viernes, 30 de octubre de 2009

El viaje sin retorno de Los Maniceros

Por Sebastián Dulbeca
En el Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo de Caracas, habitación 734 del servicio de Oficiales Superiores, el silencio acribilla a Manuel Júnior Cortez cuando intenta cauterizar sus recuerdos.

-¿Hay alguna posibilidad de hablar con él?
-Ese paciente está aislado. No podemos facilitar ninguna información.

Los cuerpos fríos, descuadernados, de dos de sus compadres esperan para volver a ser tierra en Perú y en la misma Venezuela. Otros ocho acaban de llegar a su natal Colombia.

Con todos despachaba mercancías en chivas (autobuses) transfronterizas quien desde la soledad del policlínico, y recién alcanzada la mayoría de edad, tiene ahora que reiniciar su vida.

Su tragedia es doble: ha estado a punto de ser liquidado y su equipo de fútbol, 90 minutos de anestesia para una existencia miserable, ya no existe.

El secuestro y posterior ejecución de 10 de los 12 jugadores del combinado de 'buhoneros' (tenderos ambulantes) en el que en mala hora se alineaba Cortez ha sido bautizado como 'la masacre de Los Maniceros'.

Nadie en Venezuela, en Colombia y, mucho menos, en España (aquí el suceso únicamente ha interesado por su macabro desenlace) acierta a explicar por qué 25 personas fuertemente armadas interrumpieron el juego en una cancha para aficionados de Fernández Feo, municipio del estado de Táchira (Venezuela), el pasado 11 de octubre.

Funcionarios del Gobierno regional atribuyeron rápidamente la carnicería de los maniceros (vendedores de cacahuetes) a rebeldes del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Colombia no se aviene a esa hipótesis, dado que en la región -ambos países comparten 2.219 kilómetros de frontera- operan tanto guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como facciones de las disueltas AUC (Autodefensas Unidas de Colombia).

Se trata, además, de una zona bataneada por el tráfico de drogas y de armas, además de por el contrabando de combustible y de vehículos robados.

Por desgracia, todo parece indicar que la tragedia pudo originarse por un ajuste de cuentas (un posible robo de los jóvenes a los caudillos locales) o por un fatal error.

Las únicas declaraciones de Cortez -a la Policía- han servido para conocer que los captores preguntaban insistentemente a los maniceros por los jefes paracos (paramilitares) que, según ellos, les habían reclutado, quién sabe para qué. El portavoz del comando fue un sicario con alias, Payaso, al que las autoridades sí tienen enfilado.

Sea como fuere, el grupo, que según el reporte de varios testigos intimidaba con fusiles y pistolas de 9 mm, vestía camisas negras con serigrafías del Che, pantalones de camuflaje y botas de goma (los supuestos cabecillas llevaban ropa de civil y lucían cadenas de oro), escuchaba música mexicana (!) y se comunicaba por radio, amarró a los jugadores tras arrebatarle la lista al árbitro y luego los introdujo en dos camionetas para el pertinente paseíllo.

Nada más se supo de ellos hasta el pasado domingo 25, cuando varios cadáveres aparecieron en el sector de San Lorenzo, entre los pueblos de Iribaren y Libertador, también en Venezuela.

"Estuvieron secuestrados durante todo este tiempo debajo de un puente, atados al mismo con cadenas", reconstruye la secuencia de los hechos Leomagno Flores, secretario del Gobierno de Táchira.

"Desde ayer por la tarde (por el sábado) los fueron sacando por separado, diciendo que los iban a liberar (...) La manera en la que fueron apareciendo los cadáveres nos da a entender que este grupo está actuando como los animales, como las hienas, marcando el territorio en una especie de triángulo de las Bermudas". Aún hay un miembro de Los Maniceros en paradero desconocido.

A todo esto, Cortez aún no ha respondido a la gran pregunta: cómo logró desoír el himno de la bala.

Olvidado el patiperreo con el que se sacaba el jornal, ha solicitado un sigiloso traslado a Colombia con urgencia. Cuando le regresen las palabras descubrirá que entre la selva y ninguna parte, rodeado de un verde que aturde, ya no habrá más balón ni más panas.

Las piedras repulidas y como huevos prehistóricos del cuento son ya apenas polvo, una rememoranza triste del esplendor geométrico de un Macondo sólo de papel.

1 comentario:

  1. Hay que encontrar una solución al asunto de las guerrillas, así como al narcotráfico, en Colombia. Este tipo de sucesos empaña la imagen de un país, siembra la violencia y el odio y no resuelve nada.

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