lunes, 6 de abril de 2009

A mí no me la sudan

Por Lola Dirceu
Nacía en su tonsura de Salvatore en El nombre de la Rosa, lograba el justo punto de ebullición en la inteligencia de su frente y resbala por su nariz de Napoleón antes de besar el césped por el que levitaba. Una gota eterna rodaba por el semblante de Zinedine Zidane, síntoma de que su manual de fútbol se engrasaba a toda máquina. ¿Imaginan mejor lubricante mental para visualizar pases al hueco?

Gracias a la refracción de aquel líquido divino pasando por su mirada, cierta noche en Glasgow, recibió una sandía del cielo y, por los milagros de la balística y la óptica, de una patada de kung fu incrustó la novena Copa de Europa desde Escocia hasta las vitrinas de la Castellana. Jamás una transpiración cerebral ha dado tanto resultado.

Sudores ha habido muchos. No todos igual de rentables. A muchos les humea la cocorota rapada en invierno. Roberto Carlos en Zorrilla parecía una tetera inglesa. A Camacho se le llevaban los demonios por los sobacos. Dicen que el sudor de Beckham olía a perfume. Qué triste fragancia. Me quedo con el de Maradona. Apestaba a estibadores de Nápoles, a epidermis resacosa que despide todo el whisky y la zarpa, a mantel de cuadros tiroteado por lamparones de pommodoro. Luego acumuló adiposidades y excesos, y su interior grasiento destilaba egoísmo. Sudó maravillosas malas noches junto a Edmundo y Caniggia, otra melena como una fregona recién sacada del cubo y que ahora anda por la Costa del Sol expiando culpa.A Cruyff el sudor le afilaba los mechones de su flequillo, le abrillantaba los pómulos alrededor de esa boca eternamente entreabierta y le confería un aire terrorífico, de tísico cabrón.

La mayoría de la grada pide gladiadores que suden el triunfo, o al menos semblantes churretosos que dignifiquen la derrota. “Muévete, cabrón. Con lo que ganas me tiraba yo corriendo tres días....”, les gritan. Por cabras locas que no quede. La falta de talento se enmascara con hiperactividad. Ni a Schuster, ni a Caminero, ni a Riquelme, ni a Quique Setién, ni a Valerón se les vio gotear, aunque jugaran en Écija, en un sembrao y en agosto. Lo de Guti y otros imitadores resulta distinto, ahogados los poros en gominas y caras cremas. Benditos desganados todos ellos, santos flojos. No despilfarraron una molécula de combustible en esa zona del campo donde el gol, para ser fecundado, necesita caudal justo, que no chorros.

A mí, ese tipo de peloteros, por mucho que la grada les chille la indolencia, jamás me la sudó.

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