El pasado sábado se disputó la final del Trofeo de Campeones, la Supercopa francesa, entre el campeón de liga, el Girondins de Burdeos, y el campeón de copa, el En Avant Guingamp de la Ligue 2. El partido acabó 2-0 para el equipo que baila al son de Gourcuff, el mayor talento salido del país galo en los últimos diez años. Nada sería merecedor de un artículo en FNF si no fuese porque el partido se jugó en el estadio olímpico de la francófona Montreal ante treinta y cuatro mil canadienses ávidos de… ¿soccer?
La frikada no se queda ahí, ni mucho menos. Para empezar, porque el partido se jugó a las tres de la tarde hora de París. Y para seguir, porque el estadio de Montreal es de hierba artificial, con lo que la cosa parecía más un partido del grupo catalán de tercera que un trofeo oficial francés. Por no decir nada de lo rápido que va el balón en ese tipo de superficie... que se lo pregunten a Trévisan, el portero bretón, que se come el bote en el segundo gol girondino.
No es desde luego la primera experiencia de este tipo. Independientemente de las pachangas veraniegas que se montan los grandes clubes europeos por Asia o América, todos recordamos cuando huíamos de clase a media mañana para ver la final de la Copa Intercontinental en Tokio, cuyo MVP se llevaba un Toyota a casa. O ese Mundial en Corea con estadios llenos de aficionados a los que el fútbol ni les iba ni les venía, mientras la Hyundai hacía el agosto en pleno mes de junio.
Más en Montreal que en París
Aunque los italianos jugarán su Supercoppa 2009 en Pekín, lo que me alucina es que sea el mediocre campeonato francés el primero en exportar una competición nacional. Quizás tiene su lógica si tenemos en cuenta que ese mismo partido, de haberse jugado en el Stade de France, difícilmente habría convocado a muchos aficionados bordeleses. De hecho, la fría estadística dice que se logró batir el récord de espectadores en una final de supercopa francesa. Me gustaría saber, en cambio, cuántos lo vieron por televisión en la patrie.
Puesta aparte esta experiencia puntual, parece improbable que el fútbol francés pueda repetir este formato en otro sitio. En el resto de su antiguo imperio colonial, o bien no hay pasta en forma de operadores de televisión, o bien los aficionados acudirían en masa a silbar la Marsellesa.
Ahora que lo pienso, molaría ponerle un poco de picante a un plato tan soso como la Supercopa. El rollo de los antiguos territorios ocupados, sin ir más lejos, tiene su morbo. Esa final de la Supercopa española 2009 entre el Barça y el Athletic ante veinte mil enfervorecidos filipinos. Esa Supercup alemana en Volvogrado. Esa Charity Shield Chelsea-ManU en Gibraltar. El delirio colectivo. Todo por la pasta. The show must go on. No me digan que no se les ponen los pelos de punta.
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La frikada no se queda ahí, ni mucho menos. Para empezar, porque el partido se jugó a las tres de la tarde hora de París. Y para seguir, porque el estadio de Montreal es de hierba artificial, con lo que la cosa parecía más un partido del grupo catalán de tercera que un trofeo oficial francés. Por no decir nada de lo rápido que va el balón en ese tipo de superficie... que se lo pregunten a Trévisan, el portero bretón, que se come el bote en el segundo gol girondino.
No es desde luego la primera experiencia de este tipo. Independientemente de las pachangas veraniegas que se montan los grandes clubes europeos por Asia o América, todos recordamos cuando huíamos de clase a media mañana para ver la final de la Copa Intercontinental en Tokio, cuyo MVP se llevaba un Toyota a casa. O ese Mundial en Corea con estadios llenos de aficionados a los que el fútbol ni les iba ni les venía, mientras la Hyundai hacía el agosto en pleno mes de junio.
Más en Montreal que en París
Aunque los italianos jugarán su Supercoppa 2009 en Pekín, lo que me alucina es que sea el mediocre campeonato francés el primero en exportar una competición nacional. Quizás tiene su lógica si tenemos en cuenta que ese mismo partido, de haberse jugado en el Stade de France, difícilmente habría convocado a muchos aficionados bordeleses. De hecho, la fría estadística dice que se logró batir el récord de espectadores en una final de supercopa francesa. Me gustaría saber, en cambio, cuántos lo vieron por televisión en la patrie.
Puesta aparte esta experiencia puntual, parece improbable que el fútbol francés pueda repetir este formato en otro sitio. En el resto de su antiguo imperio colonial, o bien no hay pasta en forma de operadores de televisión, o bien los aficionados acudirían en masa a silbar la Marsellesa.
Ahora que lo pienso, molaría ponerle un poco de picante a un plato tan soso como la Supercopa. El rollo de los antiguos territorios ocupados, sin ir más lejos, tiene su morbo. Esa final de la Supercopa española 2009 entre el Barça y el Athletic ante veinte mil enfervorecidos filipinos. Esa Supercup alemana en Volvogrado. Esa Charity Shield Chelsea-ManU en Gibraltar. El delirio colectivo. Todo por la pasta. The show must go on. No me digan que no se les ponen los pelos de punta.