Por Halftown
Hay que ponerse en su lugar: tipos ricos y famosos, que por lo general no saben hacer otra cosa que jugar con un balón. Se puede enteder hasta cierto punto el vértigo antes de la retirada. Esa punzada de orgullo que te empuja a seguir pateando el balón. Debe ser jodido anteponer la realidad del juego a la vanidad personal.
Y es que no hay cosa más triste que ver a jugadores que han hecho vibrar a uno con su talento, arrastrándose sobre el césped años más tarde. La cantinela me viene a la cabeza cada vez que veo imágenes de Ronaldo Nazario de Lima, aunque guarde el suficiente instinto asesino como para seguir haciendo goles a pesar del lastre que arrastra a la altura del estómago. Aunque lo de Ronaldo se explica porque su exilio brasileño es para él la vuelta a casa después de años pasando frío en Europa. Allí le pagan bien, entrena poco, sale de fiesta cuando quiere, y encima le ríen las gracias.
George Foreman, que se bajó del ring a los 48 años, decía que la cuestión no es a qué edad retirarse, sino con cuánta pasta en el banco. Quizá por eso el brasileño Zico, después de toda una carrera en Brasil, se marchó a Japón a llenar los bolsillos de yenes con 38 primaveras, lejos ya de sus mejores años de fútbol. Y todavía peor lo hizo el mismísimo Johan Cruyff, que no sólo se marchó a Estados Unidos a hacer lo que mejor sabe (pista: no es jugar al fútbol), sino que después tuvo el cuajo de volver a España, a vestir otra camiseta azulgrana, la del Levante, durante diez penosos partidos. Le pagaron 25 millones de pesetas por no conseguir el ascenso a Primera.
Aunque posiblemente la subespecie más deleznable es la de los jugadores con talento a los que, sencillamente, no les gusta el fútbol. El último de esta estirpe, y quizá uno de los casos más sangrantes, es el de la zurda de oro de Bilbao, Fran Yeste. Un tipo que durante su
carrera en San Mamés ha repartido magia e indolencia a partes iguales. Un jugador que, con un poco más de fuerza de voluntad, habría llegado a un equipo de Champions. Porque irse a arrastrarse a Dubai a los 36 años como Cannavaro –pese a que todavía tuvo los coglioni de jurar que se iba allí por motivos deportivos- es entendible, pero a un chaval que con treinta años da un portazo y se va a jugar a los Emiratos Árabes Unidos no puede gustarle el fútbol. O no tanto como el dinero.
Luego, eso sí, meterá goles como éste, que el Marca sacó en portada anunciando un "golazo" de Yeste. Viendo las cinturas a lo Robocop que gastan los defensas, lo mismo Cannavaro no desentona en los Emiratos...
Yeste comparte liga con Fernando Baiano, delantero que pasó por Málaga, Celta y M
urcia y que firmó un contrato en los Emiratos de 2,5 millones de euros anuales a la edad de 29 años. Aunque si de edad se trata, el récord es el del brasileño Leonardo, que después de volver a su país con el rabo entre las piernas tras fracasar en Valencia, se fue con 25 años a jugar dos temporadas en la J-League. Mucho se tuvo que aburrir allí para decidir fichar por el París Saint Germain. También es cierto que en aquella época el PSG no era el asilo de futbolistas en el que se ha convertido hoy.
Al otro lado de la balanza están ese pequeño grupo de jugadores que sabe decir adiós en el momento oportuno. Son muy pocos, pero muy grandes: Paolo Maldini, Dennis Bergkamp o Alan Shearer se fueron por voluntad propia, contra la voluntad de su clubs, y a pesar de las ofertas para irse a un retiro dorado.
Caso aparte es el de Zinedine Zidane, que lo dejó con 34 años, cuando daba la sensación de que le quedaba cuerda para, al menos, una última temporada. Su despedida en un duelo al sol con un villano como Materazzi fue impropia de un talento como el del francés.
Aunque el paradigma de retirada por todo lo alto es Frank Rijkaard, que dejó de jugar al fútbol después de ganarle la Copa de Europa a querido AC Milan cuando jugaba en aquel Ajax de 1995.
Dejamos para el final a los jugadores que han jugado en los mejores campos, han apilado título sobre título, recibido el aplauso unánime de público y prensa, y sin embargo siguieron jugando al fútbol por amor al arte, lejos de los focos y del bullicio del fútbol de élite.
Por ejemplo, es fantástico ver a un tío con dos finales y una Copa del Mundo como Aldair sigue jugando al fútbol, a punto de cumplir 45 años, en el Murata de San Marino. Lo hace porque su amigo Massimo Agostini es el entrenador del club. El mismo motivo por el que uno de los delanteros con más gol de los 90, el francés Papin, volvió a calzarse las botas en 2009, a los 46 años, para seguir metiendo goles en la décima división francesa. Al fin y al cabo, es lo que mejor sabe hacer en la vida.
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