Por Halftown
Dicen en Inglaterra que todos los partidos amistosos lo son, excepto cuando juegan contra Alemania. El partido de hoy no tendrá nada de amistad, ni de jogo bonito, ni posiblemente una pizca de fair play.
Después de los juicios de Nuremberg, la rivalidad entre los dos países se ha trasladado al verde futbolero. De 1945 a esta parte, las ha habido de todos los colores. Esta vez, el precedente más inmediato no es el amistoso que disputaron ambos equipos a finales de 2008 en Berlín (1-2 para los de Capello, con Bridge y Terry compartiendo defensa, sin Rooney, Gerrard ni Lampard pero, sí, con David James de titular), sino la final del europeo sub-21 disputada hace justo un año en Suecia, en la que la Alemania de Neuer, Khedira y Ozil se tomó en serio el revival de la Operación León Marino: 4-0 fácil. Afortunadamente para Inglaterra, el único jugador en común entre aquella selección y la que ha viajado a Sudáfrica es James Milner… y afortunadamente para Milner, Capello no asistió a aquel partido.
El general italiano, si quiere ganar esta batalla, tendrá que no sólo que cortocircuitar las rápidas combinaciones alemanas, sino sobre todo descifrar una configuración de su propio medio campo que funcione. Hasta ahora, Gerrard y Lampard han seguido siendo un juego de suma cero, Milner ha dejado poco más que un centro beckhamesco y Barry no ha pasado de ser un bulto sospechoso.
Las cartas marcadas
La alusión a la II Guerra Mundial no por tópica deja de ser pertinente. Por muchos desembarcos que nos vendan los historiadores, posiblemente la principal razón por la que Oxford Circus no se llama hoy Göring Platz fue Ultra, el trabajo de los rompecódigos de la inteligencia inglesa que trabajaban en Bletchey Park.
Durante la guerra, las comunicaciones secretas alemanas pasaban por la máquina Enigma, considerada entonces tan inhackeable como la PlayStation 3 lo es hoy. Lo que los nazis no sabían es que, desde 1940, Churchill desayunaba su porridge mientras leía las últimas órdenes del alto mando alemán. Lo que se llama jugar con las cartas marcadas, un poco al estilo de aquella escena de Goldfinger en las que el malo de la función (alemán, of course) despluma a un incauto, mientras por un pinganillo le cantan las jugadas de su rival.
Enigma tenía el aspecto de una máquina de escribir, teclado incluido, pero detrás escondía una compleja combinación de rotores que se encargaban de codificar los mensajes.
Curiosamente, los primeros y decisivos esfuerzos para descifrar la máquina fueron mucho antes del principio de la guerra, y no fueron ingleses, sino polacos.
En 2010, en cambio, los únicos polacos decisivos se llaman Miroslav Klose y Lukas Podolski, y juegan del lado alemán. Y es que esta Alemania 2.0 ha acabado como la Wehrmacht: con oficiales patrios en la retaguardia, y utilizando soldados de los territorios ocupados en primera línea de fuego. Joachim Löw -ese híbrido de Alan Rickman en las películas de Harry Potter y el Lobo Carrasco- sabe muy bien que sólo con soldados arios no se va muy lejos.
Se adivina un partido impredecible, con una Alemania genial pero intermitente -a la imagen de su estrella Ozil, una especie de remake de Mehmet Scholl-, y una Inglaterra que sale a jugar con el freno de mano puesto, con Rooney en un estado de forma parecido al de Fernando Torres.
A diferencia de 1940, nadie en Inglaterra –desde luego, no el hasta ahora intocable Gareth Barry- parece preparado para descodificar el juego germano como lo hacían en Bletchey Park. También a diferencia de 1940, los alemanes no juegan con las cartas marcadas. Esta vez, el principal enigma reside en el propio equipo inglés.
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domingo, 27 de junio de 2010
Alemania, Capello y el enigma inglés
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