sábado, 1 de mayo de 2010

El «patapum pa’arriba» cotiza al alza

Por Sopenilla
Clemente accedió a coger el timón de la nave blanquivioleta consciente de que no tenía nada que perder. A estas alturas de partido, quién más quién menos conoce al «rubio», por lo que otra muesca en el revólver en forma de banquillo no iba a cambiar la opinión que muchos tuviesen ya de él. Si logra la permanencia saldrá por la puerta grande; si no alcanza el objetivo de la salvación, suya no será la culpa. La situación en la que cogió al equipo ha sido el primer augurio positivo. En una coyuntura en la que –como predica Leo Harlem– las nalgas son una olla a presión, él es el primero que tiene la cabeza fría porque la cosa no va con él, aunque la proc(f)esión vaya por dentro.

La primera medida de saneamiento adoptada, como no podía ser de otra manera, ha sido el resultadismo. La falta de perspectiva para valorar su tarea –unida a la hipotética provisionalidad en el cargo que un precontrato con Eusebio ha sacado a la luz– se ha aliado en este caso con el entrenador vasco hasta el punto de acallar las posibles voces críticas de prensa y aficionados por el espectáculo que ofrezcan sus muchachos. Un único objetivo y todos los medios para conseguirlo al precio que sea.

Y es que las urgencias han vuelto a conceder a Clemente el rol en el que mejor se desenvuelve: el de «cirujano de hierro» al que se requiere su presencia en situaciones de excepción. De nuevo, el hecho de que el tiempo no se convierta en juez ayuda a que su labor se ciña más a corregir que a planificar, aspecto éste último en el que el vasco flojea: en Belgrado o Murcia son conscientes de lo que supone otorgar a Javi esa confianza.

Optimización de recursos

En cualquier manual táctico que lleve la firma de Clemente, la seguridad defensiva es una cuestión de principios. Lo que los periodistas ven como una forma de amontonar hasta siete jugadores por detrás del balón, el propio técnico lo revierte en una variante que ayuda a flexibilizar el sistema según se tenga o no el esférico. Al fin y al cabo, estamos hablando del mismo hombre que puso de medio centro de la Selección a Roberto Ríos. No hay peor falacia –que diría Léon Bloy– que la de «para gustos, los colores». Así que resulta más útil quedarse con la copla de un gol encajado –un escuadrazo del sevillista Cala desde 40 metros– en cuatro partidos.

Consciente de sus limitaciones, Clemente no ha querido emular el aura mediática que desprende Guardiola. Dos horas y media de charla con la plantilla tras su presentación le bastaron para comprobar que los futbolistas, a fuerza de ser cada día más infantiles, ya ni saben hablar. El golpe de gracia lo dio el presidente cuando se presentó en el vestuario con los empleados del club para anunciar, en forma de ultimátum, que un descenso acarrearía la pérdida de puestos de trabajo. Curiosamente a día de hoy se especula con que el primero que puede hacer las maletas es el propio Suárez. Lo que es seguro es que el cargo de conciencia pasó a alojarse de inmediato en la mente de los implicados.

Es una obviedad, pero no por ello deja de ser menos cierto, que Clemente ha sabido sacar partido de una plantilla desestructurada. Tras el dogmatismo de Mendilíbar y la condescendencia de Onésimo, sólo él ha comprendido que los jugadores, pese a las dudas, no eran necesariamente unos inútiles. Las nociones justas en cuanto a posicionamiento y el recurso a todos los elementos disponibles han hecho que algunos hasta se hayan vuelto a sentir futbolistas. Los casos de Barragán y Nivaldo son paradigmáticos. La reconversión de Haris, Héctor Font o Bueno, por el contrario, es una asignatura imposible de aprobar antes de que acabe el curso.

Mención especial merecen Asier del Horno, Javier Baraja y Manucho. El lateral vasco se ha redimido tras pasar media temporada en el purgatorio de ser cedido a un equipo en descenso. A nadie se le debe olvidar que, antes de su afición a cerrar bares, el vizcaíno pisó Stamford Bridge y vistió la elástica de la Roja.

El segundo ha dado la razón a quienes piensan que en el fútbol, al igual que en la vida, a veces puede más el constante que el talentoso. Ni él ni su hermano Rubén han coincidido nunca sobre un terreno de juego. Pero, quién sabe. Si al paso que vamos, el experimento de verle en el mediocentro funciona tan bien como para dejar al equipo en Primera, el doble pivote pucelano de la 2010-2011 puede llamarse Baraja y apellidarse Baraja.

Por último, Manucho –«Malucho», para Gorosito– ha vuelto a sonreír. En una época en la que la lista de parados de este país podría confundirse con el cuerpo técnico de un club de élite, sólo Clemente es capaz de monopolizar 23 minutos de un entreno para dedicarle atención personalizada al angoleño. Dos goles en cuatro partidos, los mismos que había sumado hasta la fecha, confirman que el chico progresa adecuadamente.

Nadie niega que el Pucela pueda morir en la orilla. Lo que es seguro es que, gracias a Clemente, mereció la pena dejarse la vida en el empeño.

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