Minuto 68 del Uruguay-Argentina. Maradona no para de gritar, de hablar con el árbitro, de gesticular. Cada gesto suyo, histriónico, al límite, tal vez sobreactuado, será portada mañana en los periódicos de Argentina. El partido es el antifutbol. Ni una jugada de más de cinco pases. Ni una idea clara de a qué se juega. Al pelotazo. Más pasión que toque. Más nervios que confianza.
"Esto no es fútbol , es una final. Aquí no vale más nada que la garra". Lalo es argentino. Apura su gintonic en copa de balón, cómo no. No se altera. Los nervios, sin embargo, ya le comen las venas. Lalo está viendo el partido en un bar irlandés de San Sebastián de los Reyes, a escasos diez metros de donde su chef, Alfredo, prepara las mejores -y de las más caras- carnes argentinas del norte de Madrid.
"Tiene que salir Palermo", espeta Alfredo. "No sas pelotudo. No me hinchés más las pelotas con Palermo", le responde al instante Lalo, que no para de hablar de la "maravilla" de la selección española, del fiasco de Maradona -"como jugador era el mejor, como entrenador y persona no", del "horrible" partido que está viendo. "Yo si fuera este señor, ya estaría en el quinto sueño", dice señalándome.
Los fassos caen uno tras otro. El gol del chileno Suazo no les tranquiliza. No quieren repesca. No con este equipo. Con este sistema. "Se ha criticado mucho a Messi, pero es que no le pueden pedir que cargue con el equipo, ¿que hacen los otros diez?", se pregunta Lalo, que maldice cuando puede a la Brujita Verón, pero acaba alabando su fútbol sin complicaciones, al primer toque. "Si es que Verón está siendo el mejor", espeta incrédulo.
Cada vez que Messi la coge, dan un respingo. Pero nada. "¿Pero vite? Si es que le rodean sinco". Forlán se arranca con una eslalom que muere al borde del área. "¿Quién es ése que parese Maradona?", se pregunta Lalo. "Con este equipo no podemos jugar así", dice, crítico. "Si es que diez de los jugadores están jugando en Europa", exclama. Mascherano, sin venir a cuento, despeja un balón a córner casi desde el medio del campo. "Si hace eso con el Liverpool, Benítez le llama y le dice tres cosas".
El empate parece valer a Lalo y Alfredo, pero quieren más seguridad. Un gol. Higuaín se va. "Que salga Palermo", grita Alfredo, creyente en los milagros, fiel reflejo de la Argentina de la gesta, de la heróica. Pero milagro no hay más que uno. Y ya ocurrió hace cuatro días. Bolatti salta a la cancha. "¿Pero quién es Bolatti?", suelta Alfredo, inquieto. "Está bien, hay que aguantarla", calma Lalo a su amigo. El camarero del local, poco enterado de que hay en juego, pregunta si hay penaltys. La callada por respuesta. Los argentinos no están para pelotudeces. No hoy.
"Si esto es rugby", exclama Lalo al ver como Cáceres hace un tackle con la mano a un albiceleste. Verón saca la falta. Tras un barullo, Bolatti, pero quién es Bolatti, la engancha al palo. "¡Gooooooooooooooooooooooool!". Los dos se levantan de las sillas. No hay abrazos. Sólo un grito seco, una palabra ansiada. "Te ganate el sielo loco. Que bien la tocaste Bolatti". Lalo pide otra copa. "Nos tomamos tres, mírate a las que nos invitás", le dice ufano al camarero.
Chile sigue ganando. Está hecho. Argentina va al Mundial. Uruguay apura sus últimas balas. No ofrece nada. Balones aéreos cuando la única tabla de salvación es que Forlán la engatille al borde del área. Final. En la pantalla se ve como Maradona se abraza a Menotti. Llora. Reparte besos. Los jugadores hacen corrillo y saltan. Lalo y Alfredo están callados mirando fijamente la pantalla. "Ya está". Ahí les dejo, en silencio, con su mente imaginándose las calles llenas de su Puerto Madero natal.
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