Por Halftown
Joan Capdevila es un futbolista corriente que ha tenido la sabiduría (otros dirán la fortuna) de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Con un palmarés del que no pueden presumir otros muchos, muchísimos jugadores más talentosos que él, Capdevila es el primer en reconocer su chorra en una entrevista que concedió al EL PAIS el pasado jueves.
Pero lo que llamaba la atención en la charla del lateral catalán con Cayetano Ros fue una frase que dejó caer a mitad de entrevista, y que el entrevistador no pudo (o no supo) aprovechar. Cuando le preguntaron por sus posibles sustitutos en el flanco izquierdo de la Roja, Capdevila enumeró una serie de futbolistas y cerró su lista diciendo que la suya, en realidad, no es una posición determinante.
Una reflexión acojonante, una verdad de las que pocas veces se oyen de boca de un profesional del fútbol, y algo que ninguno de los mejores laterales izquierdos del mundo dijeron antes.
Cualquiera que haya jugado al fútbol –ni siquiera hace falta haber jugado de lateral- sabe que el cometido principal de los laterales es impedir que los extremos del equipo rival generen peligro desde los costados, bien con diagonales, bien con centros al área.
La verdad es que no es tan complicado. Primero, porque destruir siempre fue más fácil que construir. Y segundo, porque hacerlo en la banda, con la seguridad que da el tener a tiro de piedra la línea de cal, es mucho más simple que hacerlo, por ejemplo, en la incertidumbre del círculo central.
No todos somos Roberto Carlos
Una posición a priori tan sencilla, y sin embargo si uno mira a los laterales de primera división hoy, la mayoría de ellos eran centrocampistas de banda en sus inicios: Salgado, Puyol, Ramos, el propio Capdevila… El posterior reciclaje al lateral que conlleva su falta de desborde hace que los jugadores que guardaban esa posición en categorías inferiores salten por los aires. Piensen por ejemplo en los dos laterales de la quinta de Xavi y Casillas campeones del Mundo sub-20 en el ’99: el derecho, Pablo Coira, después de haber estado en el filial del Espanyol cuando ya no tenía edad para esas cosas, se quedó sin club en enero después de hartarse de que el Honved de Budapest no le pagase la ficha. El izquierdo, David Bermudo, en la última década sólo ha conseguido ser titular en el Sabadell que entrena otro antiguo lateral izquierdo, Lluis Carreras.
Todo cambió en 1996, cuando el Madrid pagó 600 millones de pesetas por un brasileño que había aterrizado en el Inter un año antes: Roberto Carlos. El pequeño lateral, con unas piernas como troncos de árbol amazónico, se sirvió de ellas para revolucionar la posición en la que jugaba. El problema era cuando el Madrid perdía la pelota, el lado izquierdo de la defensa se convertía en un queso gruyère. La hemorragia la abortaban centrales rápidos como Alkorta o Pepe, pero la cosa se ponía más jodida cuando el agujero lo tenían que tapar tanquetas como Pavón o Walter Samuel.
El aficionado madridista siempre disculpó la falta de rigor defensivo de Roberto Carlos, al entender que lo compensaba con su papel en el ataque. La misma historia que le pasa ahora al Barça con Dani Alves.
El problema es que hemos hecho de la excepción el nuevo paradigma. Los Roberto Carlos, Maicon o Dani Alves son casos aparte, agujas en el pajar de los Pinillos, Corrales, Abate, Pernía y compañía.
Por eso que cuando me hablan de Roberto Carlos como el mejor lateral izquierdo jamás parido, me niego a estar de acuerdo. Un lateral tiene, ante todo, que defender. Una vez que eso está bajo control –si eso puede decirse en algún momento de los 90-, por qué no va a poder incorporarse al ataque de cuando en cuando. Pero un lateral tiene que tapar y evitar los delirios de grandeza. Hagan el favor de poner a los niños algún video de Paolo Maldini, el legendario lateral izquierdo que ni siquiera era zurdo. Seguro que él también piensa que, en el fondo, la suya no era una posición determinante.
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lunes, 18 de abril de 2011
La lucidez del lateral izquierdo
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