Mundial, mientras imaginan una lluvia de billetes llovidos del cielo como en aquella película de Danny Boyle.
En los semáforos, los vendedores ambulantes llevan, además de cargadores de móviles para el coche, balones de fútbol. Los vendedores de las tiendas de souvenirs van vestidos con la camiseta amarilla de los Bafana Bafana. Una cadena de deportes se ha decidido a dar soccer 24 horas al día 7 días a la semana hasta junio, y hasta una empresa ofrece dar paseos en un globo aerostático que no es sino un balón de fútbol gigante. Por no hablar de las tiendas del aeropuerto, llenas de merchandising futbolero, desde camisetas de los galácticos hasta el omnipresente Zakumi, la primera mascota molona desde Naranjito.
Todo el país intenta exprimir la gallina de los huevos de oro que les ha regalado la FIFA. En Johannesburgo, mucha gente ha decidido alquilar sus casas durante el mes que dura el evento, y con una minúscula parte de lo que cobran por ello, irse de vacaciones al hemisferio norte, lejos del invierno africano y del ruido del fútbol. Hay que decir que la idea no es una innovación sudafricana, ya que por ejemplo en París la gente que vive cerca del Bois de Boulogne, donde se juega Roland Garros, cobra hasta 100.000 euros por alquilar su casa durante el torneo.
Evidentemente, uno no puede evitar la tentación, cuando sale el tema del Mundial, de deslizar la candidatura de España –esta vez de verdad, no como la moto que nos vendieron los medios en el 94- a llevarse la Copa a casa. Los sudafricanos sonríen, un poco cómplices, y varios estuvieron de acuerdo en que es ahora o nunca. Hasta un camarero, vestido de amarillo sudafricano, me preguntó sobre el significado del famoso tiki-taka. Lo nunca visto, oiga.
Desde un punto de vista racional, no tiene mucho sentido llevarse una competición tan importante como el Mundial de fútbol a un país en vías de desarrollo como Sudáfrica.
Un país donde una cuarta parte de la población está infectada por el VIH, donde no hay hoteles para todos, donde durante el torneo es pleno invierno, y donde los estadios estarán vacíos a partir del próximo mes de julio. Y, sin embargo, como diría Valdano, el fútbol es un estado de ánimo. Y el ánimo del pueblo sudafricano parece imbatible.