miércoles, 29 de septiembre de 2010
Claire, Rona y Tan y otras chicas de Taiwán
domingo, 26 de septiembre de 2010
Auxerre: del Mariscal de Hierro al Capitán Bujarrón
jueves, 23 de septiembre de 2010
De equipo milagro a equipo maldito
jueves, 16 de septiembre de 2010
Eslovaquia, capital: Zilina
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Los juguetes rotos de Arsène Wenger
viernes, 3 de septiembre de 2010
La última oración de Foreman
Apoyado en su esquina, el reverendo Foreman observa a su joven rival aturdido sobre la lona. Alza la mirada hacia el techo del legendario MGM, gira su voluminosa carrocería y se arrodilla para iniciar una oración. George Edward Foreman acababa de ganar a los 45 años el título de los pesos pesados ante un rival 24 años más joven. Y se convierte en el nuevo héroe americano.
Pero no siempre fue un hombre querido. Foreman era despreciado por la crítica y el público estadounidense. Alí era el bueno, Frazier el feo y Foreman el malo. Su carácter huraño, distante y en ocasiones violento tenía la culpa de su falta de carisma. Como si el que para algunos es el mejor pegador de la Historia tuviese, además, que ayudar a cruzar la calle a viejecitas.
Su azarosa vida arranca en una ciudad del estado de Texas llamada Marshall. Allí, el joven George sobresalía por su afición a lo ajeno, a la mala vida. En ese tiempo, el Presidente Lyndon B. Johnson había iniciado un programa de trabajo para jóvenes llamado JOB CORPS. Ese sería el vehículo para la recuperación social del desorientado George. Fue allí donde conoció a Doc Broaddus, su mentor, el hombre que supo conducir su incontrolable energía hacia el deporte.
Con el oro al cuello comenzó una carrera absolutamente demoledora. Cuarenta combates, cuarenta victorias, la mitad por KO. Era una fuerza de la naturaleza, se sentía imbatible. Su único defecto era la escasa resistencia, Foreman no era amigo de los combates largos. Tampoco los necesitaba. Fulminaba los duelos por la vía rápida, como hizo en su duelo ante Joe Frazier, el hombre que había venía de ganar al gran Alí.
En una de las mayores humillaciones que se recuerdan, Foreman aplastó a Frazier en dos asaltos. El mítico Howard Cosell le puso voz al drama con aquello de “down goes Frazier” (al suelo Frazier), suplicándole que acabara ya con aquella tortura pública. Foreman había despellejado al campeón y el cinturón era suyo. La misma suerte correría poco después Ken Norton, otro ilustre al que también despachó sin contemplaciones.
Jungle Rumble en Kinshasha
Foreman era invencible, o eso parecía. Porque en 1973 se cruzó en su camino Muhammad Alí, por entonces un veterano de 32 años que buscaba recuperar la gloria perdida. El escenario elegido para el combate era único: Kinshasa, en la antigua Zaire (hoy el Congo). Allí, en el llamado Jungle Rumble, Muhammad no bailaba, no se movía como una mariposa y picaba como una avispa, no.
Alí agonizaba en una esquina, agazapado ante la lluvia de golpes del campeón. La fruta estaba madura y Foreman castigaba sin piedad al ídolo ante 60.000 espectadores que gritaban aquello de Alí Bomayé (Alí mátalo), ya sin esperanzas de victoria.
Pero en el décimo asalto ocurrió lo impensable. Muhammad resucitó y en una combinación de golpes rápidos acabó con Foreman en la lona, perdido, sin aliento. El árbitro contó hasta diez y Big George perdió el título y la confianza en sí mismo. Fue la derrota más dura de su vida, pero aprendió una lección que aplicaría muchos años después.
Tras un año de retiro, Foreman regresó y venció de nuevo a un Frazier medio ciego por la paliza que le había infligido Alí. Pero de nuevo mordió el polvo ante Jeremy Young, que le ganaría a los puntos. Tras ese combate, ya en el vestuario, Foreman sufrió un desvarío casi místico. Tiempo después contaría lo ocurrido: “Un horrible olor vino a mí. Un olor que no he olvidado. Un olor de pena...Entonces mire a mi alrededor y estaba muerto. Así fue todo”. Y vuelta a empezar.
Otra oportunidad
Foreman lo dejó todo, volvió a su Texas natal y se convirtió en un ultra cristiano. Construyó su propia Iglesia, la Church of the Lord Jesus Christ, y comenzó a predicar la palabra de Dios. Compaginaba su ferviente actividad religiosa con un gimnasio de su propiedad, mientras su vida personal era un caos (tres divorcios) y los dólares ganados con su puño de hierro se esfumaban.
Esa y no otra fue la razón del regreso de Big George al Ring en 1987, con 38 años a sus espaldas y una forma física deplorable, casi ridícula para lo que un día fue. Gordo y lento, llevaba diez años sin pelear. ¿Alguien apostaba por él? No. Es más, su regreso fue tomado con sorna por los sesudos comentaristas de la época y el público en general, pero Foreman conservaba su mejor arma, unos puños de acero. Y con ellos cercenó rivales hasta volver a luchar por el título de los pesados ante Evander Holyfield.
Le había costado cuatro años lograr esa oportunidad y no defraudó. Aguantó como un titán los doce asaltos y perdió a los puntos, pero recuperó la credibilidad y se ganó el derecho a una nuevo combate. Su imagen pública era otra, casi nadie se acordaba ya de aquel tipo altivo y desafiante. Foreman era un hombre nuevo que encarnaba el sueño americano, ése por el cual en América cualquier hombre puede hacer lo que se proponga.
Su última oportunidad llegó en 1994, 26 años después de haber sido campeón olímpico, 21 tras su combate con Alí. Michael Moorer le había arrebatado el título a Holyfield y Foreman se presentaba como la víctima propicia por edad y sentido común. El viejo dinosaurio resistió ocho asaltos las embestidas de Moorer, más ágil y menos contundente. Le bastó aplicar lo aprendido frente a Alí en el 73: resistir para vencer.
Y llegó su momento. Una derecha alcanzó la mandíbula de Moorer, que cayó como un árbol talado, incrédulo ante lo que se le había venido encima. El deporte vivía uno de esos momentos inolvidables, que lo hacen tan grande. Foreman era, de nuevo, Campeón.
Con el título de nuevo adornando su oronda figura, Foreman buscó el no va más, el más difícil todavía: Mike Tyson, el Terror del Garden. Con buen criterio, las autoridades dieron largas al viejo campeón y le obligaron a disputar el título ante el número uno del escalafón, Tony Tucker. Foreman se negó y tras dos peleas de medio pelo contra un púgil alemán, le terminaron desposeyendo de sus títulos.
Negativas que daban por finalizada su carrera. O eso parecía. Casi con 50 años inició una nueva carrera por el cinturón, derrotando a un par de sparrings. La organización le ofreció entonces la posibilidad de enfrentarse al estrafalario Shannon Briggs con una pelea en el horizonte por el título de los pesados ante, nada más y nada menos, el británico Lennox Lewis. Ante un rival que contaba trece meses cuando Foreman consiguió su primer título de los pesados, Big George aguantó los doce asaltos. En una controvertida decisión los jueces le dieron la victoria a Briggs.
Y se acabó. Foreman no ha vuelto a subirse al ring, aunque hace cuatro años anunció que estaba entrenando para regresar. Tenía 55 años… Su mujer, con excelente criterio, se lo prohibió.