Por Miguel Bujalance
He querido titular este artículo ‘memoria sentimental’ por una sencilla razón, carece de cualquier rigor periodístico, no he buscado fuentes ni he cotejado datos, simplemente se basa en recuerdos, así que adelanto mis disculpas ante aquellos puristas que puedan descubrir algún error de fechas o contenidos. La verdad es que me da realmente igual. Fernando Gabriel Cáceres fichó por el Real Zaragoza en la temporada 1993/94. Su entrenador, Víctor Fernández, se había consolidado en el puesto después de que Alfonso Solans senior confiara en aquel jovencísimo preparador, con una carrera futbolística mediocre, para salvar al equipo del descenso a Segunda División. Objetivo que logró en el último suspiro, en una agónica promoción frente al Murcia.
Por aquel entonces, la ley Bosman no estaba vigente, el cupo de extranjeros residía por entero en el lobby suramericano. Los elegidos eran los siguientes: El uruguayo Gustavo Poyet -una ganga que costó menos de 30 millones de pesetas-, que se confirmaba como un gran llegador tras unos inicios desoladores; el argentino Darío Franco -elegido mejor jugador de la última Copa América y futbolista más destacado de la anterior campaña- se recuperaba de una gravísima lesión que le impediría para siempre jugar en la élite y un joven insolente con futuro, cedido por el Real Madrid, que sería uno de los mejores delanteros de Europa: Juan Eduardo Esnaider. Aquel equipo que empezaba a jugar muy bien al fútbol necesitaba apuntalar la defensa y aquel verano fichó a un central de 24 años llamado Fernando Cáceres, procedente de River.
El negro destacaba por una extraordinaria colocación, que limaba sus deficiencias técnicas. Nunca era el mejor del partido, pero sus actuaciones lograban que aquella defensa tan vaporosa fuera solvente, especialmente cuando este anárquico y fabuloso equipo atacaba con tres puntas. En los tiempos en los que se habla del doble pivote o, incluso del trivote, aquel Zaragoza jugaba con Aragón como único organizador. Ganaba todos sus partidos en La Romareda, incluso llegó a golear en aquella temporada a los dos grandes (6-3 al Barca del Dream Team y 4 a 1 al Real Madrid) y, como genial escuadra mediana, solía perder fuera.
¡Qué gol, Dios santo!
Tras ganar la Copa del Rey en los penaltis, en una final épica con el Celta de Cañizares, el equipo se preparó para disputar la Recopa de Europa. Cáceres nunca se lesionaba y fue una figura fundamental en el trascurso de las eliminatorias. Sufrió en la dura remontada ante el Feyenoord y aguantó con galones de capitán general el 3 a 0 de la ida en el campo del Chelsea. En la final, esperaba el Arsenal. Para la historia, el gol de Nayim, aunque fue Cáceres quien mantuvo a raya el empuje de los británicos.
Al año siguiente, el equipo perdió la chispa y empezó a acomodarse. Esnaider era fichado por el Madrid y la cuesta abajo de extraordinarios jugadores como Pardeza e Higuera (mi ídolo, con su barriga cervecera y maradoniana) resultaba inevitable. Permítanme una licencia: la primera vez que acudí a un estadio fue para ver al Zaragoza jugar contra el Real Madrid en el Bernabéu. El equipo maño se adelantó con gol de Higuera, el Madrid remontó con tres goles (dos de penalti, muy dudosos, debo decirlo) y, en el último minuto, Higuera marcó un gol absolutamente maravilloso. Qué gol, dios santo. Recuerdo estar sentado en la parte más alta y barata con unos amigos, primerizos todos en el estadio, junto a un tipo que me atufaba con su puro y gritaba una y otra vez: ¡Arbitro, cucaracha! La poesía de fútbol.
Aquella temporada, con el equipo en descomposición, un Víctor Fernández discutido y con dos prometedores delanteros aun verdes (Morientes y Dani) el Zaragoza sufriría para mantenerse en Primera. Había que hacer caja y se vendió a Cáceres, creo que al Boca Juniors. El jugador volvería pronto a España por un precio mucho más elevado de mano del Valencia. Poco después, ficharía por el Celta de su antiguo entrenador y acabaría dignamente su carrera en Europa.
Vayas donde vayas, negro, que te vaya bien.
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He querido titular este artículo ‘memoria sentimental’ por una sencilla razón, carece de cualquier rigor periodístico, no he buscado fuentes ni he cotejado datos, simplemente se basa en recuerdos, así que adelanto mis disculpas ante aquellos puristas que puedan descubrir algún error de fechas o contenidos. La verdad es que me da realmente igual. Fernando Gabriel Cáceres fichó por el Real Zaragoza en la temporada 1993/94. Su entrenador, Víctor Fernández, se había consolidado en el puesto después de que Alfonso Solans senior confiara en aquel jovencísimo preparador, con una carrera futbolística mediocre, para salvar al equipo del descenso a Segunda División. Objetivo que logró en el último suspiro, en una agónica promoción frente al Murcia.
Por aquel entonces, la ley Bosman no estaba vigente, el cupo de extranjeros residía por entero en el lobby suramericano. Los elegidos eran los siguientes: El uruguayo Gustavo Poyet -una ganga que costó menos de 30 millones de pesetas-, que se confirmaba como un gran llegador tras unos inicios desoladores; el argentino Darío Franco -elegido mejor jugador de la última Copa América y futbolista más destacado de la anterior campaña- se recuperaba de una gravísima lesión que le impediría para siempre jugar en la élite y un joven insolente con futuro, cedido por el Real Madrid, que sería uno de los mejores delanteros de Europa: Juan Eduardo Esnaider. Aquel equipo que empezaba a jugar muy bien al fútbol necesitaba apuntalar la defensa y aquel verano fichó a un central de 24 años llamado Fernando Cáceres, procedente de River.
El negro destacaba por una extraordinaria colocación, que limaba sus deficiencias técnicas. Nunca era el mejor del partido, pero sus actuaciones lograban que aquella defensa tan vaporosa fuera solvente, especialmente cuando este anárquico y fabuloso equipo atacaba con tres puntas. En los tiempos en los que se habla del doble pivote o, incluso del trivote, aquel Zaragoza jugaba con Aragón como único organizador. Ganaba todos sus partidos en La Romareda, incluso llegó a golear en aquella temporada a los dos grandes (6-3 al Barca del Dream Team y 4 a 1 al Real Madrid) y, como genial escuadra mediana, solía perder fuera.
¡Qué gol, Dios santo!
Tras ganar la Copa del Rey en los penaltis, en una final épica con el Celta de Cañizares, el equipo se preparó para disputar la Recopa de Europa. Cáceres nunca se lesionaba y fue una figura fundamental en el trascurso de las eliminatorias. Sufrió en la dura remontada ante el Feyenoord y aguantó con galones de capitán general el 3 a 0 de la ida en el campo del Chelsea. En la final, esperaba el Arsenal. Para la historia, el gol de Nayim, aunque fue Cáceres quien mantuvo a raya el empuje de los británicos.
Al año siguiente, el equipo perdió la chispa y empezó a acomodarse. Esnaider era fichado por el Madrid y la cuesta abajo de extraordinarios jugadores como Pardeza e Higuera (mi ídolo, con su barriga cervecera y maradoniana) resultaba inevitable. Permítanme una licencia: la primera vez que acudí a un estadio fue para ver al Zaragoza jugar contra el Real Madrid en el Bernabéu. El equipo maño se adelantó con gol de Higuera, el Madrid remontó con tres goles (dos de penalti, muy dudosos, debo decirlo) y, en el último minuto, Higuera marcó un gol absolutamente maravilloso. Qué gol, dios santo. Recuerdo estar sentado en la parte más alta y barata con unos amigos, primerizos todos en el estadio, junto a un tipo que me atufaba con su puro y gritaba una y otra vez: ¡Arbitro, cucaracha! La poesía de fútbol.
Aquella temporada, con el equipo en descomposición, un Víctor Fernández discutido y con dos prometedores delanteros aun verdes (Morientes y Dani) el Zaragoza sufriría para mantenerse en Primera. Había que hacer caja y se vendió a Cáceres, creo que al Boca Juniors. El jugador volvería pronto a España por un precio mucho más elevado de mano del Valencia. Poco después, ficharía por el Celta de su antiguo entrenador y acabaría dignamente su carrera en Europa.
Vayas donde vayas, negro, que te vaya bien.
Y pensar que mientras Cáceres levantaba la Recopa, el hijo de la gran puta que le ha metido una bala estaba naciendo en Buenos Aires...
ResponderEliminarSólo pude verlo jugar en el único superclásico al que asistí. Fue, si mal no recuerdo, el 11, el 13 o 16 de octubre del ´92. En realidad, poco importa. Ese domingo caluroso comenzaba a definir al campeón. Boca estaba puntero y en 2 do lugar, el enorme River.
ResponderEliminarTuve el placer de ver la fiesta más maravillosa del mundo del fútbol. Desgraciadamente perdimos. Ese día, Perdimos 1-0 con gol del provinciano cisplatino, uruguayo para otros, Sergio "manteca" Martínez. River, en los pies de Hernán "la hormiga" Díaz (otro de los compañeros de Fernando en aquel recordado Mundial ´94, robado por la FIFA y los rompe ilusiones del poder nefasto) falló en un penal que fue detenido por el gigante Carlos Fernando Fernando Navarro Montoya. Esa tarde, estuvieron los jugadores del Sevilla con Simeone y Diego a la cabeza preparándose para 2 amistosos. En realidad, nos otorgaron, una pena máxima que no fue tal. Pero lo que no podré olvidar jamás, es la mano alevosa !!! que hizo Fernando en el área de River. Clarísimo penal que no observó el juez Juan Carlos Loustau y, obviamente no sancionó. Una magia de Cáceres, que quedará en mis recuerdos.
Espero que puedas salir de esta. Diste mucho por nuestra camiseta celeste y blanca y por la de River. Solo quiero no derramar lágrimas de dolor y que puedas hacer lo que hiciste siempre cuando fuimos arremetidos de furia por el rial: seguir defendiendo el arco de tu vida. Que no sea gol, por favor... el negro la va a sacar. No va a entrar esta vez. Falta mucho para el final del partido. Ese que nos toca a todos, indefectiblemente...
Solo quería dejar mis emociones argentinas, a otro gran compatriota.
SERGIO. sergiodebera@hotmail.com