martes, 31 de agosto de 2010

Más que mil victorias

Por Halftown
Hay que ponerse en su lugar: tipos ricos y famosos, que por lo general no saben hacer otra cosa que jugar con un balón. Se puede enteder hasta cierto punto el vértigo antes de la retirada. Esa punzada de orgullo que te empuja a seguir pateando el balón. Debe ser jodido anteponer la realidad del juego a la vanidad personal.

Y es que no hay cosa más triste que ver a jugadores que han hecho vibrar a uno con su talento, arrastrándose sobre el césped años más tarde. La cantinela me viene a la cabeza cada vez que veo imágenes de Ronaldo Nazario de Lima, aunque guarde el suficiente instinto asesino como para seguir haciendo goles a pesar del lastre que arrastra a la altura del estómago. Aunque lo de Ronaldo se explica porque su exilio brasileño es para él la vuelta a casa después de años pasando frío en Europa. Allí le pagan bien, entrena poco, sale de fiesta cuando quiere, y encima le ríen las gracias.
George Foreman, que se bajó del ring a los 48 años, decía que la cuestión no es a qué edad retirarse, sino con cuánta pasta en el banco. Quizá por eso el brasileño Zico, después de toda una carrera en Brasil, se marchó a Japón a llenar los bolsillos de yenes con 38 primaveras, lejos ya de sus mejores años de fútbol. Y todavía peor lo hizo el mismísimo Johan Cruyff, que no sólo se marchó a Estados Unidos a hacer lo que mejor sabe (pista: no es jugar al fútbol), sino que después tuvo el cuajo de volver a España, a vestir otra camiseta azulgrana, la del Levante, durante diez penosos partidos. Le pagaron 25 millones de pesetas por no conseguir el ascenso a Primera.

Aunque posiblemente la subespecie más deleznable es la de los jugadores con talento a los que, sencillamente, no les gusta el fútbol. El último de esta estirpe, y quizá uno de los casos más sangrantes, es el de la zurda de oro de Bilbao, Fran Yeste. Un tipo que durante su
carrera en San Mamés ha repartido magia e indolencia a partes iguales. Un jugador que, con un poco más de fuerza de voluntad, habría llegado a un equipo de Champions. Porque irse a arrastrarse a Dubai a los 36 años como Cannavaro –pese a que todavía tuvo los coglioni de jurar que se iba allí por motivos deportivos- es entendible, pero a un chaval que con treinta años da un portazo y se va a jugar a los Emiratos Árabes Unidos no puede gustarle el fútbol. O no tanto como el dinero.
Luego, eso sí, meterá goles como éste, que el Marca sacó en portada anunciando un "golazo" de Yeste. Viendo las cinturas a lo Robocop que gastan los defensas, lo mismo Cannavaro no desentona en los Emiratos...

Yeste comparte liga con Fernando Baiano, delantero que pasó por Málaga, Celta y M
urcia y que firmó un contrato en los Emiratos de 2,5 millones de euros anuales a la edad de 29 años. Aunque si de edad se trata, el récord es el del brasileño Leonardo, que después de volver a su país con el rabo entre las piernas tras fracasar en Valencia, se fue con 25 años a jugar dos temporadas en la J-League. Mucho se tuvo que aburrir allí para decidir fichar por el París Saint Germain. También es cierto que en aquella época el PSG no era el asilo de futbolistas en el que se ha convertido hoy.

Al otro lado de la balanza están ese pequeño grupo de jugadores que sabe decir adiós en el momento oportuno. Son muy pocos, pero muy grandes: Paolo Maldini, Dennis Bergkamp o Alan Shearer se fueron por voluntad propia, contra la voluntad de su clubs, y a pesar de las ofertas para irse a un retiro dorado.
Caso aparte es el de Zinedine Zidane, que lo dejó con 34 años, cuando daba la sensación de que le quedaba cuerda para, al menos, una última temporada. Su despedida en un duelo al sol con un villano como Materazzi fue impropia de un talento como el del francés.
Aunque el paradigma de retirada por todo lo alto es Frank Rijkaard, que dejó de jugar al fútbol después de ganarle la Copa de Europa a querido AC Milan cuando jugaba en aquel Ajax de 1995.

Dejamos para el final a los jugadores que han jugado en los mejores campos, han apilado título sobre título, recibido el aplauso unánime de público y prensa, y sin embargo siguieron jugando al fútbol por amor al arte, lejos de los focos y del bullicio del fútbol de élite.
Por ejemplo, es fantástico ver a un tío con dos finales y una Copa del Mundo como Aldair sigue jugando al fútbol, a punto de cumplir 45 años, en el Murata de San Marino. Lo hace porque su amigo Massimo Agostini es el entrenador del club. El mismo motivo por el que uno de los delanteros con más gol de los 90, el francés Papin, volvió a calzarse las botas en 2009, a los 46 años, para seguir metiendo goles en la décima división francesa. Al fin y al cabo, es lo que mejor sabe hacer en la vida.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Los galácticos originales cambian cartera por cantera

Por Halftown
No vamos a repetir por enésima vez la historia del New York Cosmos, una de las mayores aberraciones de la historia del fútbol, entre otras cosas porque se puede leer aquí muy bien redactadita por orden cronológico. O comprarse el documental “Once in a Lifetime” en Amazon.

Para los no iniciados, el Cosmos fue el espíritu de Florentino antes de Florentino, la acumulación de estrellas con fines más comerciales que deportivos. Pelé, Beckenbauer, Carlos Alberto, Neeskens… todos con mucha mili en la mochila y más ganas de samba que de trabajo.

La cosa es que, el pasado 1 de agosto, Pelé presidió un evento por todo lo alto –el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, se dejó caer por allí- anunciando que el Cosmos renacía de sus cenizas. Contra todo pronóstico, no planea volver en su forma original -ni como sus vecinos patrocinados por Red Bull- en plan asilo para viejas glorias, sino creando una academia para chavales, con la esperanza de construir a partir de ellos un equipo. La Cosmos Academy tendrá jugadores de menos de 18 años, y además de eso el club ha adquirido la Copa NYC, un torneo de verano, y ha prometido entregar material a los colegios de la Gran Manzana para promover el soccer.

Vintage, mejor que viejo

Además de Pelé (presidente honorario durante 30 años de un club inexistente), el Cosmos 2.0 ha conseguido el apoyo de la marca Umbro. Esto es un bofetón en toda regla a Adidas, dado que con este movimiento la marca inglesa –no hay que olvidar que pertenece desde unos años a Nike- refuerza su estrategia de fútbol retro. Adidas, enredada en el patrocinio del otro club
neoyorkino, los Red Bull, pierde una ocasión de oro para llevar su marca Originals a un terreno de juego. Porque Thierry Henry y Rafa Márquez son viejos, no vintage.

El anuncio, además, se produce justo cuando la MLS americana se está planteando incluir un vigésimo equipo en la competición. Nueva York, como la mayoría de grandes capitales –y con la falta de modestia propia de quien se autoproclama “capital del mundo”- encuentra lógico el contar con dos equipos en su ciudad.

El único problema es el estadio. En su versión original, el Cosmos se vio obligado a vagabundear de un estadio a otro en busca de un hogar. Esta vez, parece que la condición sine qua non para reverdecer viejos laureles es la creación de un estadio propio. En España esto no sería mayor problema, porque recalificación por aquí, cesión de estadio municipal por allá, siempre se apaña la cosa. En cambio, en EE. UU. la administración pública no quiere saber nada del tema, así que Pelé y sus amigos tienen que encontrar a alguien que avale entre 200 y 300 millones de dólares.

Después de años de espera, parece que esta tentativa para revivir el Cosmos, construyendo la casa por los cimientos en lugar de improvisar un circo ambulante, es la buena. Ahora sólo falta que el público americano, más aficionado al show business que al deporte en sí, se anime a verlos jugar.

jueves, 19 de agosto de 2010

Un león por cordero

Por Sopenilla
Cualquier pensador de la actualidad estaría de acuerdo conmigo. El grado de exposición pública en nuestra sociedad es más elevado que nunca. Lo curioso es que un alto porcentaje de la población de riesgo, lejos de canalizarlo en inspirar confianza, se empeña en convertirlo en un foco de sombras hacia su persona. Son los efectos no deseados de construir una figura a partir de grandes relatos. No hay receta más efectiva para la credibilidad que la transparencia. En el mundo en el que nos ha tocado vivir, esto es igual de válido para los políticos corruptos que para los futbolistas que van de tapados.

En los últimos tiempos, nos hemos acostumbrado a escuchar toda clase de historias a propósito de los León Sánchez. Primero fue el supuesto atentado sufrido a manos de ETA por el padre de familia. Después de que esto quedara suficientemente desmitificado en estas mismas páginas, no será necesario volver a insistir en ello. Sin embargo, ahora que el fichaje del tercero de sus vástagos por el Real Madrid ha servido como recurso argumentativo para justificar el supuesto cambio de modelo florentiniano, FNF se ve obligado otra vez a aclarar algunos puntos del guión.

El autoengaño es de suyo complaciente, para qué negarlo. Analizado en frío, suena hasta
romántico lo de tratar de poner cura a la fiebre galáctica a base de remedios tan caseros como la humildad y la superación. No se sabe si por lo exótico, pero la medicina tradicional también vende, aunque no sean camisetas. Da igual que eso implique tirar de chequera si a uno no le convence lo que guarda en el propio botiquín. Tampoco importa que el encargado de aplicar el tratamiento sea el galeno más mediático del momento. En su mano, seguro que hasta los genéricos más comunes se transforman en agua milagrosa.

Lástima que el star-system futbolero no siga estos patrones. De ser así, probablemente habría una mayor ratio de obreros del balón por equipo, ese colectivo de jugadores tan eficientes como limitados. Pero los dandis están a la vuelta de la esquina, con independencia de la calidad que atesoren o de la categoría y el club en que militen. Conste en acta que quien esto escribe no oposita al puesto de Jorge Valdano, ni tampoco pretende hacer un roto en el guante que Pedro León tiene en su pie derecho. Alguno dirá que somos suspicaces porque en FNF somos así, pero parece sospechoso como mínimo el que el muleño haya pasado por cuatro equipos distintos las últimas cuatro campañas.

Es verdad que esa trayectoria es la que permite explicar que, justamente, lo de Pedro León ha sido un ascenso meteórico a la par, incluso, que merecido. Pero no es menos cierto que esa
circunstancia ofrece igualmente una doble lectura. La que se esconde tras el descontento unánime y generalizado que ha ido dejando a su paso. La impresión del extremo entre las aficiones de Murcia, Levante y Valladolid así lo atestigua. Una imagen que será difícil que el tiempo borre y que es debida, en parte, al propio carácter del murciano.

De cabeza de ratón a borrarse el día D

Como sucede a menudo, armonizar talento y constancia no está al alcance de cualquiera. La intermitencia suele ser lo común cuando se cuenta con una disposición demasiado voluble. En este caso, las piernas no pesan cuando se trata de hacer una media bicicleta o poner un centro medido, pero empiezan a ser una losa cuando el míster de turno se empeña en que uno cambie el esmoquin por el pañuelo de albañil. Algo así como respetar el horario nocturno impuesto por tu padre cuando estás a punto de cumplir 18 años. Puede que vivir en la Castellana bajo la tutela de Mou entierre esos vicios ya que, hasta la fecha, no se ha visto a nadie que se haya resistido ante el de Setúbal. De este modo, quizá su aureola logre suavizar la tirantez juvenil en otro tiempo mostrada hacia Lucas Alcaraz y José Luis Mendilíbar.

Los roces con el granadino le hicieron exiliarse a orillas del Turia y recalar posteriormente en la ribera del Pisuerga. Para lo primero no hizo falta más que rechazar al mismo club que hoy le acoge. Lo segundo, la única incorporación acertada de Roberto Olabe tras su estancia en Zorrilla, sólo requirió mantener el 20% de sus derechos que él mismo posee. Una cláusula que Alfonso Serrano no estaba dispuesto a respetar y que acabó condenando a Carlos Suárez a rendir pleitesía ante ese advenedizo llamado Ángel Torres.

Tan pronto como los tres meses que bastaron para que Pedro pusiera a los blanquivioleta rondando los puestos europeos. En ese tiempo, Del Bosque ya había anotado su matrícula después de comparar en directo su rendimiento con el de Lafita. Casualmente por entonces, coincidiendo con una oferta del Getafe que duplicaba su sueldo, el muleño decidió meter en conserva el tarro de sus esencias. Un descenso no podía tirar por la borda el sustancioso pellizco a percibir en un hipotético traspaso. Así que simular una lesión, abandonando el campo al cuarto de hora de partido, cuando tu equipo se juega el descenso en la última jornada o negarse a comenzar la pretemporada eran algo más que bazas con las que marcarse un buen farol.

La realidad es terca y lo mostrado la temporada pasada en el conjunto azulón del sur de Madrid no ha distado de ser muy distinto de lo vivido un año antes en Pucela. Ni siquiera la empatía con Míchel, de quien ha heredado el gusto por ser un clásico jugador de banda, pudo aplacar los cantos de sirena emitidos desde el centro de la capital. Es posible que el tiempo de prueba para Pedro León haya acabado, aunque la exigencia implícita de títulos en Chamartín parezca indicar más bien lo contrario. En esto, como en todo, sólo el transcurrir de los días tiene la última palabra.

lunes, 16 de agosto de 2010

El coronel Capello no tiene quien le escriba

Por Halftown
Steve Bull ha sido hasta hoy el internacional inglés más bizarro de la historia. Goleador infatigable en el Wolverhapton Wanderers entre 1986 y 1999, Bull
recibió la llamada de Bobby Robson para ir al Mundial de Italia después de anotar 24 goles… en la segunda inglesa. Probablemente lo que acabó de convencer a Sir Bobby fue el gol que Bull le endosó a Checoslovaquia –elegido por los fans como el 37º mejor de la historia de los pross- durante un amistoso premundialista. Al final, Bull acabó jugando cuatro partidos en Italia, la mayoría de ellos como revulsivo de aquel equipo que acabó bajo el rodillo alemán una noche en Turín.

Pero aquellos eran otros tiempos, cuando los pantalones apenas tapaban el calzoncillo y los jugadores se descubrían a pie de césped en lugar de por YouTube. En el fútbol de pay per view de hoy es impensable encontrar una situación parecida. O lo era, hasta que la semana pasada salió a escena Frankie Fielding.

Fielding es la prueba definitiva de que la selección inglesa es el hazmerreír del fútbol mundial. Y es que tener que recurrir al cuarto portero del Blackburn Rovers es síntoma inequívoco de que el barco se hunde. Con Foster lesionado y Robinson profilácticamente retirado de la selección, Capello ha recurrido a Fielding, un chaval de 22 años que se ha pasado el último año cedido en el Rochdale, de la League Two (Segunda B) inglesa.
A sabiendas de que la experiencia internacional de Fielding no iba a pasar (y no pasó) de tirarle balones a Joe Hart durante el calentamiento, se adivina cierta mala baba irónica en la decisión de Capello. Eso, o que Fielding ha sido una cortina de humo para tapar las vergüenzas del fútbol
inglés.

De las WAG a Don Juan hay un largo trecho

En cualquier caso, parece que lo de volver de Sudáfrica con un saco de goles alemanes ha conseguido remover los cimientos del football, hasta el punto de que por fin se adivina algo de luz al final del túnel: la Federación Inglesa quiere subirse al carro de la llamada “free school policy”, que el nuevo gobierno de David Cameron está preparando. Se trata de un programa mediante el cual el gobierno inglés financiará la creación de academias independientes en aquellas comunidades inglesas que así lo demanden.

A alguien en la Federación Inglesa se le ha iluminado la bombilla: el problema del fútbol inglés no es que sus jugadores tengan poco talento, sino que tienen poca educación. Son sencillamente más tontos que los demás. Sólo así se explica un caso como el de Gascoigne, probablemente el mayor talento europeo ahogado en un vaso de whisky desde George Best. Qué decir de Beckham, que balbucea el español después de haber vivido cuatro años en Madrid o de Robbie Fowler, que recibió una sanción por celebrar un gol esnifando una raya de cal. O John Terry, a quien los propios aficionados del Chelsea llaman afectuosamente “pikey”, equivalente al castizo “gitano de mierda”.
Aunque para hacerse una idea del calibre intelectual de los personajes, nada mejor que echar un vistazo a cualquiera de las celebérrimas WAGs, las novias y esposas de los jugadores ingleses.

Total, que la FA se ha marcado como objetivo la creación de “Premier League schools” donde los jugadores puedan compatibilizar el deporte de alto nivel con una base mínima de estudios. No es que se trate de que el próximo Rio Ferdinand recite el Don Juan de Lord Byron en rueda de prensa, sino de que sepan que, además de un prometedor defensa del Tottenham, Adam Smith fue un economista escocés.

Aunque sin ser tan ambiciosos, estaría bien que al menos el siguiente Beckham supiera leer algo más que los desmarques de los delanteros.

Esperemos que la cosa no quede al final en mucho ruido y pocas nueces.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Esas entrañables mandarinas inglesas

Por Halftown
Si Sheffield no hubiera existido, Peter Cattaneo habría ambientado el striptease más famoso de la historia de Inglaterra en la playa de Blackpool.
Y eso que, a mediados del s. XIX, Blackpool era el lugar de reunión de la crème de la crème de la sociedad victoriana. Convertida en ciudad-balneario decimonónica, Blackpool fue el primer municipio de Inglaterra en contar con suministro eléctrico. En 1894 se inauguró la Blackpool Tower, una copia del prepucio de la Torre Eiffel que todavía hoy se recorta contra el perfil bajo de la ciudad.
Pese a que se salvó de los bombardeos de la Luftwaffe, Blackpool no pudo competir con los vuelos baratos al sol de Ibiza y Benidorm, y la ciudad se ha pasado los últimos cincuenta años esperando una nueva belle époque.

En pleno proceso de puesta al día, los Sandgrown'uns (algún fan de Tolkien dio nombre a los nativos de Blackpool) se han encontrado con la sorpresa de encontrar que su club, históricamente a la sombra de sus vecinos ricos de Manchester y Liverpool, se ha plantado en la Premier League.
De la mano de un entrenador con pinta de merendarse niños crudos, las mandarinas (quién iba a decir que el pantone de las mandarinas fuera distinto al de las naranjas) acabaron llevándose la última de las plazas que da acceso a la Premier. Nada mal para el que era el segundo club con menos ingresos de la segunda categoría del fútbol inglés. De los 7 millones de libras recaudados, casi 5 se fueron en sueldos. El pasado verano, eso sí, el club tiró la casa por la ventana al pagar 500.000 libras para asegurarse de que su estrella, el escocés a préstamo del Rangers Charlie Adam, se quedaría a jugar en Bloomfield Road.

El estadio de Blackpool, una antigualla de finales del XIX, en pleno apogeo de la ciudad, está acostumbrado a recibir a 8.000 ingleses disfrazados de mandarina. Para la aventura de la Premiership, está siendo remodelado para tener un aforo de 17.000 asientos. El problema es que los trabajos van con tanto retraso –normal: Blackpool es una de las ciudades con los salarios más bajos de Inglaterra- que el primer partido del campeonato, que tenía que jugarse en casa contra el Wigan, acabará jugándose en… Wigan.

Sin pan para hoy

El ascenso a la Premier ha sido un alivio para los dos gerentes del club, el inglés Karl Oyston y el magnate letón –sin ironía alguna; hablamos de 47º tipo más rico del Reino Unido- Valeri Belokon. Además de la pasta que suelta la federación inglesa por participar, y del talonario de Sky Sports, los patrocinadores se pelean por estampar su logo sobre el color mandarina de su camiseta. Al final se ha llevado el gato al agua Wonga.com, una web de préstamos instantáneos con una pinta tan dudosa que Línea Directa, los del anuncio del teléfono rojo con ruedas, parecen a su lado el Fort Knox.

¿Y los jugadores? De entrada, el mánager del equipo, Ian Holloway, ha tenido que inscribir a siete chavales del filial para completar el cupo de veinticinco que exige la Premier League para poder participar. Holloway, un tipo cuya carrera de entrenador había sido hasta el pasado junio tan gris como lo fue su etapa de jugador, cuenta con un puñado de obreros del balón con mucha voluntad y poco talento. Además del escocés Adam, el jugador con más pedigrí de la banda de Holloway es Jason Euell, un delantero que ha demostrado ser tan válido en Segunda como inútil en Primera. Euell, que debutó con 18 años en el Wimbledon de Vinnie Jones, jamás alcanzó el nivel que prometía. Suplente de Michael Owen en el Mundial sub-20 del 97, lo tenía todo para hacer una carrera por encima de su talento, a lo Emile Heskey. Y por qué no.
En 2004, cuando debutar con los pross ya era una quimera para él, Euell aprovechó que su padre nació en Jamaica para subirse al carro de los Reggae Boyz, y así jugar el Mundial de Alemania. Pequeño error de cálculo, en el partido de su debut (de suplente) contra Estados Unidos, Jamaica perdió todas sus opciones de clasificación. Su cuarto y último partido como internacional fue contra la Inglaterra de Michael Owen, que endosó un set a su antigua colonia. El 6-0 contra su “otro” país fue el final de la carrera internacional de Jason Euell. Totalmente sordo del oído izquierdo, Euell siempre ha creído que esa tara le hacía mejorar los otros cuatro sentidos. Al menos hoy no lo utiliza como excusa para justificar su underachivement.

A pesar de semejante panorama, y con una dosis de realismo poco habitual en el mundo del deporte, la directiva del club ya ha anunciado que no invertirá en grandes fichajes, ni en fichas astronómicas, sino en crear infraestructuras para el futuro. Se niegan a caer en el pan para hoy, hambre para mañana, que ha hundido a tantos equipos. Que pregunten en Leeds o en Murcia. Aunque sin duda el mejor resumen de la filosofía mandarina lo hace el propio Ian Holloway: “A veces, cuando apuntas a las estrellas, te acabas chocando con la luna”.

martes, 10 de agosto de 2010

Un icono llamado Francisco

Por Sopenilla
El fútbol es un estado emocional en constante actualización. Cada minuto que pasa constituye una invitación al recuerdo. Apenas hay sitio para la nostalgia, ese lugar común donde al final van a parar tanto las victorias como las derrotas. El último resultado es el que importa. Los clubes han perdido su inmortalidad. Los jugadores, simplemente pasan.

Por fortuna, para suerte de quienes viven mirando más hacia el pasado que hacia el futuro, siempre habrá excepciones que confirmen la regla. Francisco Javier Rodríguez Vílchez, “Francisco”, es una de ellos. Tras catorce temporadas en activo, y después de haber saboreado las mieles del éxito y la desazón de la miseria, este trotamundos del infrafútbol ha decidido colgar las botas. No habrá partido homenaje en su honor, pero la historia de la U. D. Almería le ha reservado, a cambio, un capítulo con su nombre.

Todo comenzó en el invierno de 2001, cuando la Unión Deportiva empezaba a abanderar el fútbol almeriense. Cual exiliado que retorna a su lugar de origen en el momento propicio, Francisco recalaba en el Juan Rojas después de haber vagado por equipos como el Plus Ultra, los filiales de Espanyol y Valencia, o el eterno rival, el Polideportivo Ejido.

Por entonces, pese a la ilusión de Rogelio Hidalgo, sólo se atisbaba un germen de lo que hoy se da cita cada domingo en el Mediterráneo. El fútbol languidecía en la ciudad por culpa de los años de peregrinaje por la 2ªB. Como mucho, la llegada de Francisco vendría a apuntalar la “almerización” del equipo, con mayoría de jugadores de la tierra en plantilla.

Cuestión de expectativas. Casuco condujo el proyecto hasta dejarlo en Segunda a la conclusión de esa temporada. Por el camino quedaron goleadas como la conseguida ante un Real Madrid B con Pavón, Portillo o Luis García en nómina por aquel tiempo. Un ascenso inesperado y, tal vez por eso, celebrado como si fuera una Champions.

A partir de ese instante, la figura de Francisco cristalizó como referente entre los aficionados rojiblancos, junto a la del otro goleador histórico del equipo, Paco Luna. Sin rozar cifras récord, 36 dianas en las dos siguientes temporadas, lo cierto es que sus tantos hicieron que un club recién concebido para la alta competición no abortara a los pocos meses, preservando su crecimiento ante la previsión de un futuro mejor.
En esos dos años, Francisco fue el principal argumento para que el Almería no regresara al destierro de la categoría de bronce. Quizá por ello, con 25 tacos, se sintió legitimado para aspirar a Primera. Ante la previsión de un descenso inevitable, pesó más el hecho de jugar ante las cámaras de televisión. Por más que la oportunidad viniera de Albacete, nadie estaba en condiciones de recriminarle su marcha.

El gol del Calderón

Sin embargo, ya nada volvió a ser como antes. Las apariencias de un salto en su carrera chocaron con la triste realidad de una temporada en la que, sin apenas jugar, anotó el gol por el que curiosamente más se le recuerda. Una contra en solitario a la salida de un córner que enmudeció al Calderón. Cincuenta metros en carrera en los que tuvo tiempo de recoger el balón de su propia área, flexibilizar la cintura de Perea y colocar una lejana vaselina sobre un Leo Franco adelantado.

Flor de un día. Vuelto en sí tras el impacto contra los molinos manchegos, emprendió el camino del hijo pródigo. Pero lejos de encontrarse con un banquete en su nombre, lo que se topó fue la incomprensión de su nuevo técnico, Paco Flores, quien le tachó con razón de ser un fichaje presidencial. Ni siquiera el ascenso a Primera mitigó la decepción propia de segundas partes. La campaña que firmó junto a otros dos almerienses de pura cepa como Bisbal o su compañero José Ortiz no le ayudó. La leyenda almeriense estaba en la calle.

Desahuciado por los suyos, aun con la promesa de recibir en herencia un puesto en el organigrama técnico, inició su particular periplo por algunas de las realidades más sórdidas del infrafútbol nacional en los últimos tiempos, caso de Granada 74, Alicante C. F y Orihuela. La ilusión por jugar, de por sí mínima, desapareció por completo en equipos cuyas deudas no daban ni para agua en las duchas. Rehabilitado a día de hoy de esa experiencia, sobrevive como segundo entrenador del filial almeriense.

lunes, 2 de agosto de 2010

Ellos sí querían ganar

Canales por lo menos se llevó una camiseta FNF

Por Halftown (desde Caen)

Vaya por delante que, si hay un lugar en el que es complicado sobarles el morro a los franceses, ese lugar debe ser Caen, en plena Normandía. Y, sin embargo, durante 45 minutos España –en FNF nos resistimos a esa horterada de “la rojita”- parecía estar poniendo diez siglos de historia patas arriba.

Mira que lo avisaron antes de empezar el partido. Mientras el capitán español, el atlético Keko, hacía toda una declaración de intenciones al anunciar que en categorías inferiores lo importante no era ganar o perder, por la megafonía del estadio Michel D’Ornano se escuchaba la marcha imperial de Star Wars minutos antes de empezar el partido. Ni siquiera el aterrizaje en Francia de ese extraterrestre llamado Christophe Lemaitre ha conseguido aplacar la ira del personal al norte de los Pirineos. El aficionado francés, profundamente herido en su orgullo por los oscuros años de Raymond Domenech al frente de la selección, clamaba venganza. El imperio contraataca y esas cosas.

Y es que la ciudad de Caen tiene un componente simbólico para los franceses desde que allí montó su base de operaciones Guillermo el Conquistador, un tipo con los suficientes couilles como para juntar una flota y conquistar Inglaterra en pleno siglo XI.
La mística de Caen se mantiene entre los franceses casi mil años más tarde, incluso después de ver cómo los bombardeos aliados la dejaban hecha fosfatina durante el mes y medio que les costó conquistarla, tras haber desembarcado apenas veinte kilómetros al norte de la ciudad. La que hasta entonces había sido una ciudad medieval tardó poco en convertirse en una escombrera monumental. Tanta goma le dieron, que todavía el pasado mes de febrero tuvieron que desalojar a 20.000 personas del centro de Caen al descubrir una bomba de 500 kg en el sitio de una obra.

En lo futbolístico, en cambio, la ciudad de Caen tiene muy poca historia. El Caen acaba de emerger de la polvorienta Segunda francesa, y sólo es recordado porque su cantera ha escupido mentiras como Jérôme Rothen o Mathieu Bodmer, y a uno de los macarras que lastraron a Francia en el pasado Mundial: William Gallas.

Something to believe in

Con eso y con todo, el estadio de Caen se llenó para ver la final del Europeo sub 19. Si en España la inquietud era garantizar que había vida después de la generación xaviniesta, en Francia la obsesión era asegurar que un ridículo como el de Sudáfrica no se repetirá. Como en la canción de los Ramones, daba la sensación de que el aficionado francés necesitaba creer en que estos bleuets (literalmente, “azulitos”; en Francia también hay horteras) les devolverían el orgullo que los mayores habían pisoteado. Quizá por ello, la Secretaria de Estado para el Deporte, Rama Yade, se acercó desde París. Incluso Platini se tomó la molestia de desplazarse hasta Normandía para ver el partido. El único que faltó a la cita fue Laurent Blanc, cuya lista de pre-convocados para el amistoso Francia-Noruega (sin uno solo de los que fueron a Sudáfrica) había sido anunciada por la prensa unas horas antes.

La final en sí no tuvo mucha historia. Como suele pasar en categorías inferiores, hubo demasiados regates a ninguna parte, demasiado gesto buscando al cazatalentos en la grada. El equipo español dejó una primera parte que parecía calcada de las de sus mayores en Sudáfrica: mucha posesión, poca resolución. El medio campo español, con Thiago, Canales y Oriol Romeu, era un pinball gigante. Atrás, Bartra parecía no necesitar otro central a su lado. Un fútbol con un punto pretencioso, como si no hubiesen querido hacer sangre al rival en su propia casa, aunque es cierto que el exiguo 0-1 (gol de Rodrigo, uno de esos delanteros XL que tanto se estilan en categorías inferiores) con el que se fueron al descanso parecía más que suficiente para ganar el título.
En esos primeros 45 minutos, dio la sensación de que los franceses juveniles estaban hechos de la misma pasta que sus mayores. Ni un pase a derechas, y sus supuestas estrellas haciendo la guerra por su cuenta. Una señora no dejaba de reclamar a gritos balones à gauche, donde el realista Griezmann languidecía, medio lesionado el tobillo.

Después de la cerveza (afortunadamente con alcohol) del descanso, la cosa dio un giro de 180 grados. Los de rojo se arrastraban por el campo, entre agotados y apáticos. Así que los franceses, como poseídos por el espíritu de Guillermo el Conquistador, se liaron la manta a la cabeza. Ni siquiera un regalo del portero francés -Mandanda está creando escuela- sirvió para que España pusiera el segundo en el marcador. Después, la entrada de los lyoneses Tafer y Lacazatte incendió el partido, y el estadio D’Ornano acabó cantando el “on est champions”, inédito en la última década. Incluso por megafonía se animaron con el inevitable “We are the champions”, que sonó un poco fuera de tono por tratarse de un campeonato adolescente. Quizá eso ejemplifica mejor que nada la sed de victoria que tenían los franceses.

Mientras esperaban sobre el césped los crueles quince minutos que tardaron en entregar las medallas, los chavales de Luis Milla daban más la impresión de estar perplejos que tristes. Sólo el barcelonista Bartra -pedazo de central- se quedó de pie, agarrándose el pantalón mientras dejaba salir la mala hostia acumulada.

Dice el adagio que se aprende más de las derrotas que de las victorias. Al menos los chavales españoles habrán aprendido que, para ganar un título, hay que desearlo más que tu rival.