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miércoles, 7 de diciembre de 2011

La mala racha de Ronnie Wallwork

Por snedecor
Dos policías de incógnito vigilan una conflictiva zona de los suburbios de Manchester. Su objetivo es dar con los autores de un robo a mano armada en un supermercado de Preston, dos peligrosos delincuentes que no dudaron en abrir fuego contra uno de los vigilantes de seguridad que intentó evitar el asalto. Siguen a uno de los atracadores hasta el típico desguace de mala muerte que siempre hay en estos barrios, y entonces se encuentran con un regalito sorpresa: un llamativo Volkswagen Touran entra en el recinto para no salir. Es llamativo porque el coche, un modelo familiar, está en buen estado y no parece lógico llevarlo al desguace. También les resulta llamativo, quizá un poco más, que lleve las matrículas dobladas.

La operación se bifurca, pues pronto queda claro que los atracadores no están relacionados con la trama del coche robado. Unos días después, una amiga del dueño del desguace vende por eBay el motor de un Touran (de ese Touran) a un ciudadano alemán. La mujer ya ha subastado anteriormente piezas de un BMW 318i, que la policía descubre que también era robado, y diversos objetos personales de su amigo. El cerco se estrecha aún más cuando un nuevo vehículo vuelve a ligar las vidas de los sospechosos: un flamante Mazda Furano, recién sustraído de un concesionario, es visto frente al domicilio de la mujer un par de días antes de entrar en el desguace investigado. Su destino parece obvio.

La policía tiene suficientes pruebas para actuar y detiene a ambos. En su defensa, ella alega desconocer la procedencia de los coches y afirma que sólo estaba haciéndole un favor a un amigo de toda la vida que pasa por una mala racha. En el juicio, el hombre se declara culpable de los cargos que se le imputan y reconoce que ha querido obtener dinero ilícitamente a través de la venta de piezas de coches robados. En un intento de rebajar la condena, su abogada insiste en que las circunstancias adversas obligaron a su defendido a tomar el camino equivocado.

Y en parte es verdad que el hombre, de 34 años, está atravesando una mala racha. A finales de 2006 fue apuñalado en un bar por el ex-novio de su pareja, y las secuelas físicas y psicológicas de aquel ataque hicieron que acabara perdiendo su empleo en 2008. Luego dos negocios se le han ido a pique en poco más de dos años, llevándose sus ahorros de media vida. Y ahora su intento de estafa se ha descubierto de rebote. Desde luego todo le iba mejor en su anterior trabajo, antes de que aquel gilipollas de 20 años le clavara un cuchillo en la espalda y el abdomen.

De Old Trafford al talego

Aunque, para hacer honor a la verdad, cuando sufrió el intento de homicidio la carrera futbolística de Ronnie Wallwork ya estaba en su cuesta abajo. De ser titular en la última selección medio decente que Inglaterra ha presentado en un Mundial juvenil, aquella de Malasia’97 con Owen, Carragher y compañía, pasó a no ser capaz de convencer a Sir Alex Ferguson para quedarse en el Manchester United y a iniciar el típico rosario de cesiones y traspasos que te llevan de debutar en Champions y festejar una Intercontinental a que no te quieran ni en League One.

En todos esos años, una sombra, la depresión que le provocó la muerte de su madre en 2003; y una luz: fue elegido Jugador del Año del West Brom en la temporada 2004/2005, en la que el equipo logró una agónica salvación en la Premier League. Tras caer en desgracia en The Hawthorns, Barnsley y Huddersfield fueron sus destinos posteriores, reclamado en ambos casos por el mismo manager, Andy Ritchie. Pero en Barnsley sufrió el ataque de celos de aquel impresentable y apenas jugó un par de encuentros; y en Huddersfield, donde sí se hizo un hueco en el once, se topó con la norma inglesa que impide enlazar cesiones durante más de 90 días. Luego llegó libre al Sheffield Wednesday, pero sólo jugó siete partidos en cuatro meses. Su último intento de reengancharse al fútbol fue un fiasco: no pasó el periodo de prueba con el Carlisle United, y Ronnie decidió retirarse aquel mes de agosto de 2008. Estaba a punto de cumplir los 31, y ya sabemos cómo le ha ido después.

Claro que, quién sabe, todo podría haber sido muy diferente. Diez años antes de su retirada, el entonces prometedor Wallwork fue cedido al Royal Antwerp, club asociado al Manchester United al que Ferguson usaba como destino para que sus jóvenes se foguearan. Ronnie aterrizó en Bélgica junto a Danny Higginbotham, y no se puede decir que los chavales ingleses no se implicaran al máximo con su equipo de acogida: tras perder el play-off de ascenso a Primera detectaron rápidamente al culpable de la derrota y agredieron brutalmente al árbitro.

Higginbotham fue sancionado por un año; a Ronnie Wallwork, que agarró por el cuello al colegiado, le prohibieron jugar a perpetuidad en cualquier país afiliado a la FIFA, aunque luego la sanción se redujo a un año de inhabilitación en Bélgica. Visto con el tiempo, quién sabe si no habría sido mejor que Wallwork hubiese iniciado entonces una nueva vida lejos del fútbol. Ahora tendrá 15 meses entre rejas para pensar en cómo reconducir su futuro.

martes, 27 de julio de 2010

Revisitando al futbolista Cantona

Por Halftown
He cambiado de desodorante. La razón es sencilla: se me acabó el que tenía, y cuando fui al supermercado compré uno de la marca L’Oréal.
Esto no tendría mayor interés si no fuera porque elegí la marca francesa al recordar la campaña de publicidad que lo ha lanzado, un spot protagonizado por el ídolo de Old Trafford, genio bestial para unos, bestia genial para otros: Éric Cantona.



Retirado hace la friolera de trece años –los chavales de la generación xaviniesta probablemente jamás le hayan visto sobre un terreno de juego- Éric Cantona es sin duda uno de los futbolistas más talentosos, carismáticos y malditos que se recuerdan.
El subconsciente colectivo ha archivado la imagen de King Éric, con el pelo rapado al cero, la camisa roja del United y el cuello subido en plan desafiante. Pero poca gente recuerda al Cantona que dio tumbos en la liga francesa –final de Copa de Europa con el Marsella sentado en la grada incluida- y que, sobre todo, fracasó estrepitosamente en la selección.

Cuando Cantona abandonó la selección bleue, su ficha mostraba 20 goles marcados en 45 partidos jugados. Una cifra que, a priori, nos habla de una estrella con su país. Lejos de ello, Éric perteneció a esa generación francesa que se quedó en blanco, a caballo entre las francias gloriosas de Platini y de Zidane. Aquel equipo de los Papin, Sauzée o Ginola fracasó por todo lo alto en la Euro ’92 (comandados por ese penoso entrenador llamado Michel Platini) y se quedó a las puertas de meterse en el Mundial de Estados Unidos.
Aquella noche de noviembre de 1993 en el Parque de los Príncipes de París quedó grabada a fuego en la imagen de Cantona en su propio país. A falta de dos partidos para acabar el grupo de clasificación, Francia necesitaba un punto en dos partidos, en los que recibía a Israel y Bulgaria. El partido contra Israel lo perdieron después de ir ganando 2-1 hasta el minuto 83. En el partido definitivo, los franceses se adelantaron con gol de Canto, y acabaron perdiendo en el tiempo de descuento, tras una estúpida pérdida de balón de Ginola en área contraria.

Poco importa que aquella generación de oro búlgara llegara hasta las semis del Mundial: la cabeza del seleccionador Houllier fue inmediatamente guillotinada. David Ginola jamás recuperó su condición de indiscutible con Francia.
Cantona, en cambio, fue nombrado capitán de la selección por el nuevo seleccionador, Aimé Jacquet. Sin embargo, los ocho meses de sanción por darle una patada a un espectador inglés, sumados a la ascensión imparable de Zinédine Zidane, acabaron por enterrar su carrera internacional. Por cierto, los dos genios marselleses sólo coincidieron dos veces –sendos empates- llevando el gallo sobre el pecho.

Trabajar para el enemigo

Mucho antes de convertirse en el mejor jugador al otro lado del Canal, Éric Cantona las vio de todos los colores en su país. Pasó por siete equipos en diez años, y le dio tiempo a ser el discípulo favorito del mítico Guy Roux, odiarse íntimamente con Bernard Tapie, hacerse copain de Laurent Blanc, y enemigo eterno de Didier Deschamps, al que consideraba un aguador vestido de futbolista.

En enero de 1992, cuando Canto dio el salto a Inglaterra, su intención era irse lo más lejos de Francia como fuera posible. El destino elegido: la entonces ascendente liga japonesa. El problema es que el mercado de enero ya había cerrado allí, y sólo quedaba la opción de probar en la Premier. Se fue al Sheffield Wednesday, que le ofreció un periodo de prueba como si fuera un juvenil, y acabó firmando con el Leeds, al que ayudaría a llevarse liga y copa. Sin embargo, su míster de entonces, el inglés Howard Wilkinson, decidió librarse del temperamental jugador francés, y lo vendió por unos ridículos 1,2 millones de libras a Alex Ferguson. El Leeds acabó la siguiente temporada decimoséptimo, y Cantona volvió a llevarse la Premier, esta vez como red devil.
En 1996 Éric tendría su revancha, al endosarle un 4-0 al Leeds que le costó el puesto a su entrenador.

El 7 del United, adoptado por Old Trafford como heredero de George Best, se retiró por sorpresa en 1997, aburrido de acumular títulos personales y colectivos en Inglaterra, mientras encadenaba fracasos en Europa.

Cantona, marca registrada

Cuando en 2008 Nicolas Sarkozy lanzó en Francia el debate sobre la identidad nacional, Cantona lo dejó bien claro: ser francés supone ser revolucionario. Más allá de ser la primera superestrella extranjera en el fútbol inglés –inventando una posición, la de nueve y medio, que luego elevaría a nuevas cotas el Flying Dutch, Dennis Bergkamp-, la verdadera revolución de Éric fue ser el primero en convertir su nombre en una marca.
A lo largo de los últimos quince años, Cantona™ ha anunciado cuchillas de afeitar, loterías, videocámaras, apuestas online, té helado, zapatillas deportivas, coches y el ya citado desodorante. Pero si ha habido alguien que ha sabido explotar la marca Cantona, ha sido Nike. La marca americana, cuyo posicionamiento irreverente parecía modelado a partir de la personalidad del propio jugador, ha sabido explotar la oportunidad a tope, primero con Canto como protagonista de sus campañas, luego como padrino del resto de estrellas.

Aunque quizás lo más fascinante es que Cantona, la marca, ha sobrevivido a Éric, el futbolista, hasta hacerle sombra. Acaso porque el único capaz de eclipsar a King Éric es el propio Cantona.

jueves, 17 de junio de 2010

Tim Howard, un portero contra el Tourette

Por Nunn
Oliver Sacks, autor de algunas de las líneas escritas que más me han apasionado en esta vida, describe en 'Un antropólogo en Marte' el caso de un cirujano con síndrome de Tourette. Con la prosa sensible y periodística del neurólogo, podemos adentrarnos en un mundo que cuesta entender más que ninguno, el de una enfermedad que tira de un hilo invisible del que la porta, un hilo que le obliga a gritar tacos, maldiciones e incongruencias, a moverse con unos tics infernales, histriónicos y terroríficos.

Ninguna enfermedad me parece tan apasionante como el Tourette. Y ninguna tan aparentemente incontrolable. Por eso, que un cirujano, maestro de la precisión y la templanza, pudiera ejercer su oficio, como cuenta Sacks, con extraordinaria efectividad sólo puede ocurrir desde el terreno de lo milagroso. O no.

Explica Sacks que el cirujano puede trabajar por una cuesión de ritmo. Que su mente es capaz de hallar una concentración imposible de mantener siempre, en la que crea un ritmo imperturbable, ni siquiera interrumpido por ese hilo que tira de su cuerpo y su alma con resultados tan visibles para todos. Así, el cirujano puede operar como el mejor o pilotar un avión.

Tics ante millones de espectadores

Hay muy pocos deportistas con Tourette y todos encierran cierta leyenda. Los que padecen la enfermedad se convierten en obsesivos, repiten y repiten hasta llegar a alguna parte que calme los efectos de la enfermedad. Uno es Mahmoud Abdul-Raouf, famoso jugador de la NBA que se hizo célebre por negarse a escuchar de pie el himno norteamericano durante la primera Guerra de Irak. Acabó repudiado, y últimamente jugaba en Arabia Saudí y era el imán de una mezquita en su Guulfport natal, en el Mississippi profundo..

Tim Howard, portero de Estados Unidos en el Mundial y del Everton el resto del año, tiene Tourette. Cuando fichó por el Manchester United los tabloides ingleses lo llamaron "retrasado", "discapacitado", "zombie". Posiblemente, los tipos que escribieron aquello sigan trabajando. Es una lástima.

En un reportaje para '60 Minutos' de la CBS en 2005, Howard habla abiertamente de su enfermedad, de cómo ha batallado la incomprensión y la ignorancia con valentía, y de cómo lo sigue haciendo. De cómo ha sido capaz de controlar gran parte de los efectos de su enfermedad, y, sobre todo, de cómo ha conseguido ser un deportista de talla mundial y se ha puesto voluntariamente en el foco de la atención arrasando los prejuicios. En un mundo tan superficial como el del deporte profesiuonal Howard es una bella rara avis. Para cualquiera resulta difícil mantener cierto nivel de relaciones sociales con este mal. Los tics son irritantes y cómicos, y resulta complicado exhibirlos y ser inmune a la reacción del de enfrente. Howard se expuso más que ninguno, pues los que le miran son millones. Y ganó.

Howard es profundamente religioso, como el musulmán Abdul-Raouf, que cambió su nombre del original Chris Jackson. A través de sus creencias revirtió una infancia de risas y cuchicheos a sus espaldas en una madurez exitosa y valiente. Luchó contra los tics y los venció.

Dicen que Mozart, Napoleón o Moliére lo tenían, y en España el gran Quim Monzó lo padece. Parece una enfermedad de genios, entonces. Seguro que ningún periodista de tabloides ingleses la tiene. Ya se nota.

viernes, 23 de octubre de 2009

Giggs: back in black


Por Halftown
Todo el mundo ama a Ryan Giggs. Sea por la elegancia de su pie izquierdo, por mantenerse fiel a la misma camiseta durante toda su carrrera, o por liderar una selección sin esperanza, es de los pocos futbolistas unánimemente reconocidos por público y prensa. Incluso me atrevería a decir que, como Sean Connery, mejora con los años.

Lo que nadie sabe es que, además, Ryan Giggs es mulato. Tal cual lo leen. Su padre, Danny Wilson, era un jugador de rugby negro, cuyo abuelo venía de Sierra Leona. Sus hijos, Ryan y Rhodri, nacidos en Gales, se fueron con él a Manchester cuando Danny fichó por el Swinton Lions. Los niños ingleses, poco acostumbrados entonces a ver mulatos en el patio, les puteaban. Lo que ahora los horteras llaman bullying.

Su hermano Rhodri, cuatro años menor, intentó ser futbolista profesional, pero se quedó en el camino, pasando por las regionales inglesas, la liga galesa –donde jugó UEFA con el Bangor- y una penúltima morbosa parada en el FC United de Manchester, ese club que montaron unos aficionados cabreados con la venta del ManU al multimillonario Glazer. Entre medias, ha sido arrestado en alguna ocasión, y hasta ha pasado por la cárcel acusado de agresión sexual.

Entre Cardiff y Freetown

El día que Ryan cumplía 14 años, un tal Alex Ferguson apareció en la puerta de su casa, y se lo llevó al United por 29,50 libras a la semana. Poco después, en 1989, el todavía Ryan Wilson -al divorciarse sus padres más tarde, los chavales se quedarían con el apellido de su madre Lynne- defendió a la selección inglesa de colegios contra Alemania en el estadio de Wembley. Sin embargo, al no tener ningún antepasado inglés, fue imposible convocarlo con los pross para la sub-21; sólo era elegible por Gales... o por Sierra Leona.

Casi dos décadas después de su debut, Giggs sigue siendo un crack de perfil bajo, un tipo poco amigo de los medios, algo a lo que le acostumbró Ferguson cuando le prohibió conceder entrevistas hasta que no hubo cumplido los 20.

Desde 2006, sin embargo, Giggs es embajador de buena voluntad de UNICEF. Así, el pasado día 5 cogió los bártulos y se fue a Binkolo, en la Sierra Leona natal de su abuelo, para concienciar al personal del peligro del sida, y de la necesidad de utilizar preservativos (atención a la demostración práctica sobre un palo que aparece en el vídeo). Los niños debieron alucinar cuando les contó que él también era un poquito sierraleonés.

Desde su debut con el primer equipo de los red devils en la 90-91 sustituyendo al lesionado y también mítico Dennis Irwin, Ryan Giggs es una leyenda que acumula títulos colectivos y marcas personales, algunas tan estrambóticos como ser el único jugador que ha marcado al menos un gol por temporada desde la creación de la Premier League en 1992.

Un futbolista de los buenos de verdad, Ryan Giggs. Le vamos a echar de menos cuando se vaya.

martes, 22 de septiembre de 2009

City-ManU, 3 piernas rotas y un hueso de pollo



Por Rocheteau
No trago al Manchester United. Será por ese aire de superioridad de bibliotecario raspa de Ferguson, por esa atroz camiseta de rugby a 13 o quizás sólo porque en el fútbol, como en los bares, siempre hay uno que te cae muy mal en cuanto echas el primer vistazo a la barra. Por la caspa en la chaqueta, los carrillos colorados o su puta manía de mascar chicle con la boca abierta. En el caso de Ferguson, por las tres cosas.

El ManU volvió a hacer de ManU el domingo. Jugando con los titulares contra un City sin Adebayor, consiguió que el árbitro anunciase 4 minutos de descuento (y diese 6) en un segundo tiempo sin expulsiones ni pérdidas de tiempo, ganó con un gol que la gente atribuye a Michael Owen pero que fue del pase de Ryan Giggs (lo único, junto con alguna camiseta collector de George Best, que merecería la pena salvar de un incendio en Old Trafford),

Todo el mundo se ha escandalizado con el supuesto "directo a la mandíbula" que el único jugador del mundo a la vez sin cuello ni cerebro (Craig Bellamy) habría lanzado a un seguidor del United que saltó al campo. Sinceramente, a mí me parece más bien un cachete (ver vídeo). El caso es que sin entrar en si lo de Bellamy fue un uppercut o una caricia (como el aborto, las treguas de ETA o la foto de Coppi e Bartali, todo es cuestión de opiniones), estamos exagerando.

No sólo porque cuando el galés se enfada de verdad prefiere cascarle a la gente con palos de golf (que le pregunten al noruego Riise, que se llevó en las piernas un hierro 5 del amigo Bellamy sólo por no afinar en un karaoke), sino porque lo de ayer no fue nada comparado con los buenos derbys de Manchester.

Policías en el vestuario

Marzo de 1974. Mike Doyle y Lou Macari, ambos del Manchester City, son expulsados. El testarudo Macari, de origen italiano, y Doyle, un clásico de los celestes que jugó 13 temporadas con los de "Superbia in Proelio", decidieron que no dejaban el campo. Y allí se quedaron. Los árbitros enviaron a los vestuarios a los otros 22 hasta que Macari y Doyle cedieron. Entonces, colocaron a dos policías en la puerta del vestuario para que no podieran volver a salir.

George Best también tuvo su arrancada chechena en 1970, cuando le rompió la pierna al anónimo Glyn Pardoe. Lo peor no fue eso, sino que los médicos estuvieron a punto de amputársela del estado en que quedó. Pardoe es sólo uno más de los jugadores que entraron futbolistas a un derby de Maine Road, como se le conocía antiguamente, y salieron jubilados. Como Alf Inge Haaland, al que Roy Keane dejó como una mina antipersonal en 2001.

No son los únicos mártires del City. Otro famoso es Colin Bell. En 1975, el capitán del United, Martin Buchanan (carnicero en inglés: butcher), pagó su frustración por una derrota por 4-0 rompiéndole la pierna. Cuentan las crónicas que años después estaba sentado a una mesa de varias personas intentando entablar conversación con un conocido actor, Kevin Kennedy. Mientras Buchanan sacaba su mejor repertorio de chistes, Kennedy, sin decir nada, le pasó un plato con un muslo de pollo partido, con una nota: "La pierna de Colin Bell".

Y ya llegamos al momento cumbre de la inquina rojo-celeste. 27 de abril de 1974. Denis Law, escocés y antigua estrella del ManU, juega sus últimos años de carrera con el City. Los diablos rojos pueden caer a la segunda división en caso de derrota. Su defensa parece una colección de postes telegráficos. Lee cruza un pase entre cuatro piernas y encuentra a Law, cuyo instinto gira sutilmente y bate a Alex Stepney de un humillante taconazo. Law elude festejar el gol, rodeado del júbilo de sus compañeros.

Lo peor llegó al final del partido. Mirad el vídeo en el que se le ve caminar, cabizbajo y apenado, hacia los vestuarios, mientras miles de fans invaden el campo festejando el descenso a los infiernos del odiado vecino. Denis Law salió con sus dos piernas intactas. Pero él tampoco volvió a vestir la camiseta del City.