martes, 21 de diciembre de 2010
Charlie Davies, goleador contra pronóstico
Nacer en Manchester no siempre implica ser Red Devil, pero sí aficionado al fútbol. Pero cuando el Manchester en el que uno nace no está en Inglaterra, sino en New Hampshire, EE. UU., jugar al fútbol con un balón redondo es toda una excentricidad.
Charlie Davies es un tipo raro, en muchos sentidos excepcional. Hijo de un gambiano y una norteamericana, la vida de Davies no podía ser fácil en un lugar con un 97% de blancos como New Hampshire. Ya en el instituto, mientras sus compañeros se dedicaban a otros deportes, él enchufaba goles con los Boston College Eagles. Después de seguir goleando en la liga de desarrollo del soccer americano –esta vez con los Westchester Flames-, la lógica situaba a Davies en el roster de la Major League Soccer americana. La MLS le ofrecía un contrato de un millón de dólares por seis temporadas, pero él se tiró el farol: quería cobrar lo mismo que Freddy Adu, la entonces gran promesa del soccer americano. La MLS no entró al trapo, así que Davies se rebeló contra el sistema, agarró su maleta y se fue a Europa para cumplir su sueño de jugar en el Arsenal. A falta de oferta gunner, Davies se plantó en Amsterdam para hacer una prueba con el Ajax. Faltaban pocos días para la Navidad de 2006, pero no hubo lugar al milagro: después de dos partidos y cero goles, el propio Aaron Winter le dijo que su talento no alcanzaba para jugar en el Amsterdam Arena. Así que Davies volvió a coger su petate y firmó por un club que parecía ideal para probar su nivel: el Hammarby sueco.
En el frío de Estocolmo –no muy diferente del invierno en su New Hampsire natal- Davies explotó. Con la ayuda del uruguayo Sebastián Eguren –que marcharía a Villarreal en el siguiente mercado de invierno-, Davies superó un primer año complicado para finalmente explotar como goleador en su segundo curso en Suecia. Pese a perderse un mes de temporada por culpa de los Juegos de Pekín, el americano hizo catorce goles, suficiente para que en verano de 2009 se cerrase su traspaso al Sochaux francés. Su debut, ante el Girondins de Laurent Blanc, se saldó con una derrota de los sochaliens, pese a los dos goles de Davies.
Partido en dos
Las cosas iban por fin viento en popa para Charlie Davies. Incluso se sentía importante en su selección: había destrozado a España en la Copa Confederaciones de 2009, y tenía la clasificación para el Mundial en la mano. Acababa de disputar casi todo el partido frente a Honduras, que Estados Unidos ganó con apuros, 3-2. Era octubre de 2009, y Davies estaba en Washington, convocado para el decisivo partido ante Costa Rica. Y entonces el destino, en forma de quitamiedos de la autopista, golpeó a Charlie Davies. El coche en el que viajaba de pasajero quedó partido en dos. Una chica que iba con él murió en el acto. Davies fue evacuado en helicóptero y pasó cinco horas en el quirófano. El pronóstico: vejiga lacerada, fractura de tibia y femur de la pierna derecha, rotura del codo izquierdo, rotura de pómulo y hemorragia cerebral. Los médicos le dieron entre seis meses y un año para volver a ser persona. Charlie Davies decía adiós al Mundial, y seguramente al fútbol.
Pero Davies no es del tipo de gente que se deja llevar, y cuatro meses después de escapar con vida de aquel asiento trasero, el americano ya estaba otra vez en Francia, esta vez en el Centro Europeo de Reeducación para Deportistas de Capbreton. En su vientre, una herida de guerra de palmo y medio. En su cabeza, además de una cicatriz enorme, sólo una meta: llegar a tiempo de jugar el Mundial. No pain, no gain. A su llegada a Francia, Davies tuiteó una sola palabra: Bonjour!.
Y es que la historia de Davies no sería la misma si Twitter no hubiera existido. Como si de un programa de telerrealidad en 140 caracteres fuera, Davies comparte cada instante de su vida con las casi 80.000 personas que le siguen. Junto a estas líneas está, por ejemplo, la foto en el autobús de la selección que compartió un día antes del accidente. Pasarían dos meses hasta que Charlie Davies pudo volver a escribir en Twitter.
Es probablemente en la red social donde más de cerca se ve el cambio que ha dado la vida de Charlie Davies. El Davies post-accidente es igual de transparente –básicamente habla de fútbol, juegos de Play Station y poco más- pero ahora incorpora el componente divino a su retórica tuitera: God is great, deja caer de tanto en tanto, suponemos que en agradecimiento por sacarle con vida de aquel coche partido en dos. Todo muy celestial, como gusta al otro lado del charco. Nada que ver con Miguel García, aquel jugador del Salamanca que sufrió una parada cardiorrespiratoria en octubre, y decía bien claro en una entrevista en EL PAÍS que su vida la salvó la ciencia, y por lo tanto no tenía por qué creer en nada más allá.
Davies no pudo lograr su meta de llegar a tiempo para estar en Sudáfrica. A sus veinticuatro años, todavía está a tiempo de cumplir su sueño de fichar por el Arsenal. Primero tendrá que volver a golear en Francia. De momento el pasado fin de semana, por fin, Charlie Davies volvió a una convocatoria del Sochaux. Se quedó sin jugar. Como él mismo tuiteó tras el partido: one step at a time, Tweet
jueves, 16 de diciembre de 2010
Mike Ashley: una urraca multimillonaria e incompetente
15 de Agosto de 2009. Se respiraba incertidumbre en St James’s Park. Después de muchas tardes de gloria, los aficionados de Newcastle –las urracas- volvían al estadio para ver fútbol de segunda división. El mismo césped que había sido pisado por Alan Shearer, David Ginola o Pete Beardsley estaba a punto de recibir a los jugadores del Reading. El añito en el infierno de las Urracas había empezado mal, con un empate a nada en casa del WBA una semana antes. Ya no estaban Viduka, Owen ni Martins, que escaparon de la quema tras el descenso, ni Alan Shearer, que abandonó la nave poco después. Ni siquiera estaba ya Bobby Robson, víctima de un cáncer un par de semanas antes de empezar la liga.
El que sí estaba era Mike Ashley, un hooligan con 700 millones de libras en el banco que había comprado el club en 2007. Primero se dejó un pastizal en comprar el club. Después nombró a Dennis Wise (sí, ese Dennis Wise) director deportivo, que pagó locuras por medianías –Wise fue una muesca más en el revólver de Lendoiro, que le colocó a Xisco por más de 5 kilos- e incluso admitió haber pedido la cesión del valencianista Ignacio González después de verle en YouTube. Por último Ashley contrató al legendario Kevin Keegan sólo para darle la patada poco después. Con semejante estilo dirigente, a caballo entre Jesús Gil y Ochaíta, Ashley se encontraba con Coloccini como estrella y sin ingresos de televisión de la Premier League. Desmoralizado tras el descenso, Ashley publicó un anuncio en el que pedía sólo 100 millones de libras para quitarse el club de encima. Como era de esperar, la mayoría de las respuestas que recibió venían de sus vecinos de Sunderland, que se descojonaban de la risa.
Ante la falta de ofertas, Ashley tiró de los restos de la temporada anterior y encargó a un miembro del cuerpo técnico, Chris Hughton, que devolviera al club a la Premier. Hughton, irlandés, hizo casi toda su carrera de jugador en el Tottenham de los 80, y desde su retirada fue asistente de todos los managers que pasaron por White Hart Lane hasta que fue despedido tras perder en casa con el Getafe. Desde 2008 estaba en Newcastle, donde había ayudado a Kevin Keegan y Alan Shearer, además de hacer de apagafuegos ocasional. Conocido por su perfil dialogante y sus simpatías socialistas -una especie de Del Bosque de las Islas-, Hughton también resultaba la opción más barata para el banquillo de St James’ Park.
Aquel partido ante el Reading acabó con un 3-0 para el Newcastle. Después, el equipo siguió ganando y acabó volviendo a la Premier como campeón de liga.
¿Apostar a caballo ganador?
Convertido en un ídolo local, Ashley premió a Chris Hughton con el banquillo para la temporada 2010-2011. Regalo envenenado, pues el fichaje estrella del verano fue Sol Campbell, un jugador tan de vuelta que es uno de los únicos cuatro tíos que ha participado en más de 500 partidos de Premiership. Es increíble que un tipo como Mike Ashley, dueño de marcas como Dunlop, Lonsdale y Slazenger, y capaz de perder 129 millones de libras en acciones de HSBC en 2008 sin inmutarse, sea tan reacio a rascarse el bolsillo.
Aún así, el primer partido de liga se saldó con un set al Aston Villa con tres goles de Andy Carroll, el heredero del número 9 de Alan Shearer. Carroll, una bestia parda de 1,90 que parece más un sparring de Hulk Hogan que un jugador de fútbol, sacó petróleo de la temporada en el pozo. Apenas un año después de empezar a jugar con regularidad, Carroll ya es una estrella en su país, e incluso Capello le ha llevado a la selección. Lo cual, dicho sea de paso, no es mucho decir en un país que llevó a Emile Heskey al último Mundial.
El Newcastle de Hughton y Carroll siguió coleccionando sorpresas, como el 0-1 que rascó en el Emirates, e incluso se llevó el derbi ante el Sunderland con un demoledor 5-1. Sin embargo, después de una derrota en casa del WBA -justo el estadio donde Hughton había empezado su andadura la temporada anterior-, Mike Ashley decidió prescindir del manager irlandés. No le importó que el equipo navegase tranquilamente por mitad de la tabla. Tampoco que aficionados, prensa y jugadores –esa santísima trinidad- se le echaran al cuello todos a una. Ni siquiera que Hughton llevase un 56% de victorias desde que llegó a St James’s Park, por encima de los promedios de Rafa Benítez o del mítico entrenador de la Urracas, Kevin Keegan (los dos con un 55%).
Ashley, en lo que parece la locura definitiva, ha cerrado un contrato para las próximas cinco temporadas y media con Alan Pardew, un tipo que jamás ha pasado más de tres años en el mismo banquillo y que es más conocido en Inglaterra por sus peleas con Arsène Wenger que por los éxitos de sus equipos. De momento, en Bet365 las apuestas sobre Pardew en el banquillo del Newcastle en la 2015/2016 se pagan 16/1. Y su despido antes de acabar la temporada ya se cotiza a 11/4. Sin duda una gran oportunidad de negocio para un tipo como Mike Ashley. Tweet
jueves, 9 de diciembre de 2010
Jaque a Ancelotti
El pasado 11 de noviembre, el Chelsea sacaba en su web un comunicado en el que anunciaba la salida del club de Ray Wilkins. En principio, podría parecer la salida de un simple asistente de Carlo Ancelotti. Pero Wilkins era mucho más que eso. Llegó a los blues en 1973, con sólo 17 años. Un año después, ya era el capitán del Chelsea. Wilkins fue una suerte de precuela de Lampard, un medio con llegada y una cierta tendencia a hacer grandes partidos contra equipos mediocres. A los 20 ya era internacional con la Inglaterra de Don Revie y en 1979, aburrido de jugar en un club perdedor como era aquel Chelsea, fue traspasado al United.
El gran cambio –y el por qué Wilkins es un personaje interesante- fue en 1984, cuando aceptó una oferta del Milan. En los rossoneri vivió la llegada de Berlusconi, pero tuvo que hacer las maletas para dejar hueco a Ruud Gullit. Al final, Wilkins pasó tres temporadas en las que jugó bastante, marcó poco, y no ganó título alguno. Sin embargo, Wilkins aprendió a hablar italiano, lo cual para un inglés, siempre atrincherados en su universal lengua, es un logro. Que le pregunten a Beckham.
Así que cuando en 2009 Carlo Ancelotti fue contratado por Abramovich para entrenar al Chelski, el entrenador italiano, que no hablaba una palabra de inglés, tiró de Wilkins para hacerle de interfaz con la banda de cockneys que lidera John Terry. Wilkins ya había sido consigliere de Gianluca Vialli, Scolari y Hiddink en Stamford Bridge, pero en esta ocasión a sus conocimientos técnicos y a su experiencia en el Chelsea se añadía su dominio del italiano.
Después de hacer un doblete en su primera temporada, como manager blue, Ancelotti reconoció la labor de Wilkins en su autobiografía: “Ray tiene la sangre azul, lleva al Chelsea en las venas. Sin él, no habríamos ganado nada.”.
La temporada 2010-2011 la empezó el Chelsea perdiendo la Community Shield frente al United. Poco a poco, el equipo se fue entonando con doce goles en los dos primeros partidos de liga y un pleno de victorias en la Champions. El pasado 10 de noviembre, un miércoles frío y húmedo, el Chelsea recibía al Fulham en un partido de trámite, de esos que sólo los verdaderos fanáticos van a ver. Aquel 1-0 fue el último partido de Ray Wilkins. El día 11, una escueta nota de seis líneas en la web del Chelsea anunciaba su salida del club.
Aprender a hostias
Sin que nadie desvele la razón del despido, de momento el rumor en Inglaterra es que Wilkins se las tuvo tiesas con Abramovich el año pasado a raíz de la eliminación contra el Inter en Champions League. Wilkins se tomó regular una crítica del ruso, y le espetó un “Si hubieses jugado alguna vez al fútbol, no opinarías así”. Resulta extraño que el ruso tarde tanto en tomarse la revancha, y desestabilice al equipo haciéndolo a mitad de temporada.
Siempre existe otra posibilidad, y es que Abramovich esté segando la hierba bajo los pies de Ancelotti. El ruso lleva meses persiguiendo a Begiristain para que sustituya al actual director deportivo del Chelsea, Frank Arnesen… quien a su vez suena como entrenador del Copenhague que quiere comprar Arkady Abramovich, el hijísimo. Abramovich padre tiene en la cabeza que, de conseguir el fichaje de Txiki, la llegada de Pep Guardiola dejaría de ser un sueño absurdo. Sobra decir que, si bien un nuevo doblete complicaría el relevo, una mala temporada de Ancelotti justificaría la contratación de un nuevo entrenador.
Sea como sea, la salida de Wilkins ha tenido un precio deportivo para el Chelsea: el equipo ha perdido diez de los últimos doce puntos en liga –incluida un petardazo 0-3 en casa ante el Sunderland- y sólo ha logrado una remontada sobre la bocina frente al Zilina. Una victoria en los últimos dos meses, que se dice pronto. El bajón llega en el peor momento, justo cuando los blues se la juegan, de aquí a final de año, con Tottenham, United y Arsenal.
En Rusia dicen que la derrota es un aprendizaje para el espíritu. El espíritu de Roman Abramovich debe estar aprendiendo un huevo esta temporada. Tweet
lunes, 6 de diciembre de 2010
La Real, "como Mateo y Mateo"
“Rápido y veloz, como Kortabarria. Y como Mateo y Mateo”. Así sonaba una cuña publicitaria en la Donosti de la segunda mitad de los setenta. Años de alumbramiento de la democracia y de una Real Sociedad de aúpa, como dirían allí. Un equipo que tenía en el centro de la defensa a un central de la vieja escuela, de los que se afeitaban sin espuma y limaban espinillas. Y tan rápido al corte que su apellido se convirtió en gancho publicitario para una empresa de transportes. Era Inaxio Kortabarria, único futbolista vasco que ha renunciado a la selección española y emblema de la Real Sociedad.
Seguro que a Inaxio le habrá emocionado el regreso del derbi vasco tras tres temporadas de ausencia. Tiempo en el que el rival de siempre, el Athletic, ha sobrevivido dignamente en la élite con sólo futbolistas vascos en la plantilla. Bueno, vascos, riojanos, navarros y vascofranceses. Mientras, los orgullosos seguidores txuriurdin lamían sus heridas en Segunda División, maldecían la cadena de errores que les había llevado hasta esa situación. Con lo bien que iban las cosas no hace tanto tiempo, pensaban.
Volvamos al San Sebastián de los setenta, lleno de plomo, pasamontañas y un campo añejo, Atocha. En 1976, Kortabarría lideraba a un equipo en el que ya despuntaba un grupo de jóvenes jugadores que haría historia. Eran los Arkonada, Zamora, López Ufarte, Satrústegui y compañía, todos híbridos de clase y garra, de talento y amor por los colores de la Real. Todos, excepto López Ufarte, que acabó sus días de futbolista en el Betis, colgaron los borceguíes sin calzarse otra zamarra. Y luego estaba la mística de Atocha.
Atocha olía a sudor y sangre, a fútbol y barro. Era un gran estadio que fue demolido por viejo y pequeño para construir uno grande y sin alma. Porque en Anoeta hace frío hasta en verano, con esa pista de atletismo que parece un muro. Nada que ver con el cálido Atocha, donde el rival sentía, literalmente, el aliento a txakolí de la grada. En este estadio, hace 34 años, volvió a ver la luz la ikurriña. También era un derbi vasco y, muerto Franco, era momento de desafíos. José Ángel Iríbar e Inaxio Kortabarria, capitanes de Athletic y Real Sociedad respetivamente, portaron el emblema, todavía ilegal, al salir al campo.
Aquel equipo germinó y se convirtió en campeón de Liga. Dos veces, con Ormaetxea en el banquillo y Orbegozo en la presidencia. El equipo caducó tras muchas tardes de buen fútbol. Llegó el particular J.B Toshack , la apertura de fronteras con el aterrizaje del clan británico, compuesto por Dalian ‘txipirón’ Atkinson, John Aldridge y Kevin Richardson. Y los años de otro plomo que fueron los noventa, plomo de aburrimiento, sin aspiraciones de ningún tipo y la identidad perdida entre tanto foráneo.
Ahora, con un técnico de garra como Martín Lasarte en el banquillo, la vieja Real Sociedad florece de nuevo. En cierta forma, y salvando las distancias, este equipo tiene el espíritu de aquél que ya apuntaba maneras en los setenta. Griezmann tiene el descaro y la clase de López Ufarte; Llorente posee la fuerza y el remate de Satrústegui; la amplitud de miras y el liderazgo de Xabi Prieto recuerdan a Zamora; y Bravo es el mejor portero que ha tenido el club desde la retirada de Arkonada. Eso sí, resulta más difícil buscar en esta Real al sucesor de Kortabarria. Si acaso Ansotegi, que tampoco hace amigos pero le saca más de diez centímetros a Inaxio. Ése que era tan veloz como Mateo y Mateo.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
The winners of the 2010 World Cup, Catalunya?
jueves, 25 de noviembre de 2010
Cristiano no es imbécil, aunque todos se empeñen en que lo parezca
Todos tenemos ese amigo. Es un gran tipo, un buenazo, el típico tío al que casarías con tu hermana. Ese muchacho que, eso sí, pierde los papeles un poco cuando juega al fútbol. Se pica, siempre se medio pega con los otros o se pasa la puta vida protestando al árbitro. El que te avergüenza cuando conoces a la gente del equipo de enfrente, y al que tienes que
Y este párrafo absurdo nos lleva a Cristiano Ronaldo.
Mandé un montón de preguntas, algunas buenas, otras menos inspiradas y unas cuantas algo tópicas y de relleno. El Real Madrid, claro, escogió estas últimas. Las que se dejaron fuera le daban una vuelta a la entrevista normal tipo "cómo-has-visto-el-partido" / "mejor-en-la-segunda-parte". Ayudaban a conocer a los personajes sin meterse en su vida privada. Preguntas que, quizá, hicieran pensar a los entrevistados y, quizá, les harían parecer algo más que seres mononeuronales que sólo piensan que hay que seguir trabajando para que el míster confíe en ti y que lo importante son los tres puntos y que...
Aun así, la lié un poco. A Xabi Alonso le pedí que dijera qué jugador del Barça ficharía, "pero teniendo en cuenta que tendrías que quitar a uno del Madrid". "A esa no te respondo porque luego se saca un titular y...", respondió, el muy cuco. No esperaba menos. Xabi es inteligente, irónico e inquieto. Un grande en todos los aspectos. Lo demostró. "¡A mí un Albiol!", pensé.
Y a Cristiano le hice una reflexión bastante boba. "Muchos te identifican con Mourinho en lo futbolístico. Con él juegas mucho mejor, estás más a gusto, metes más goles. Pero da la sensación de que tu identificación con él también es personal, que te sientes a gusto porque personalmente sois parecidos, tenéis caracteres similares. ¿Es así?", pregunté, más o menos. El comienzo de su respuesta aterró, según me dijeron, a quienes controlaban la comunicación del Madrid en ese momento. Paró durante dos segundos y comenzó: "Nunca lo había pensado", dijo, y después añadió que quizá tuviera que ver con que los dos son portugueses y no sé qué más. Si hubiera podido repreguntar, habríamos llegado a una buena conclusión.
Cristiano no es imbécil. Ni mucho menos.
Pero los que controlan sus apariciones públicas, todos, quieren que parezca un tipo fuerte, seguro, que habla de lo que sabe, que no duda. Que se mete en lo suyo y ya. Eso sí, si el resto del mundo sólo ve la parte de su carácter que se desarrolla en un campo de fútbol, la que hace que te avergüences hasta de un buen amigo, parecerá un imbécil toda la vida. Y explícales tú que están equivocados.
Tweet
lunes, 22 de noviembre de 2010
Jack ‘el pescador’ y los papúes del Hekari United
Si algo caracteriza al fútbol como deporte de masas es su capacidad para generar expectativas. La FIFA, consciente de que esta máxima es universal y de que, por tanto, se puede traducir en billetes, decidió hace un tiempo reconvertir el formato de la Copa Intercontinental en un torneo oficiosamente denominado como mundialito de clubes. Pues bien, por primera vez en la historia, el representante oceánico en la cita del próximo mes en Abu Dhabi no procede de ninguno de los dos países que abanderan el continente, sino del vasto archipiélago que lo circunda. Hablamos del Hekari United de Papúa Nueva Guinea.
La verdad es que la pelota más redonda que conocen los habitantes de esta isla del Pacífico tiene forma ovalada. Ni tan siquiera su combinado nacional, tan alejado de las selecciones que encabezan el ranking mundial como Zurich lo está de nuestras antípodas, participó en la fase previa de clasificación para Sudáfrica. Pese a todo, antes de que los folletos de una agencia de viajes acabaran promocionándola como destino turístico y/o literario de Sánchez Dragó, Port Moresby se aseguró ser el epicentro del exotismo futbolístico que se reunirá en unas semanas en los Emiratos Árabes.
Todo sucedió el pasado mes de mayo, momento en el que el Hekari se ganó el derecho a aparecer en los espacios deportivos de medio mundo. Lo suyo fue una especie de “Alcorconazo” de ultramar. El Real Madrid de turno era, en este caso, el Waitakere United neozelandés. Los “kiwis”, dirigidos por el jugador-entrenador Neil Emblen –futbolista franquicia del Crystal Palace en los tiempos en que este histórico se dejaba ver por la Premier– partían como grandes favoritos para llevarse la OFC Champions League, tras dejar atrás en la fase de grupos al otro gran “coco” de la competición, sus vecinos del Auckland United.
En las cuatro ediciones que se llevaban disputadas de este sucedáneo oceánico de la Liga de Campeones europea, ambos conjuntos neozelandeses se habían repartido el título. Fue en la pasada campaña 09/10 cuando la participación se amplió de seis a ocho equipos, divididos en dos grupos. No se sabe si, en un guiño interesado al azar, los dos máximos aspirantes quedaron enrolados por la misma parte del cuadro. El caso es que el partido decisivo entre ambos acabó en empate (2-2), y fue la diferencia de goles lo que a la postre hizo finalista al Waitakere.
En esa última ronda esperaba el Hekari, un club con tan sólo siete años de historia que curiosamente había comenzado la competición con un empate a 3-3 en casa del Tafea de Vanuatu y una derrota en su propio feudo por 1-2 ante el Lautoka, actual campeón de Fiyi. No obstante, el representante papú se rehizo de estos malos resultados, y logró encadenar cuatro victorias consecutivas que le valieron para terminar por delante del Lautoka por tan sólo un punto de ventaja.
“O percebeiro do gol”
En esta reacción tuvo mucho que ver su delantero Kema Jack, un antiguo pescador local que finalizó “pichichi” de la O-League, empatado a siete tantos con el ariete del Auckland City Daniel Koprivcic. Dos de ellos llegaron precisamente en el partido de ida de la final, celebrado ante su público. Los 15.000 asistentes que congregó el encuentro fueron testigos de cómo los suyos afrontarían la vuelta con un 3-0 de ventaja.
El Waitakere ya tenía experiencia de remontar en el partido de vuelta de la final. Quizá por ello, desecharon la idea de recurrir a la haka o al “espíritu Juanito” como modo de suscitar cierto miedo escénico en su rival. El tempranero gol de su jugador-entrenador Neil Emblen en el minuto 3 parecía aprobar la sensatez de esa decisión. Sin embargo, Alick Maemae –la estrella salomonense del Hekari– provocó una pena máxima que supuso la tercera diana de Jack en el cómputo global de la eliminatoria. Con más de una hora de juego por delante, los locales no fueron capaces más que de poner un poco emoción a cinco minutos del pitido final, con un postrero e inútil segundo tanto.
La hazaña tuvo como recompensa un pasaje para Abu Dhabi valorado en 500.000 dólares, una financiación extra a la ya recibida por parte de la empresa petrolífera que le da nombre a la entidad papú. Todo ello, con independencia de lo que los isleños puedan hacer en los dos partidos que les restan antes de poder medirse a los dos escuadras “Internacionales”, la de Milan y la de Portoalegre: en primer lugar ante el campeón local, el Al Wahda S.C.C.; y, en caso de victoria, ante un posible rival de una terna compuesta entre el campeón asiático, africano y el Pachuca mexicano, vencedor en la edición entre equipos de la CONCACAF.
Sin duda, el histórico evento del próximo mes de diciembre ha monopolizado la agenda del Hekari, que optó por aprovechar el parón veraniego de la competición doméstica (Papua New Guinea National Soccer League) para realizar una gira de preparación por el norte de Australia. Dentro de un mes no podrán contar con el decisivo Maemae, traspasado al conjunto vanuato del Amical F. C. Quién sabe si, entonces, la figura de Kema Jack volverá a ser portada por calzarse la bota de oro intercontinental.
Tweet
miércoles, 13 de octubre de 2010
Escoceses, indies y futboleros
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Claire, Rona y Tan y otras chicas de Taiwán
domingo, 26 de septiembre de 2010
Auxerre: del Mariscal de Hierro al Capitán Bujarrón
jueves, 23 de septiembre de 2010
De equipo milagro a equipo maldito
jueves, 16 de septiembre de 2010
Eslovaquia, capital: Zilina
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Los juguetes rotos de Arsène Wenger
viernes, 3 de septiembre de 2010
La última oración de Foreman
Apoyado en su esquina, el reverendo Foreman observa a su joven rival aturdido sobre la lona. Alza la mirada hacia el techo del legendario MGM, gira su voluminosa carrocería y se arrodilla para iniciar una oración. George Edward Foreman acababa de ganar a los 45 años el título de los pesos pesados ante un rival 24 años más joven. Y se convierte en el nuevo héroe americano.
Pero no siempre fue un hombre querido. Foreman era despreciado por la crítica y el público estadounidense. Alí era el bueno, Frazier el feo y Foreman el malo. Su carácter huraño, distante y en ocasiones violento tenía la culpa de su falta de carisma. Como si el que para algunos es el mejor pegador de la Historia tuviese, además, que ayudar a cruzar la calle a viejecitas.
Su azarosa vida arranca en una ciudad del estado de Texas llamada Marshall. Allí, el joven George sobresalía por su afición a lo ajeno, a la mala vida. En ese tiempo, el Presidente Lyndon B. Johnson había iniciado un programa de trabajo para jóvenes llamado JOB CORPS. Ese sería el vehículo para la recuperación social del desorientado George. Fue allí donde conoció a Doc Broaddus, su mentor, el hombre que supo conducir su incontrolable energía hacia el deporte.
Con el oro al cuello comenzó una carrera absolutamente demoledora. Cuarenta combates, cuarenta victorias, la mitad por KO. Era una fuerza de la naturaleza, se sentía imbatible. Su único defecto era la escasa resistencia, Foreman no era amigo de los combates largos. Tampoco los necesitaba. Fulminaba los duelos por la vía rápida, como hizo en su duelo ante Joe Frazier, el hombre que había venía de ganar al gran Alí.
En una de las mayores humillaciones que se recuerdan, Foreman aplastó a Frazier en dos asaltos. El mítico Howard Cosell le puso voz al drama con aquello de “down goes Frazier” (al suelo Frazier), suplicándole que acabara ya con aquella tortura pública. Foreman había despellejado al campeón y el cinturón era suyo. La misma suerte correría poco después Ken Norton, otro ilustre al que también despachó sin contemplaciones.
Jungle Rumble en Kinshasha
Foreman era invencible, o eso parecía. Porque en 1973 se cruzó en su camino Muhammad Alí, por entonces un veterano de 32 años que buscaba recuperar la gloria perdida. El escenario elegido para el combate era único: Kinshasa, en la antigua Zaire (hoy el Congo). Allí, en el llamado Jungle Rumble, Muhammad no bailaba, no se movía como una mariposa y picaba como una avispa, no.
Alí agonizaba en una esquina, agazapado ante la lluvia de golpes del campeón. La fruta estaba madura y Foreman castigaba sin piedad al ídolo ante 60.000 espectadores que gritaban aquello de Alí Bomayé (Alí mátalo), ya sin esperanzas de victoria.
Pero en el décimo asalto ocurrió lo impensable. Muhammad resucitó y en una combinación de golpes rápidos acabó con Foreman en la lona, perdido, sin aliento. El árbitro contó hasta diez y Big George perdió el título y la confianza en sí mismo. Fue la derrota más dura de su vida, pero aprendió una lección que aplicaría muchos años después.
Tras un año de retiro, Foreman regresó y venció de nuevo a un Frazier medio ciego por la paliza que le había infligido Alí. Pero de nuevo mordió el polvo ante Jeremy Young, que le ganaría a los puntos. Tras ese combate, ya en el vestuario, Foreman sufrió un desvarío casi místico. Tiempo después contaría lo ocurrido: “Un horrible olor vino a mí. Un olor que no he olvidado. Un olor de pena...Entonces mire a mi alrededor y estaba muerto. Así fue todo”. Y vuelta a empezar.
Otra oportunidad
Foreman lo dejó todo, volvió a su Texas natal y se convirtió en un ultra cristiano. Construyó su propia Iglesia, la Church of the Lord Jesus Christ, y comenzó a predicar la palabra de Dios. Compaginaba su ferviente actividad religiosa con un gimnasio de su propiedad, mientras su vida personal era un caos (tres divorcios) y los dólares ganados con su puño de hierro se esfumaban.
Esa y no otra fue la razón del regreso de Big George al Ring en 1987, con 38 años a sus espaldas y una forma física deplorable, casi ridícula para lo que un día fue. Gordo y lento, llevaba diez años sin pelear. ¿Alguien apostaba por él? No. Es más, su regreso fue tomado con sorna por los sesudos comentaristas de la época y el público en general, pero Foreman conservaba su mejor arma, unos puños de acero. Y con ellos cercenó rivales hasta volver a luchar por el título de los pesados ante Evander Holyfield.
Le había costado cuatro años lograr esa oportunidad y no defraudó. Aguantó como un titán los doce asaltos y perdió a los puntos, pero recuperó la credibilidad y se ganó el derecho a una nuevo combate. Su imagen pública era otra, casi nadie se acordaba ya de aquel tipo altivo y desafiante. Foreman era un hombre nuevo que encarnaba el sueño americano, ése por el cual en América cualquier hombre puede hacer lo que se proponga.
Su última oportunidad llegó en 1994, 26 años después de haber sido campeón olímpico, 21 tras su combate con Alí. Michael Moorer le había arrebatado el título a Holyfield y Foreman se presentaba como la víctima propicia por edad y sentido común. El viejo dinosaurio resistió ocho asaltos las embestidas de Moorer, más ágil y menos contundente. Le bastó aplicar lo aprendido frente a Alí en el 73: resistir para vencer.
Y llegó su momento. Una derecha alcanzó la mandíbula de Moorer, que cayó como un árbol talado, incrédulo ante lo que se le había venido encima. El deporte vivía uno de esos momentos inolvidables, que lo hacen tan grande. Foreman era, de nuevo, Campeón.
Con el título de nuevo adornando su oronda figura, Foreman buscó el no va más, el más difícil todavía: Mike Tyson, el Terror del Garden. Con buen criterio, las autoridades dieron largas al viejo campeón y le obligaron a disputar el título ante el número uno del escalafón, Tony Tucker. Foreman se negó y tras dos peleas de medio pelo contra un púgil alemán, le terminaron desposeyendo de sus títulos.
Negativas que daban por finalizada su carrera. O eso parecía. Casi con 50 años inició una nueva carrera por el cinturón, derrotando a un par de sparrings. La organización le ofreció entonces la posibilidad de enfrentarse al estrafalario Shannon Briggs con una pelea en el horizonte por el título de los pesados ante, nada más y nada menos, el británico Lennox Lewis. Ante un rival que contaba trece meses cuando Foreman consiguió su primer título de los pesados, Big George aguantó los doce asaltos. En una controvertida decisión los jueces le dieron la victoria a Briggs.
Y se acabó. Foreman no ha vuelto a subirse al ring, aunque hace cuatro años anunció que estaba entrenando para regresar. Tenía 55 años… Su mujer, con excelente criterio, se lo prohibió.