Por Halftown
Además de la falta de pelo, Joseph Blatter (now on Twitter) tiene algo más en común con Lex Luthor: su obsesión por la conquista mundial. Para ello la FIFA -esa organización que engloba a más países que la ONU- ha decidido que no sólo mola contar con selecciones pintorescas sino que, además, hay que traer árbitros de todos lados. Y a quién le importa si en algunos de esos sitios no les suena de nada la palabra fútbol.
A finales de 2007, el mismo Blatter se dejó 40 millones de dólares en la creación del Refereeing Assistance Programme. Concebido para preparar a los árbitros de cara al Mundial de Sudáfrica, el RAP está dirigido por tres antiguos árbitros: el jamaicano Peter Prendergast, el salvadoreño Rodolfo Sibrian y el triniteño (esto es, de Trinidad y Tobago) Ramesh Ramdhan. En sus respectivos currículums, según la web World Referee, se encuentran partidos como un Trinidad y Tobago-Haiti, un Islas Caimán-Cuba o un Guyana-Surinam.
Una mirada detenida a la lista de treinta colegiados designados para el Mundial de Sudáfrica nos deja nombres como el de Subkhiddin Mohd Salleh, Joel Antonio Aguilar o Eddy Maillet, procedentes respectivamente de Malasia, El Salvador o las Seychelles, todas ellas grandes potencias futbolísticas. Incluso, en un más difícil todavía más propio de un funambulista borracho que del presidente de un sarao del calibre de la FIFA, Blatter dejó que el partido inaugural del Mundial lo arbitrara un tal Ravshan Irmatov, nacido hace (sólo) 32 años en la ex república soviética de Uzbekistán. Probablemente su designación se deba al fabuloso progreso futbolístico de la liga de aquel país, cuyo pichichi la última temporada fue el mismísimo Rivaldo a sus 38 castañas. El Bunyodkor, el equipo donde juega el brasileño y entrena Scolari, se llevó el campeonato sin perder ni uno de los doce partidos del campeonato.
A la guerra con soldados rasos
Carl Von Clausewitz, el filósofo militar clásico, desarrolló lo que él llamó la teoría del coup d’oeil, el momento de verdad en el que los grandes líderes militares como Alejandro Magno o Napoleón tomaban una decisión estratégica acertada. Esta intuición no sólo requiere una cierta dosis de genio, sino también experiencia de batalla, en la primera línea del frente.
Sobre el papel, todo es muy bonito, colorido y festivo. El problema llega cuando en unos cuartos de final uno se enfrenta a Paraguay y la FIFA va y te casca a un árbitro de Guatemala. Como dice Sámano en su crónica del partido, el ego del mejor colegiado guatemalteco no pudo resistir la tentación de hacer repetir el penalti a Xabi Alonso por invasión del área, mientras dos minutos antes no había aplicado la misma norma en el penalti de Cardozo.
Por eso es que los exóticos árbitros de la FIFA pueden haber pasado años entrenando, leyendo libros, asistiendo a seminarios y pitando partidos de la liga salvadoreña, uzbeca o –si acaso existe- de las islas Seychelles, que nada de eso es comparable a llegar a una semifinal de la Copa del Mundo a cara de perro, con 80.000 espectadores en la grada y millones más pendientes de cada jugada. Se trata de tomar decisiones con consecuencias inmediatas e irreversibles (más sus correspondientes y complejos efectos secundarios) en décimas de segundo. Y para eso no hay más entrenamiento posible que el haberlo hecho ya, bien en la Copa Libertadores latinoamericana, bien en la Liga de Campeones europea.
Desde estas líneas recomendamos fervientemente a Joseph Blatter una lectura detenida de “De la guerra” de Von Clausewitz. Aunque sólo le sirva para aprender que, en las batallas decisivas, se necesita algo más que simples soldados rasos.
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martes, 6 de julio de 2010
Lex Blatter y el coup d’oeil arbitral
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