martes, 16 de febrero de 2010

Sin fútbol y sin techo

Por Sebastián Dulbeca
Más frustrante que no encontrar trabajo es ni tan siquiera poder rumiar la desesperación entre cuatro paredes. Paco vive en la puta calle. También dentro de una portería invisible. Desde hace unos días, en medio del enésimo temporal, sabe que la montonera de cartón, loneta y equipaje parapléjico con la que él y los igualmente homeless Enrique y Óscar han ocupado una entrada ciega de la Iglesia de San Andrés fue meta improvisada para unos niños hoy adultos. Así dibuja un balón el tránsito de la España precrisis a este deprimido país posladrillo.

El olímpico año de 1992 Alex Webb, fotógrafo de Magnum, era un guiri más por La Latina (Madrid) cuando se encontró con una escena en esperanto: una pelota y gente detrás. Disparó su cámara e inmortalizó el estado de ánimo de una nación joven de espíritu, dinamizada por el deporte y aún con parchajos de miseria.

Pasaron los Juegos (y la Expo y la capitalidad cultural europea de Madrid) y sobrevino la recesión. Como ahora. Sólo que entonces no se trató de un crash mundial ni (la especulación con) la vivienda era el cimiento del drama.

Paco, 42 años, paisano de Zapatones Aragonés, conoció la cárcel y tuvo problemas con la bebida en ese tiempo. Vivió a la intemperie en Miraflores, La Pedriza y Barajas, donde no hay calefacción subterránea como en el Bernabéu. Al costado de San Andrés acumula dos años. “Aquí es más fácil conseguir solidaridad y amistad”, se explica antes de revelar que está a la espera de operarse una hernia inguinal y que a falta de teléfono, aguarda la visita del Samur Social (la sede central está a escasos cien metros). “Los albergues están tan saturados que no te puedes ni mover. En uno que hay en la calle Calatrava no dejan ni lavar la ropa”.

La Latina, barrio chic de la capital, epicentro del zuriteo y el botellón –“son los que nos llaman hijos de puta y nos despiertan porque roncamos”-, atraviesa su propia crisis dentro de la crisis, como se ha escrito en El Mundo y El País. "Hay gente mala pero también gente maravillosa que nos trae de comer o nos deja dormir en su casa", saca Paco su sociómetro un día después de que la Policía le confiscara un colchón -"al final tienes que pedir perdón con la boca pequeña"- y mientras recibe de una señora una tableta de turrón de chocolate.

Hablarle a él de fútbol es indecente. Sólo con ver la fotografía de Webb, del pudridero en el que gasta las horas, queda conmocionado. "¿Te acuerdas de la película Rambo? El coronel le pregunta: '¿cómo vas a vivir, John?' Él contesta: 'día a día'. Así estamos nosotros".

Paco cada noche mira a las estrellas, pero no son las de la Champions.

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