Por Sopenilla
El nombre de Carlo Ginzburg figura, desde 1976, entre los renovadores del quehacer histórico. La culpa de este reconocimiento científico la tuvo la publicación, en esa fecha, del proceso inquisitorial al que se vio sometido un molinero del Friuli a finales del siglo XVI. Dejando a un lado la particular cosmovisión de Menocchio, como se llamaba el acusado ante el Santo Oficio, la obra resultó un ‘boom’ historiográfico por alumbrar el nacimiento de un nuevo paradigma para explicar el pasado: la ‘microhistoria’.
Desde un punto de vista teórico, la narración de Ginzburg ponía de relieve cómo un suceso anecdótico, por irrelevante que pareciera a simple vista, podía ilustrar el marco general de una época. En este sentido, para dar cuenta de las reformas religiosas, no sólo cabía hablar de Trento. En ocasiones, como era el caso, centrarse en la heterodoxia de un aldeano del norte de Italia resultaba más revelador. Bastaba una documentación valiosa para elevar a la categoría de universal lo que no pasaba de ser un hecho localmente aislado.
En definitiva, gracias a El queso y los gusanos, el gremio de historiadores aprehendió un aserto no siempre evidente: una porción de la realidad puede ser más representativa que su conjunto. Alguno dirá que el fútbol es, ciertamente, un asunto trivial en comparación con el ambiente mental del cinquecento. Sin embargo, a fuerza de homogeneizar nuestro mundo globalizado, esa lógica también ha acabado por imponerse en su caso. Quizá por ello, más allá del título, la historia reciente del Albacete Balompié da la razón a lo expuesto por Ginzburg en su opera magna.
Examinados con lupa, los últimos veinte años del conjunto manchego son un reflejo a pequeña escala del salto emprendido por el fútbol patrio entre su era pre-metrosexual y su etapa moderna. Una transición que, al mismo tiempo que propició la irrupción de nuevas franquicias –sin masa social ni continuidad en la máxima categoría– al abrigo del profesionalismo, desató el apetito de las televisiones, los representantes y los accionistas que ha terminado por laminar muchos clubes, sin excepción de historia y/o títulos. Vamos, a lo que nos ha acostumbrado en los últimos tiempos la liga BBVA; sólo que aplicado, esta vez, a un rincón apartado de La Mancha, tradicionalmente más conocido por sus navajas que por sus derivados lácteos.
Vino, rosas y duelos al sol
Los días de vino y rosas amanecieron con la llegada de Benito Floro en 1989. De lidiar con el descenso a 3ª en la campaña anterior a operar el paso del desierto de la 2ªB a la tierra prometida de la Primera en dos temporadas consecutivas. Es posible que la vorágine de los acontecimientos pillara con el pie cambiado a una comunidad que, aparte de carecer de más identidad regional que los típicos piques entre provincias vecinas, tampoco contaba con representantes en la elite deportiva. Para cuando la televisión autonómica apareció, ya era demasiado tarde. La CCM no disponía de fondos y el foco mediático lo había acaparado una disciplina ‘menor’ como el balonmano y una ciudad ‘limítrofe’ como Ciudad Real.
El ‘Alba’ quedó entonces como un islote en medio del llano. Unas infraestructuras envidiables, con una ciudad deportiva por la que suspirarían bastantes equipos de Primera, en manos de un club zarandeado por la falta de planificación y las derivas económicas e institucionales. Aunque la deuda de 15 millones de euros por la que se entró en concurso de acreedores hace un año no apunta a riesgo de desaparición inmediata, nadie sueña ya con volver a ver al ‘queso mecánico’ a las puertas de Europa, tal y como finalizó tras su estreno en la categoría reina.
En la práctica, son demasiados los precedentes milagrosos como para que la suerte se muestre de nuevo favorable. Ya no quedan ligas de 22 que acudan al rescate de una nefasta promoción ante el Salamanca, ni calendarios capaces de inspirar un 0-4 en la última jornada en casa de un Cartagena sin opciones de ascenso. A falta de 7 para la conclusión, la permanencia se sitúa a 10 puntos. Una distancia insalvable, incluso para ‘curanderos’ como David Vidal. El gallego fue el segundo técnico que vio desfilar el banquillo del Belmonte a lo largo de este año. En una huida hacia adelante, el último recurso a día de hoy es un treintañero profesor de instituto, en excedencia desde que lo llamaran de las filas del B.
En el cómputo de entrenadores que la directiva ha devorado en las dos últimas temporadas, Mario Simón hace el sexto. Para no ser menos, la nómina de futbolistas en plantilla durante ese mismo período va en consonancia con esa cifra, superando los 40. Sin ir más lejos, en el último mercado de invierno, el cambio de cromos dejó sin ficha a 9 jugadores para dar cabida a 8 nuevas incorporaciones. El caso de Assen, contratado y rescindido prácticamente en el mismo día, fue sintomático. De los llegados en verano, como De la Cuesta y Fragoso, recién descendidos con el Cádiz un par de meses antes, tampoco cabía esperar un rendimiento mayúsculo. Curiosamente, estos últimos quedaron absueltos de la limpia invernal.
Como se puede presuponer, el baile de jugadores ha contado con la complicidad de los representantes. A falta de que los tentáculos de Jorge Mendes toquen el sur de la meseta, el trabajo sucio de llamar a la puerta catálogo en mano lo hacen aquí viejas glorias como Catali y Zalazar. Otros, como Gonzalo Arguiñano, sacaron a relucir sus dotes, arañando su % de comisión al club, cuando el Udinese vino en busca de activos como Ritchie Kitoko.
Por suerte o por desgracia, esta situación dinamitó los cimientos del Consejo de Administración. El cisma interno entre sus máximas cabezas visibles, Rafael Candel y José Vicente García Palazón, hace tiempo que dejó de ser un duelo en la sombra. El primero, que retomó el sillón presidencial tras la moción pública en 2009 al mandato de Ubaldo González, ha manifestado su intención de seguir al frente de la nave. Por contradictorio que suene, la historia le avala, ya que él puso al equipo en el mapa a comienzos de los noventa. No obstante, veremos qué depara la junta de acreedores del próximo 6 de mayo.
Con toda probabilidad, el descenso será entonces un hecho consumado. Pese a todo, en el ánimo de los seguidores más nostálgicos siempre quedará el recuerdo de haber protagonizado la primera retransmisión liguera de Canal+.
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miércoles, 27 de abril de 2011
martes, 26 de abril de 2011
El Barça gana siempre tocando...
Por Rocheteau
El Barça nunca ha ganado por pelotas. Ya se sabe que en la Ciudad Condal siempre ha tirado lo de tocarla y tocarla… Y el miércoles será algo así como la batalla final, el gran encontronazo, entre el Barça imperio del bien, enlazado de forma tan invisible como inevitable, con Obama, Gandhi y la belleza pura del Renacimiento, con las huestes de la Santa Intuición portuguesa y blanca.
Un choque antagónico al que ambos equipos vivieron en 1960. El Real Madrid había ganado cinco Copas de Europa… de cinco. Era el equipo del mundo. La cumbre del fútbol. Y se enfrentó al Barça, al que el año anterior había triturado en Copa de Europa, un eterno Poulidor vestido de blaugrana que parecía una víctima propicia, a pesar de contar con Ramallets, Kubala y Evaristo.
Fíjense en la foto superior y no les costará adivinar quién ganó. Ahí les tienen, felices como bebés. Desnudos como ídem ¿Imaginan si pasa lo mismo este año en el Camp Nou? ¿Si Cristiano Ronaldo y Pepe, borrachos de euforia, calificados para la final tras el partido de vuelta, decidieran dar a Telecinco (y Cuatro, al ritmo que va) algo más de carnaza para rellenar las improductivas siestas del vagueo nacional? ¿O si Piqué decidiese medirse a la insolencia de cierta revista de manoseo mental y dirimir la hamletiana duda entre paquetón y piquetín?
Igual a muchos jugadores se les bajaban los humos. Igual en algunos campos empezaban a oírse cánticos algo más originales que los manidos insultos. Podríamos incluso instaurarlo, en beneficio de la audiencia: en algunos países, los medios ya pueden entrar en los vestuarios. ¿Por qué no desnudarlos? Mercedes Milá o Boris Izaguirre podrían así presentar el fútbol y unir, de una puta vez por todas, los dos pasatiempos más españoles: el fútbol y el chismorreo.
El caso es que así podían entrar los fotógrafos a los vestuarios en 1960. Coñas aparte, cuánto ha cambiado todo en medio siglo. Ahora, para entrevistar a un jugador, hay que patrocinarle primero. Otras cosas siguen igual: en aquella eliminatoria hubo cinco goles anulados, cuatro al Madrid, penaltis muy protestados, otros escamoteados, y los árbitros, los ingleses Mr. Ellis y Mr. Leafe, casi necesitan escolta.
L’Équipe publicó entonces un artículo titulado “El crimen de Mr. Ellis”, en referencia a un posible arbitraje favorable a los blaugrana. Ese mismo diario ha sacado del cajón esta foto en su revista semanal. En el pie de foto puede leerse: “El éxito fue vivido por Cataluña como una revancha del poder centralista madrileño”. Tan lejos, tan cerca… pero ni una mención al desnudo de los amigos. Politesse obliga… Tweet
El Barça nunca ha ganado por pelotas. Ya se sabe que en la Ciudad Condal siempre ha tirado lo de tocarla y tocarla… Y el miércoles será algo así como la batalla final, el gran encontronazo, entre el Barça imperio del bien, enlazado de forma tan invisible como inevitable, con Obama, Gandhi y la belleza pura del Renacimiento, con las huestes de la Santa Intuición portuguesa y blanca.
Un choque antagónico al que ambos equipos vivieron en 1960. El Real Madrid había ganado cinco Copas de Europa… de cinco. Era el equipo del mundo. La cumbre del fútbol. Y se enfrentó al Barça, al que el año anterior había triturado en Copa de Europa, un eterno Poulidor vestido de blaugrana que parecía una víctima propicia, a pesar de contar con Ramallets, Kubala y Evaristo.
Fíjense en la foto superior y no les costará adivinar quién ganó. Ahí les tienen, felices como bebés. Desnudos como ídem ¿Imaginan si pasa lo mismo este año en el Camp Nou? ¿Si Cristiano Ronaldo y Pepe, borrachos de euforia, calificados para la final tras el partido de vuelta, decidieran dar a Telecinco (y Cuatro, al ritmo que va) algo más de carnaza para rellenar las improductivas siestas del vagueo nacional? ¿O si Piqué decidiese medirse a la insolencia de cierta revista de manoseo mental y dirimir la hamletiana duda entre paquetón y piquetín?
Igual a muchos jugadores se les bajaban los humos. Igual en algunos campos empezaban a oírse cánticos algo más originales que los manidos insultos. Podríamos incluso instaurarlo, en beneficio de la audiencia: en algunos países, los medios ya pueden entrar en los vestuarios. ¿Por qué no desnudarlos? Mercedes Milá o Boris Izaguirre podrían así presentar el fútbol y unir, de una puta vez por todas, los dos pasatiempos más españoles: el fútbol y el chismorreo.
El caso es que así podían entrar los fotógrafos a los vestuarios en 1960. Coñas aparte, cuánto ha cambiado todo en medio siglo. Ahora, para entrevistar a un jugador, hay que patrocinarle primero. Otras cosas siguen igual: en aquella eliminatoria hubo cinco goles anulados, cuatro al Madrid, penaltis muy protestados, otros escamoteados, y los árbitros, los ingleses Mr. Ellis y Mr. Leafe, casi necesitan escolta.
L’Équipe publicó entonces un artículo titulado “El crimen de Mr. Ellis”, en referencia a un posible arbitraje favorable a los blaugrana. Ese mismo diario ha sacado del cajón esta foto en su revista semanal. En el pie de foto puede leerse: “El éxito fue vivido por Cataluña como una revancha del poder centralista madrileño”. Tan lejos, tan cerca… pero ni una mención al desnudo de los amigos. Politesse obliga… Tweet
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lunes, 18 de abril de 2011
La lucidez del lateral izquierdo
Por Halftown
Joan Capdevila es un futbolista corriente que ha tenido la sabiduría (otros dirán la fortuna) de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Con un palmarés del que no pueden presumir otros muchos, muchísimos jugadores más talentosos que él, Capdevila es el primer en reconocer su chorra en una entrevista que concedió al EL PAIS el pasado jueves.
Pero lo que llamaba la atención en la charla del lateral catalán con Cayetano Ros fue una frase que dejó caer a mitad de entrevista, y que el entrevistador no pudo (o no supo) aprovechar. Cuando le preguntaron por sus posibles sustitutos en el flanco izquierdo de la Roja, Capdevila enumeró una serie de futbolistas y cerró su lista diciendo que la suya, en realidad, no es una posición determinante.
Una reflexión acojonante, una verdad de las que pocas veces se oyen de boca de un profesional del fútbol, y algo que ninguno de los mejores laterales izquierdos del mundo dijeron antes.
Cualquiera que haya jugado al fútbol –ni siquiera hace falta haber jugado de lateral- sabe que el cometido principal de los laterales es impedir que los extremos del equipo rival generen peligro desde los costados, bien con diagonales, bien con centros al área.
La verdad es que no es tan complicado. Primero, porque destruir siempre fue más fácil que construir. Y segundo, porque hacerlo en la banda, con la seguridad que da el tener a tiro de piedra la línea de cal, es mucho más simple que hacerlo, por ejemplo, en la incertidumbre del círculo central.
No todos somos Roberto Carlos
Una posición a priori tan sencilla, y sin embargo si uno mira a los laterales de primera división hoy, la mayoría de ellos eran centrocampistas de banda en sus inicios: Salgado, Puyol, Ramos, el propio Capdevila… El posterior reciclaje al lateral que conlleva su falta de desborde hace que los jugadores que guardaban esa posición en categorías inferiores salten por los aires. Piensen por ejemplo en los dos laterales de la quinta de Xavi y Casillas campeones del Mundo sub-20 en el ’99: el derecho, Pablo Coira, después de haber estado en el filial del Espanyol cuando ya no tenía edad para esas cosas, se quedó sin club en enero después de hartarse de que el Honved de Budapest no le pagase la ficha. El izquierdo, David Bermudo, en la última década sólo ha conseguido ser titular en el Sabadell que entrena otro antiguo lateral izquierdo, Lluis Carreras.
Todo cambió en 1996, cuando el Madrid pagó 600 millones de pesetas por un brasileño que había aterrizado en el Inter un año antes: Roberto Carlos. El pequeño lateral, con unas piernas como troncos de árbol amazónico, se sirvió de ellas para revolucionar la posición en la que jugaba. El problema era cuando el Madrid perdía la pelota, el lado izquierdo de la defensa se convertía en un queso gruyère. La hemorragia la abortaban centrales rápidos como Alkorta o Pepe, pero la cosa se ponía más jodida cuando el agujero lo tenían que tapar tanquetas como Pavón o Walter Samuel.
El aficionado madridista siempre disculpó la falta de rigor defensivo de Roberto Carlos, al entender que lo compensaba con su papel en el ataque. La misma historia que le pasa ahora al Barça con Dani Alves.
El problema es que hemos hecho de la excepción el nuevo paradigma. Los Roberto Carlos, Maicon o Dani Alves son casos aparte, agujas en el pajar de los Pinillos, Corrales, Abate, Pernía y compañía.
Por eso que cuando me hablan de Roberto Carlos como el mejor lateral izquierdo jamás parido, me niego a estar de acuerdo. Un lateral tiene, ante todo, que defender. Una vez que eso está bajo control –si eso puede decirse en algún momento de los 90-, por qué no va a poder incorporarse al ataque de cuando en cuando. Pero un lateral tiene que tapar y evitar los delirios de grandeza. Hagan el favor de poner a los niños algún video de Paolo Maldini, el legendario lateral izquierdo que ni siquiera era zurdo. Seguro que él también piensa que, en el fondo, la suya no era una posición determinante. Tweet
Joan Capdevila es un futbolista corriente que ha tenido la sabiduría (otros dirán la fortuna) de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Con un palmarés del que no pueden presumir otros muchos, muchísimos jugadores más talentosos que él, Capdevila es el primer en reconocer su chorra en una entrevista que concedió al EL PAIS el pasado jueves.
Pero lo que llamaba la atención en la charla del lateral catalán con Cayetano Ros fue una frase que dejó caer a mitad de entrevista, y que el entrevistador no pudo (o no supo) aprovechar. Cuando le preguntaron por sus posibles sustitutos en el flanco izquierdo de la Roja, Capdevila enumeró una serie de futbolistas y cerró su lista diciendo que la suya, en realidad, no es una posición determinante.
Una reflexión acojonante, una verdad de las que pocas veces se oyen de boca de un profesional del fútbol, y algo que ninguno de los mejores laterales izquierdos del mundo dijeron antes.
Cualquiera que haya jugado al fútbol –ni siquiera hace falta haber jugado de lateral- sabe que el cometido principal de los laterales es impedir que los extremos del equipo rival generen peligro desde los costados, bien con diagonales, bien con centros al área.
La verdad es que no es tan complicado. Primero, porque destruir siempre fue más fácil que construir. Y segundo, porque hacerlo en la banda, con la seguridad que da el tener a tiro de piedra la línea de cal, es mucho más simple que hacerlo, por ejemplo, en la incertidumbre del círculo central.
No todos somos Roberto Carlos
Una posición a priori tan sencilla, y sin embargo si uno mira a los laterales de primera división hoy, la mayoría de ellos eran centrocampistas de banda en sus inicios: Salgado, Puyol, Ramos, el propio Capdevila… El posterior reciclaje al lateral que conlleva su falta de desborde hace que los jugadores que guardaban esa posición en categorías inferiores salten por los aires. Piensen por ejemplo en los dos laterales de la quinta de Xavi y Casillas campeones del Mundo sub-20 en el ’99: el derecho, Pablo Coira, después de haber estado en el filial del Espanyol cuando ya no tenía edad para esas cosas, se quedó sin club en enero después de hartarse de que el Honved de Budapest no le pagase la ficha. El izquierdo, David Bermudo, en la última década sólo ha conseguido ser titular en el Sabadell que entrena otro antiguo lateral izquierdo, Lluis Carreras.
Todo cambió en 1996, cuando el Madrid pagó 600 millones de pesetas por un brasileño que había aterrizado en el Inter un año antes: Roberto Carlos. El pequeño lateral, con unas piernas como troncos de árbol amazónico, se sirvió de ellas para revolucionar la posición en la que jugaba. El problema era cuando el Madrid perdía la pelota, el lado izquierdo de la defensa se convertía en un queso gruyère. La hemorragia la abortaban centrales rápidos como Alkorta o Pepe, pero la cosa se ponía más jodida cuando el agujero lo tenían que tapar tanquetas como Pavón o Walter Samuel.
El aficionado madridista siempre disculpó la falta de rigor defensivo de Roberto Carlos, al entender que lo compensaba con su papel en el ataque. La misma historia que le pasa ahora al Barça con Dani Alves.
El problema es que hemos hecho de la excepción el nuevo paradigma. Los Roberto Carlos, Maicon o Dani Alves son casos aparte, agujas en el pajar de los Pinillos, Corrales, Abate, Pernía y compañía.
Por eso que cuando me hablan de Roberto Carlos como el mejor lateral izquierdo jamás parido, me niego a estar de acuerdo. Un lateral tiene, ante todo, que defender. Una vez que eso está bajo control –si eso puede decirse en algún momento de los 90-, por qué no va a poder incorporarse al ataque de cuando en cuando. Pero un lateral tiene que tapar y evitar los delirios de grandeza. Hagan el favor de poner a los niños algún video de Paolo Maldini, el legendario lateral izquierdo que ni siquiera era zurdo. Seguro que él también piensa que, en el fondo, la suya no era una posición determinante. Tweet
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viernes, 15 de abril de 2011
La previa de las consecuencias
Por snedecor
Ya están aquí. Los peores presagios se han cumplido (?) y nos enfrentamos a 4 duelos por todo lo alto entre los dos colosos de nuestro fútbol. En estos días nos cansaremos de ver, leer y escuchar a sesudos opinadores hablando sobre momentos de forma, planteamientos tácticos y guerras psicológicas, planteando sus puntos de vista sobre cómo se desarrollarán estos 4 grandes partidos. Pero como afortunadamente vemos a diario, para hablar de fútbol (o de lo que le rodea) no hace falta saber de fútbol, así que aquí van mis pronósticos sobre lo que puede pasar cuando termine el último de los 4 duelos entre Real Madrid y F.C. Barcelona. Podéis apostar a que se cumplirán, si es que antes el cielo no se cae sobre nuestras cabezas.
Escenario A: el Barça arrasa en los cuatro enfrentamientos, y por arrasar entiéndase vencer y convencer (más o menos lo que viene haciendo los dos últimos años ante el Madrid: 2-0, 2-6; 1-0, 0-2; 5-0). Sentencia la Liga, gana la Copa, se mete en la final de la Champions y, de rebote, decreta el estado de alarma en Concha Espina. Mou, experto en estas batallas, intentará salvar su culo apuntando al primero que se le ponga a tiro, ya sea jugador, directivo o (quién sabe) presidente. Nada podrá (bueno, nada debería) tapar las vergüenzas del segundo advenimiento del Ser Superior: tropecientos millones de inversión, malas formas y cero títulos, otra vez. El barcelonismo, por su parte, entrará en éxtasis y se pedirá la beatificación de Guardiola o, en su defecto, la concesión del título de Marqués.
Escenario B: el Barça se lleva lo importante (a saber: deja la Liga a tiro, gana la Copa del Rey y se clasifica para la final de la Champions), pero sin abusar. Esto es, gana de manera ajustada, preferiblemente con acciones polémicas a su favor que permitan tapar mediáticamente las posibles carencias del equipo blanco en esos partidos. En función del resultado del choque liguero, se dará inicio a la enésima procesión de la Cofradía del Clavo Ardiendo, con Tomás Roncero y Toñín el Torero a la cabeza. Si, como es de suponer, ni eso sirve para levantar un trofeo, tocará encomendarse a un viejo amigo (Ferguson o Raúl) para que actúen como celosos guardianes de la honra madridista y derroten al infiel blaugrana en Wembley. Incógnita absoluta sobre la posible reacción de Mourinho y Florentino Pérez: puede repetirse lo previsto para el Escenario A o sorprendernos con una respuesta tranquila y sosegada. En todo caso, semanas mediáticamente divertidas para el espectador, incapaz de imaginar hasta dónde llegará el ingenio y la desvergüenza de los periodistas de mesón para justificar los resultados obtenidos por el Madrid.
Escenario C: se produce un empate técnico en Copa del Rey y Champions League: uno gana la Copa, el otro pasa a la final europea. Obviamente, la competición perdida dejará inmediatamente de tener importancia a ambos lados del puente aéreo: según convenga, lo importante es estar en Wembley o levantar un trofeo (que en el caso de los madridistas llevan veinte años sin conquistar). Desde la óptica blanca, se demostrará que se puede ganar al Barça, que los culés, de no sentenciar la Liga en el Bernabéu, están entrando en su particular fin de ciclo, y que este es el camino adecuado para recuperar la gloria perdida: Florentino es Dios y Mourinho su profeta (bueno, esto no cambiaría demasiado con respecto a lo que tenemos hoy). Para el Barça y sus medios, sólo será un pequeño traspiés que no debería empañar esta gran etapa (se admiten discursos victimistas en función de las actuaciones arbitrales en el torneo perdido), y Guardiola nos dará su enésima lección de humildad y saber estar, en clara contraposición a la inaceptable soberbia y arrogancia que su rival mostrará en la victoria.
Escenario D: el Barça deja la Liga a tiro, pero el Madrid gana la Copa y elimina al Barça de la Champions (nuevamente, la Liga pasará a un segundo plano o no, según convenga). Importante matiz: digo “el Madrid elimina al Barça de la Champions”, y no “pasa a la final de la Champions”. Esa interpretación vendrá más adelante, cuando enfrente de la Décima toque ver a un viejo amigo (Raúl) o a un perverso enemigo (Ferguson); pero de entrada, la primera conclusión de la propaganda merengue será que el exitoso Barça de Guardiola ha muerto, porque Pep (ya es oficial, se dirá) no seguirá más allá de 2012, que el club azulgrana debe empezar a pensar en su recambio, etc. Por contra, el gran Real Madrid ha vuelto: bufandas, DVD’s y todo tipo de coleccionables conmemorativos de tamaña gesta blanca inundarán los quioscos y luego los hogares de todos los españoles de bien. Históricamente acostumbrado como está el Barcelona a las combustiones espontáneas, el ruido mediático que se producirá alrededor de estas derrotas eleva el peligro de incendio en Can Barça, con imprevisibles consecuencias. En Concha Espina, Mourinho es Dios y Florentino… Florentino es la madre que lo parió.
Escenario E: el que falta. El Madrid se lo lleva todo de calle. Altamente improbable, pero por poder, puede ocurrir. Básicamente, las consecuencias serían las mismas descritas para el Escenario D pero elevadas a la máxima potencia. Mediáticamente, la tierra se abrirá en dos, un dragón con siete cabezas y cola de serpiente descenderá de los cielos escupiendo fuego por sus siete bocas y separará a los justos de los pecadores: los primeros disfrutaran de la gloria eterna de los cielos de la Décima y los derrotados serán condenados al fuego eterno por su falta de fe.
O algo así.
bolobolo Tweet
Ya están aquí. Los peores presagios se han cumplido (?) y nos enfrentamos a 4 duelos por todo lo alto entre los dos colosos de nuestro fútbol. En estos días nos cansaremos de ver, leer y escuchar a sesudos opinadores hablando sobre momentos de forma, planteamientos tácticos y guerras psicológicas, planteando sus puntos de vista sobre cómo se desarrollarán estos 4 grandes partidos. Pero como afortunadamente vemos a diario, para hablar de fútbol (o de lo que le rodea) no hace falta saber de fútbol, así que aquí van mis pronósticos sobre lo que puede pasar cuando termine el último de los 4 duelos entre Real Madrid y F.C. Barcelona. Podéis apostar a que se cumplirán, si es que antes el cielo no se cae sobre nuestras cabezas.
Escenario A: el Barça arrasa en los cuatro enfrentamientos, y por arrasar entiéndase vencer y convencer (más o menos lo que viene haciendo los dos últimos años ante el Madrid: 2-0, 2-6; 1-0, 0-2; 5-0). Sentencia la Liga, gana la Copa, se mete en la final de la Champions y, de rebote, decreta el estado de alarma en Concha Espina. Mou, experto en estas batallas, intentará salvar su culo apuntando al primero que se le ponga a tiro, ya sea jugador, directivo o (quién sabe) presidente. Nada podrá (bueno, nada debería) tapar las vergüenzas del segundo advenimiento del Ser Superior: tropecientos millones de inversión, malas formas y cero títulos, otra vez. El barcelonismo, por su parte, entrará en éxtasis y se pedirá la beatificación de Guardiola o, en su defecto, la concesión del título de Marqués.
Escenario B: el Barça se lleva lo importante (a saber: deja la Liga a tiro, gana la Copa del Rey y se clasifica para la final de la Champions), pero sin abusar. Esto es, gana de manera ajustada, preferiblemente con acciones polémicas a su favor que permitan tapar mediáticamente las posibles carencias del equipo blanco en esos partidos. En función del resultado del choque liguero, se dará inicio a la enésima procesión de la Cofradía del Clavo Ardiendo, con Tomás Roncero y Toñín el Torero a la cabeza. Si, como es de suponer, ni eso sirve para levantar un trofeo, tocará encomendarse a un viejo amigo (Ferguson o Raúl) para que actúen como celosos guardianes de la honra madridista y derroten al infiel blaugrana en Wembley. Incógnita absoluta sobre la posible reacción de Mourinho y Florentino Pérez: puede repetirse lo previsto para el Escenario A o sorprendernos con una respuesta tranquila y sosegada. En todo caso, semanas mediáticamente divertidas para el espectador, incapaz de imaginar hasta dónde llegará el ingenio y la desvergüenza de los periodistas de mesón para justificar los resultados obtenidos por el Madrid.
Escenario C: se produce un empate técnico en Copa del Rey y Champions League: uno gana la Copa, el otro pasa a la final europea. Obviamente, la competición perdida dejará inmediatamente de tener importancia a ambos lados del puente aéreo: según convenga, lo importante es estar en Wembley o levantar un trofeo (que en el caso de los madridistas llevan veinte años sin conquistar). Desde la óptica blanca, se demostrará que se puede ganar al Barça, que los culés, de no sentenciar la Liga en el Bernabéu, están entrando en su particular fin de ciclo, y que este es el camino adecuado para recuperar la gloria perdida: Florentino es Dios y Mourinho su profeta (bueno, esto no cambiaría demasiado con respecto a lo que tenemos hoy). Para el Barça y sus medios, sólo será un pequeño traspiés que no debería empañar esta gran etapa (se admiten discursos victimistas en función de las actuaciones arbitrales en el torneo perdido), y Guardiola nos dará su enésima lección de humildad y saber estar, en clara contraposición a la inaceptable soberbia y arrogancia que su rival mostrará en la victoria.
Escenario D: el Barça deja la Liga a tiro, pero el Madrid gana la Copa y elimina al Barça de la Champions (nuevamente, la Liga pasará a un segundo plano o no, según convenga). Importante matiz: digo “el Madrid elimina al Barça de la Champions”, y no “pasa a la final de la Champions”. Esa interpretación vendrá más adelante, cuando enfrente de la Décima toque ver a un viejo amigo (Raúl) o a un perverso enemigo (Ferguson); pero de entrada, la primera conclusión de la propaganda merengue será que el exitoso Barça de Guardiola ha muerto, porque Pep (ya es oficial, se dirá) no seguirá más allá de 2012, que el club azulgrana debe empezar a pensar en su recambio, etc. Por contra, el gran Real Madrid ha vuelto: bufandas, DVD’s y todo tipo de coleccionables conmemorativos de tamaña gesta blanca inundarán los quioscos y luego los hogares de todos los españoles de bien. Históricamente acostumbrado como está el Barcelona a las combustiones espontáneas, el ruido mediático que se producirá alrededor de estas derrotas eleva el peligro de incendio en Can Barça, con imprevisibles consecuencias. En Concha Espina, Mourinho es Dios y Florentino… Florentino es la madre que lo parió.
Escenario E: el que falta. El Madrid se lo lleva todo de calle. Altamente improbable, pero por poder, puede ocurrir. Básicamente, las consecuencias serían las mismas descritas para el Escenario D pero elevadas a la máxima potencia. Mediáticamente, la tierra se abrirá en dos, un dragón con siete cabezas y cola de serpiente descenderá de los cielos escupiendo fuego por sus siete bocas y separará a los justos de los pecadores: los primeros disfrutaran de la gloria eterna de los cielos de la Décima y los derrotados serán condenados al fuego eterno por su falta de fe.
O algo así.
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jueves, 7 de abril de 2011
Fútbol 2.0: la vida sigue igual
Por Sopenilla
Tarde o temprano tenía que ocurrir. Como predijo el auge de los Social Media, y confirmaron luego los gurús, la web del siglo XXI sería participativa, o simplemente no sería. Con lo que nadie contaba es con que una de las primeras cosas públicas en regirse de modo asambleario desde la red fuera un club de fútbol, y no un país. Aunque a muchos les cueste admitirlo, la sociedad de la información ha democratizado el conocimiento. La mejor prueba de que las nuevas tecnologías han devuelto la cultura al pueblo es haber hecho posible que, bajo la piel de cada aficionado, cohabite en la práctica un entrenador.
Lo cierto es que, de alguna manera, cualquier seguidor venía encarnando ese papel desde que este juego se convirtiera en un espectáculo de masas. Cuando el entretenimiento devino en un modo de vida, la tarea de enjuiciar al técnico de turno empezó a formar parte de la rutina de todo buen aficionado. Lo interesante del proceso es comprobar cómo del pañuelo y la música de viento en el estadio se pasó, en primer término, a las discusiones de bar y, últimamente, a que la soberanía popular haya acabado por inmiscuirse en la potestad –en otro tiempo exclusiva– del Míster.
Hasta la fecha, sólo recreaciones virtuales como el PC Fútbol habían ido tan lejos a la hora de conferir ese tipo de competencias al respetable. En este caso, la atribución de funciones por parte del usuario era casi completa, si bien lo que primaba, frente a la opción de contratar psicólogo o vallas de publicidad, era poder darse el gustazo viendo que tu criterio táctico llevaba al Écija a disputar la Champions. Más allá de la dimensión freakie del pasatiempo, lo que está claro es que la aplicación informática satisfacía ese narcisismo inherente a la sapiencia balompédica.
Conscientes de que el ego es una debilidad universal, Elías y Miguel Favela tuvieron al menos la dignidad o la prudencia –puede, incluso, que hasta el acierto– de hacer partícipes de su club a todo aquel que, sintiendo o no los colores, le atrajera la idea de entrenarlo. Imaginando qué habría sido de la selección azteca en el último mundial si el ‘Chicharito’ hubiera tenido más minutos que Cuathémoc Blanco, por poner un ejemplo, ambos llegaron a la conclusión de que más valía una cerrazón colectiva que una obstinación personal. Fue así cómo los Murciélagos de Guamúchil, equipo de la segunda división mexicana encuadrado en la Zona Norte de la Liga Premier –una especie de Segunda B española–, empezaron a funcionar al más puro estilo 2.0.
Interactuando a tiempo real
Bien mirada, la propuesta de “DT electrónico” –como ha sido bautizado el sistema– dista de ofrecer un manejo completo de todas las variables deportivas. De hecho, el ámbito de autonomía dejado al arbitrio de los seguidores está restringido a los encuentros en los que el cuadro de Sinaloa ejerce como local. Pese a ello, no se puede decir que, limitada a este único escenario, la puesta en común quede exenta de menor relevancia. Al margen de las alineaciones, son los cambios en medio de un partido los que tienden a posicionar a los aficionados a favor o en contra de su entrenador y, por extensión, de su equipo. Al fin y al cabo, acertar con una sustitución suele ser más efectivo a corto plazo –el que más cuenta, por otro lado, para algunas directivas– que planificar la carga de trabajo diaria u obcecarse con un determinado sistema de juego.
Para algunos, parecerá una estrategia de marketing. Para otros, un signo inequívoco de que hay presidentes que huyen de la tentación de poner y quitar entrenadores como si fueran camisas de vestir. Sea como fuere, los dueños del Murciélagos F. C. creyeron oportuno ceder justamente la responsabilidad de los cambios a sus aficionados. El funcionamiento es sencillo. Cuando el “profe” Ruva, el técnico titular, estima que ha llegado el momento de efectuar alguna sustitución, selecciona dos jugadores entre los disponibles en el banquillo. Decantarse por uno u otro de los candidatos es tarea de los internautas que, a través de Facebook, Twitter o también vía SMS, pueden canalizar sus preferencias como si de un concurso televisivo se tratara.
La verdad es que la dinámica tiene bastante de reality show. A diferencia de otros experimentos similares, como el del conjunto asturiano TK Goal, los Murciélagos se distinguen por hacer de la interacción a tiempo real su seña de identidad. Lejos de ruborizarse porque las vicisitudes de los clubes de fútbol monopolicen minutos y minutos de nuestras vidas, los mexicanos parecen decididos a explotar este formato. Además de los partidos, la web oficial transmite la charla en el vestuario durante los descansos y, al final de cada encuentro, se abre la votación al jugador más destacado en las filas locales. Dicho así, esto último sonaría intrascendente si no fuera por la prima económica que acompaña a esa distinción honorífica.
Paradójicamente, la penetración en las redes sociales no ha tenido todo el efecto deseado en la cancha. Los 1254 fans de su página en Facebook y los 817 followers en Twitter no han impedido la eliminación de los “Caballeros de la Noche” de la siguiente fase en la lucha por subir a la Liga de Ascenso. Tras la finalización del torneo regular el pasado sábado, el balance no puede ser más discreto: una victoria, dos derrotas y siete empates en los diez partidos celebrados. Por si fuera poco, el único triunfo no tuvo lugar en casa, sino que se produjo en la cancha de los Delfines de los Cabos.
La reacción del club ha ido en la línea con lo que predica. Al tiempo que felicitó a los cinco clubs de la Zona Norte clasificados, conminó a una evaluación general conjunta de la temporada. Entre los aludidos, hay división de opiniones: los hay que piensan que el “DT electrónico” es un fraude y quienes critican directamente al “profe” Ruva. Conclusión: la vida no deja de ser la misma estemos o no conectados. Tweet
Tarde o temprano tenía que ocurrir. Como predijo el auge de los Social Media, y confirmaron luego los gurús, la web del siglo XXI sería participativa, o simplemente no sería. Con lo que nadie contaba es con que una de las primeras cosas públicas en regirse de modo asambleario desde la red fuera un club de fútbol, y no un país. Aunque a muchos les cueste admitirlo, la sociedad de la información ha democratizado el conocimiento. La mejor prueba de que las nuevas tecnologías han devuelto la cultura al pueblo es haber hecho posible que, bajo la piel de cada aficionado, cohabite en la práctica un entrenador.
Lo cierto es que, de alguna manera, cualquier seguidor venía encarnando ese papel desde que este juego se convirtiera en un espectáculo de masas. Cuando el entretenimiento devino en un modo de vida, la tarea de enjuiciar al técnico de turno empezó a formar parte de la rutina de todo buen aficionado. Lo interesante del proceso es comprobar cómo del pañuelo y la música de viento en el estadio se pasó, en primer término, a las discusiones de bar y, últimamente, a que la soberanía popular haya acabado por inmiscuirse en la potestad –en otro tiempo exclusiva– del Míster.
Hasta la fecha, sólo recreaciones virtuales como el PC Fútbol habían ido tan lejos a la hora de conferir ese tipo de competencias al respetable. En este caso, la atribución de funciones por parte del usuario era casi completa, si bien lo que primaba, frente a la opción de contratar psicólogo o vallas de publicidad, era poder darse el gustazo viendo que tu criterio táctico llevaba al Écija a disputar la Champions. Más allá de la dimensión freakie del pasatiempo, lo que está claro es que la aplicación informática satisfacía ese narcisismo inherente a la sapiencia balompédica.
Conscientes de que el ego es una debilidad universal, Elías y Miguel Favela tuvieron al menos la dignidad o la prudencia –puede, incluso, que hasta el acierto– de hacer partícipes de su club a todo aquel que, sintiendo o no los colores, le atrajera la idea de entrenarlo. Imaginando qué habría sido de la selección azteca en el último mundial si el ‘Chicharito’ hubiera tenido más minutos que Cuathémoc Blanco, por poner un ejemplo, ambos llegaron a la conclusión de que más valía una cerrazón colectiva que una obstinación personal. Fue así cómo los Murciélagos de Guamúchil, equipo de la segunda división mexicana encuadrado en la Zona Norte de la Liga Premier –una especie de Segunda B española–, empezaron a funcionar al más puro estilo 2.0.
Interactuando a tiempo real
Bien mirada, la propuesta de “DT electrónico” –como ha sido bautizado el sistema– dista de ofrecer un manejo completo de todas las variables deportivas. De hecho, el ámbito de autonomía dejado al arbitrio de los seguidores está restringido a los encuentros en los que el cuadro de Sinaloa ejerce como local. Pese a ello, no se puede decir que, limitada a este único escenario, la puesta en común quede exenta de menor relevancia. Al margen de las alineaciones, son los cambios en medio de un partido los que tienden a posicionar a los aficionados a favor o en contra de su entrenador y, por extensión, de su equipo. Al fin y al cabo, acertar con una sustitución suele ser más efectivo a corto plazo –el que más cuenta, por otro lado, para algunas directivas– que planificar la carga de trabajo diaria u obcecarse con un determinado sistema de juego.
Para algunos, parecerá una estrategia de marketing. Para otros, un signo inequívoco de que hay presidentes que huyen de la tentación de poner y quitar entrenadores como si fueran camisas de vestir. Sea como fuere, los dueños del Murciélagos F. C. creyeron oportuno ceder justamente la responsabilidad de los cambios a sus aficionados. El funcionamiento es sencillo. Cuando el “profe” Ruva, el técnico titular, estima que ha llegado el momento de efectuar alguna sustitución, selecciona dos jugadores entre los disponibles en el banquillo. Decantarse por uno u otro de los candidatos es tarea de los internautas que, a través de Facebook, Twitter o también vía SMS, pueden canalizar sus preferencias como si de un concurso televisivo se tratara.
La verdad es que la dinámica tiene bastante de reality show. A diferencia de otros experimentos similares, como el del conjunto asturiano TK Goal, los Murciélagos se distinguen por hacer de la interacción a tiempo real su seña de identidad. Lejos de ruborizarse porque las vicisitudes de los clubes de fútbol monopolicen minutos y minutos de nuestras vidas, los mexicanos parecen decididos a explotar este formato. Además de los partidos, la web oficial transmite la charla en el vestuario durante los descansos y, al final de cada encuentro, se abre la votación al jugador más destacado en las filas locales. Dicho así, esto último sonaría intrascendente si no fuera por la prima económica que acompaña a esa distinción honorífica.
Paradójicamente, la penetración en las redes sociales no ha tenido todo el efecto deseado en la cancha. Los 1254 fans de su página en Facebook y los 817 followers en Twitter no han impedido la eliminación de los “Caballeros de la Noche” de la siguiente fase en la lucha por subir a la Liga de Ascenso. Tras la finalización del torneo regular el pasado sábado, el balance no puede ser más discreto: una victoria, dos derrotas y siete empates en los diez partidos celebrados. Por si fuera poco, el único triunfo no tuvo lugar en casa, sino que se produjo en la cancha de los Delfines de los Cabos.
La reacción del club ha ido en la línea con lo que predica. Al tiempo que felicitó a los cinco clubs de la Zona Norte clasificados, conminó a una evaluación general conjunta de la temporada. Entre los aludidos, hay división de opiniones: los hay que piensan que el “DT electrónico” es un fraude y quienes critican directamente al “profe” Ruva. Conclusión: la vida no deja de ser la misma estemos o no conectados. Tweet
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lunes, 4 de abril de 2011
Más que un club, menos que un estadio
Por Halftown
La semana pasada, el FC Barcelona tuvo a bien invitarnos -previo pago de 19 euros- a la llamada Camp Nou Experience. Detrás de tan pomposo nombre se esconde un billete que permite visitar el museo del Barça y el Camp Nou. Y qué quieren que les diga, pero este humilde redactor encontró la experiencia un puntito cutre.
Cuentan en Barcelona que el Camp Nou se llama así, campo nuevo, porque las autoridades franquistas se negaron a que le llamasen Joan Gamper. El fundador del Barça, por cierto, era en realidad Hans Kamper, un suizo que no puso un pie en Cataluña hasta los veinte años de edad.
Total, que el taxi se detiene a la puerta del estadio de fútbol, y a unos cien metros están las taquillas para entrar al que es, por número de visitantes, el tercer museo de España. Un grupo de estudiantes adolescentes franceses comía perritos calientes en un chiringuito azulgrana. Una familia asiática –no me la juego a precisar el país- salía con bolsas de la FCBotiga Megastore, la gigantesca tienda que preside el edificio anexo al Camp Nou. Después de hacer una cola rapidita y de aflojar un billetito azul, una pasarela elevada lleva hasta el estadio, donde se encuentra el museo.
El museo del Barça tiene muchos objetos históricos, pero poca historia. Es decir, mucha vitrina llena de balones, botas, camisetas y copas en orden cronológico aunque sin seguir un recorrido (como hace por ejemplo Ikea), de manera que todo parece concebido por defecto, como si nadie se hubiese parado a pensar si se puede hacer otra cosa aparte de Un Museo Más. La cosa tenía su parte interactiva, con una pantalla y una mesa táctiles que permiten ver vídeos y leer artículos sobre los distintos momentos (álgidos) de la historia del Barça. La idea era buena, pero las dos partes interactivas quedaban sepultadas entre tanta vitrina con polvo.
Dos detallitos más: uno, la vitrina dedicada en exclusiva a las seis copas de 2009, incluido un vídeo del 2-6 en el Bernabéu que pasaba en bucle. Dos, el Barça tiene el mejor eslogan que jamás tuvo un club de fútbol –“Más que un club”- y sin embargo lo lucen bastante poco a lo largo de la exposición. Hay vitrinas con cositas de cada sección, cierto, pero nada que refleje una estadística demoledora: la sección de balonmano del Barça tiene más títulos que la de fútbol.
Hugo, Tamudo y una capilla
Al salir del museo uno entra en los pasillos bajo las gradas del estadio, y por un vomitorio se accede a la grada. Es hasta cierto punto injusto juzgar un estadio fuera de día de partido, un esqueleto de cemento armado sin corazón, pero también permite poner atención a detalles en los que uno jamás repararía en la antesala de un encuentro.
Incluso vacío, el Camp Nou impresiona. A diferencia de otros estadios como San Siro o el Bernabéu, el estadio del Barcelona no está concebido a lo alto, sino como una especie de curva interminable que arropa al rectángulo verde. Llama la atención que sólo una tribuna esté cubierta, lo cual en pleno siglo XXI y en una ciudad como Barcelona, donde en otoño llueve de verdad, es algo ridículo. Cuando uno olvida lo macro y se centra en los detalles es cuando salen a relucir las miserias del estadio azulgrana: los asientos están gastados, los accesos sucios, como si nadie los hubiese renovado en décadas.
Después el tour continúa bajando por una escalera con olor ocre hasta la sala de prensa, la zona mixta y el vestuario visitante. En este último unas pantallas van mostrando jugadores legendarios que se han cambiado en él. Chapeau a la elegancia del Barça, que reserva sitio no sólo a cracks indiscutibles como Van Basten, Shevchenko o Kahn, sino también a enemigos íntimos del Barcelona como Hugo Sánchez o Tamudo.
Saliendo de allí uno recorre el camino que hacen los futbolistas antes de cada partido, y al meterse en el túnel de vestuarios que desemboca en el césped, soprende encontrar a mano derecha una pequeña capilla, signo de tiempos pasados probablemente todavía popular entre los porteros de los equipos que visitan el Camp Nou.
El tour se acaba en la tienda del club, donde uno puede adquirir casi cualquier cosa con un escudo del Barça, incluidas las espantosas segundas equipaciones color salmón que Nike parió la temporada pasada (y que visiblemente poca gente quiso comprar).
Al salir de allí, la sensación es que el Camp Nou es, paradójicamente, un estadio viejo. Si entrar en polémicas sobre Norman Foster sí, Norman Foster no, al estadio del FC Barcelona le hace falta un lavado de cara lo antes posible. Al fin y al cabo, todo escenario tiene que estar a la altura del espectáculo que en él se ofrece. Tweet
La semana pasada, el FC Barcelona tuvo a bien invitarnos -previo pago de 19 euros- a la llamada Camp Nou Experience. Detrás de tan pomposo nombre se esconde un billete que permite visitar el museo del Barça y el Camp Nou. Y qué quieren que les diga, pero este humilde redactor encontró la experiencia un puntito cutre.
Cuentan en Barcelona que el Camp Nou se llama así, campo nuevo, porque las autoridades franquistas se negaron a que le llamasen Joan Gamper. El fundador del Barça, por cierto, era en realidad Hans Kamper, un suizo que no puso un pie en Cataluña hasta los veinte años de edad.
Total, que el taxi se detiene a la puerta del estadio de fútbol, y a unos cien metros están las taquillas para entrar al que es, por número de visitantes, el tercer museo de España. Un grupo de estudiantes adolescentes franceses comía perritos calientes en un chiringuito azulgrana. Una familia asiática –no me la juego a precisar el país- salía con bolsas de la FCBotiga Megastore, la gigantesca tienda que preside el edificio anexo al Camp Nou. Después de hacer una cola rapidita y de aflojar un billetito azul, una pasarela elevada lleva hasta el estadio, donde se encuentra el museo.
El museo del Barça tiene muchos objetos históricos, pero poca historia. Es decir, mucha vitrina llena de balones, botas, camisetas y copas en orden cronológico aunque sin seguir un recorrido (como hace por ejemplo Ikea), de manera que todo parece concebido por defecto, como si nadie se hubiese parado a pensar si se puede hacer otra cosa aparte de Un Museo Más. La cosa tenía su parte interactiva, con una pantalla y una mesa táctiles que permiten ver vídeos y leer artículos sobre los distintos momentos (álgidos) de la historia del Barça. La idea era buena, pero las dos partes interactivas quedaban sepultadas entre tanta vitrina con polvo.
Dos detallitos más: uno, la vitrina dedicada en exclusiva a las seis copas de 2009, incluido un vídeo del 2-6 en el Bernabéu que pasaba en bucle. Dos, el Barça tiene el mejor eslogan que jamás tuvo un club de fútbol –“Más que un club”- y sin embargo lo lucen bastante poco a lo largo de la exposición. Hay vitrinas con cositas de cada sección, cierto, pero nada que refleje una estadística demoledora: la sección de balonmano del Barça tiene más títulos que la de fútbol.
Hugo, Tamudo y una capilla
Al salir del museo uno entra en los pasillos bajo las gradas del estadio, y por un vomitorio se accede a la grada. Es hasta cierto punto injusto juzgar un estadio fuera de día de partido, un esqueleto de cemento armado sin corazón, pero también permite poner atención a detalles en los que uno jamás repararía en la antesala de un encuentro.
Incluso vacío, el Camp Nou impresiona. A diferencia de otros estadios como San Siro o el Bernabéu, el estadio del Barcelona no está concebido a lo alto, sino como una especie de curva interminable que arropa al rectángulo verde. Llama la atención que sólo una tribuna esté cubierta, lo cual en pleno siglo XXI y en una ciudad como Barcelona, donde en otoño llueve de verdad, es algo ridículo. Cuando uno olvida lo macro y se centra en los detalles es cuando salen a relucir las miserias del estadio azulgrana: los asientos están gastados, los accesos sucios, como si nadie los hubiese renovado en décadas.
Después el tour continúa bajando por una escalera con olor ocre hasta la sala de prensa, la zona mixta y el vestuario visitante. En este último unas pantallas van mostrando jugadores legendarios que se han cambiado en él. Chapeau a la elegancia del Barça, que reserva sitio no sólo a cracks indiscutibles como Van Basten, Shevchenko o Kahn, sino también a enemigos íntimos del Barcelona como Hugo Sánchez o Tamudo.
Saliendo de allí uno recorre el camino que hacen los futbolistas antes de cada partido, y al meterse en el túnel de vestuarios que desemboca en el césped, soprende encontrar a mano derecha una pequeña capilla, signo de tiempos pasados probablemente todavía popular entre los porteros de los equipos que visitan el Camp Nou.
El tour se acaba en la tienda del club, donde uno puede adquirir casi cualquier cosa con un escudo del Barça, incluidas las espantosas segundas equipaciones color salmón que Nike parió la temporada pasada (y que visiblemente poca gente quiso comprar).
Al salir de allí, la sensación es que el Camp Nou es, paradójicamente, un estadio viejo. Si entrar en polémicas sobre Norman Foster sí, Norman Foster no, al estadio del FC Barcelona le hace falta un lavado de cara lo antes posible. Al fin y al cabo, todo escenario tiene que estar a la altura del espectáculo que en él se ofrece. Tweet
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