lunes, 2 de agosto de 2010

Ellos sí querían ganar

Canales por lo menos se llevó una camiseta FNF

Por Halftown (desde Caen)

Vaya por delante que, si hay un lugar en el que es complicado sobarles el morro a los franceses, ese lugar debe ser Caen, en plena Normandía. Y, sin embargo, durante 45 minutos España –en FNF nos resistimos a esa horterada de “la rojita”- parecía estar poniendo diez siglos de historia patas arriba.

Mira que lo avisaron antes de empezar el partido. Mientras el capitán español, el atlético Keko, hacía toda una declaración de intenciones al anunciar que en categorías inferiores lo importante no era ganar o perder, por la megafonía del estadio Michel D’Ornano se escuchaba la marcha imperial de Star Wars minutos antes de empezar el partido. Ni siquiera el aterrizaje en Francia de ese extraterrestre llamado Christophe Lemaitre ha conseguido aplacar la ira del personal al norte de los Pirineos. El aficionado francés, profundamente herido en su orgullo por los oscuros años de Raymond Domenech al frente de la selección, clamaba venganza. El imperio contraataca y esas cosas.

Y es que la ciudad de Caen tiene un componente simbólico para los franceses desde que allí montó su base de operaciones Guillermo el Conquistador, un tipo con los suficientes couilles como para juntar una flota y conquistar Inglaterra en pleno siglo XI.
La mística de Caen se mantiene entre los franceses casi mil años más tarde, incluso después de ver cómo los bombardeos aliados la dejaban hecha fosfatina durante el mes y medio que les costó conquistarla, tras haber desembarcado apenas veinte kilómetros al norte de la ciudad. La que hasta entonces había sido una ciudad medieval tardó poco en convertirse en una escombrera monumental. Tanta goma le dieron, que todavía el pasado mes de febrero tuvieron que desalojar a 20.000 personas del centro de Caen al descubrir una bomba de 500 kg en el sitio de una obra.

En lo futbolístico, en cambio, la ciudad de Caen tiene muy poca historia. El Caen acaba de emerger de la polvorienta Segunda francesa, y sólo es recordado porque su cantera ha escupido mentiras como Jérôme Rothen o Mathieu Bodmer, y a uno de los macarras que lastraron a Francia en el pasado Mundial: William Gallas.

Something to believe in

Con eso y con todo, el estadio de Caen se llenó para ver la final del Europeo sub 19. Si en España la inquietud era garantizar que había vida después de la generación xaviniesta, en Francia la obsesión era asegurar que un ridículo como el de Sudáfrica no se repetirá. Como en la canción de los Ramones, daba la sensación de que el aficionado francés necesitaba creer en que estos bleuets (literalmente, “azulitos”; en Francia también hay horteras) les devolverían el orgullo que los mayores habían pisoteado. Quizá por ello, la Secretaria de Estado para el Deporte, Rama Yade, se acercó desde París. Incluso Platini se tomó la molestia de desplazarse hasta Normandía para ver el partido. El único que faltó a la cita fue Laurent Blanc, cuya lista de pre-convocados para el amistoso Francia-Noruega (sin uno solo de los que fueron a Sudáfrica) había sido anunciada por la prensa unas horas antes.

La final en sí no tuvo mucha historia. Como suele pasar en categorías inferiores, hubo demasiados regates a ninguna parte, demasiado gesto buscando al cazatalentos en la grada. El equipo español dejó una primera parte que parecía calcada de las de sus mayores en Sudáfrica: mucha posesión, poca resolución. El medio campo español, con Thiago, Canales y Oriol Romeu, era un pinball gigante. Atrás, Bartra parecía no necesitar otro central a su lado. Un fútbol con un punto pretencioso, como si no hubiesen querido hacer sangre al rival en su propia casa, aunque es cierto que el exiguo 0-1 (gol de Rodrigo, uno de esos delanteros XL que tanto se estilan en categorías inferiores) con el que se fueron al descanso parecía más que suficiente para ganar el título.
En esos primeros 45 minutos, dio la sensación de que los franceses juveniles estaban hechos de la misma pasta que sus mayores. Ni un pase a derechas, y sus supuestas estrellas haciendo la guerra por su cuenta. Una señora no dejaba de reclamar a gritos balones à gauche, donde el realista Griezmann languidecía, medio lesionado el tobillo.

Después de la cerveza (afortunadamente con alcohol) del descanso, la cosa dio un giro de 180 grados. Los de rojo se arrastraban por el campo, entre agotados y apáticos. Así que los franceses, como poseídos por el espíritu de Guillermo el Conquistador, se liaron la manta a la cabeza. Ni siquiera un regalo del portero francés -Mandanda está creando escuela- sirvió para que España pusiera el segundo en el marcador. Después, la entrada de los lyoneses Tafer y Lacazatte incendió el partido, y el estadio D’Ornano acabó cantando el “on est champions”, inédito en la última década. Incluso por megafonía se animaron con el inevitable “We are the champions”, que sonó un poco fuera de tono por tratarse de un campeonato adolescente. Quizá eso ejemplifica mejor que nada la sed de victoria que tenían los franceses.

Mientras esperaban sobre el césped los crueles quince minutos que tardaron en entregar las medallas, los chavales de Luis Milla daban más la impresión de estar perplejos que tristes. Sólo el barcelonista Bartra -pedazo de central- se quedó de pie, agarrándose el pantalón mientras dejaba salir la mala hostia acumulada.

Dice el adagio que se aprende más de las derrotas que de las victorias. Al menos los chavales españoles habrán aprendido que, para ganar un título, hay que desearlo más que tu rival.

1 comentario:

  1. Ninguna ciudad se merece un bombardeo. PEro si tuviera que elegir, Caen no me parece un mal sitio. Mira que es fea...

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