Por Sopenilla
No será éste ni el primero ni el último reportaje en el que fútbol y atletismo se entremezclen. Se ha comparado la zancada de Messi con la de Asafa Powell; se ha especulado sobre el futuro del jamaicano de haber nacido en Buenos Aires; se ha comentado la transmutación genética del propio Walcott al pisar el césped del St. Mary’s... Recordemos el caso de Aaron Lennon, fenomenal velocista de Play Station, anterior candidato al título de futbolista más rápido del mundo hace algunas temporadas. Incluso Ashley Young y Gabriel Agbonlahor, las dos balas más rápidas del Aston Villa, fueron noticia en su día tras recibir el visto bueno de su técnico, Martin O’Neill, para realizar un proyecto de I+D+I junto a Michael Johnson, plusmarquista mundial de 400 m.
El fútbol eléctrico de 7º de caballería que se destila en las islas o las habilidades maradonianas del de Rosario parecen haber puesto de relieve en los últimos años la importancia de que un buen manejo de balón se vea acompañado de una mejor punta de velocidad. O viceversa. En cualquier caso, lo que no está tan claro es si la capacidad de aceleración constituye por sí misma una amenaza real de peligro en campo rival o simplemente es un mero dato anecdótico. En otras palabras, la sutil diferencia que hay entre galopar con sentido o hacer de tu banda el lugar de correrías de Forrest Gump.
Comida rápida
Analizada en frío, esta disyuntiva no deja de ser –como tantos otras– una discrepancia más de las que nutren los tratados teóricos sobre este deporte. Ya se sabe, la elaboración de un gol es como la de cualquier menú gastronómico: los hay que optan por la comida rápida y hay quienes gustan de cocinar a fuego lento. Sin embargo, y aun a riesgo de que ambas situaciones prescindan del condimento de la rapidez, no faltan los platos de dudoso gusto en los que la presentación está reñida con llenar el estómago. Aquí van algunos ejemplos parciales, subjetivos e interesados, como sucede con todas las listas.
De David Odonkor, al igual que Walcott, se decía que era capaz de bajar de los 11 segundos en los 100 m. No se sabe si por ello Klinsmann decidió incluirlo a última hora entre los elegidos para vestir la camiseta de la Mannschaft en el Mundial que se disputaba en casa. Tras una participación discreta en la cita, en la que su rol se limitó a ser un revulsivo desde la banca, el jugador de origen ghanés fichó por el Betis sin que a día de hoy la virtud de regatear con un autopase de 4 m. se haya visto acompañada por saber poner un centro medido al área. Quizá sus visitas constantes al quirófano para revisar sus oxidadas rodillas le estén privando de mejor suerte a orillas del Guadalquivir.
Cuando el Atlético fichó a Martin Petrov, el búlgaro venía avalado por su trayectoria previa en el Servette suizo y el Wolfsburgo alemán. Como todo lo que sucede en la ribera del Manzanares, en la que realidad y deseo no se distinguen a menudo, su eclosión se prolongó el tiempo que se lo permitió su físico. Esto es, tres partidos. Tras su recital frente al Barça, su estrella se fue apagando hasta languidecer con el final de la etapa Bianchi y el principio de la era Aguirre, en la que una lesión de ligamentos lo convirtió en carne de traspaso. Hoy, buscado todavía por los aficionados, sobrevive como soldado de fortuna en el Manchester City.
La suerte del búlgaro es asimilable a la de muchos otros. A todos nos viene a la mente el papel de Royston Drenthe en el Europeo sub-21 disputado en Holanda el año 2007. Abanderado de la oranje, vencedora a la postre del torneo, fue nombrado mejor jugador del campeonato, lo que le valió el pasaporte para ingresar en la Casa Blanca. Una tarjeta de presentación que, hasta la fecha, sólo le ha servido para que muchos consideren que el fútbol no es su deporte. Por cierto, peticiones de ese calado no faltan en la red. Ante la incapacidad de Mark González para controlar su potencia, muchos de sus compatriotas no han dudado en instarle a dejar el balompié, haciéndole ver que lo suyo son las pruebas de velocidad.
La enumeración podría extenderse a los múltiples “renaldinhos” –aspirante a crack mediático fichado a golpe de talón televisivo– que han engrosado, temporada tras temporada, las plantillas de la denominada “Liga de las Estrellas”. Desde el mítico Denilson de Oliveira, precursor cicloturista de Robinho de Souza, hasta el no menos mítico Julien Faubert, a quien debemos que tocarse las pelotas sea sinónimo de no hacer nada; pasando por el simpático coreano Lee Chun Soo, destinado a Donosti en plena fiebre amarilla post mundial 2002.
Todos ellos –y alguno que otro más– asomaron por mi cabeza en el momento en que el de Santpedor se pronunció sobre Walcott y su peligrosidad. Creer que en aquel instante estaba dando por sentado semejante corolario a partir de una premisa tan concreta como su rapidez, es algo así como confundir la velocidad con el tocino. A la vista estuvo.
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domingo, 18 de abril de 2010
La velocidad y el tocino
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