Por Sole Leyva
Si tuviéramos que elegir a un personaje del fútbol español que se parezca a Tony Soprano, el capo de New Jersey, tendría que ser Jesús Gil y Gil sí o sí. Son muchas las analogías entre ambos. Líderes de la manada. Poderosos. Caprichosos. Carácter irascible. Fajos de billetes en los bolsillos. Anillacos. Grandes mansiones. Procesos judiciales abiertos. Tendencia a llegar a las manos con quien sea. Y hasta un caballo. Los dos lo tenían -Imperioso, el de Gil, cómo olvidarlo-. Hablaban con él. Lo amaban casi como a un hijo.
Podríamos seguir, pero el prota de está historia no es Gil, es el mafioso Tony Soprano y el fútbol. Que David Chase, creador de una obra maestra sobre la Cosa Nostra, contextualizara en el mundo del soccer -como EEUU lo llama- un abuso a una menor no me parece casual. Pese a su lento pero progresivo crecimiento de seguidores en EEUU, el fútbol sigue siendo un deporte minoritario al otro lado del charco. No tiene grandes audiencias. No se venden camisetas a toneladas. Está relegado al banquillo. A pocos americanos les chocaría que en ese raro deporte europeo donde dan patadas a un balón haya pervertidos.
Si Anthony Soprano Jr. juega al rubgy y a su padre se le cae la baba, con el fútbol de su primogénita Meadow no le pasa lo mismo. No parece entenderlo del todo. Cuando se entera de que una de las compañeras de equipo de su hija, de 15 años, ha intentado suicidarse tras tener sexo con el entrenador, sale la peor versión de Tony Soprano. Quiere castrarlo. Hacerlo sufrir. Y luego matarlo. Es el único modo de actuar que él conoce. La Justicia y los tribunales son para otros.
Su ingenuo y por ello legal amigo Artie Bucco, el cocinero, le intenta hacer cambiar de idea. Tony, ya padrino in pectore, se siente insultado por la insistencia de Artie. Y como Gil hizo con Caneda, el presidente del Celta de Vigo -"Has insultado a los votantes de Marbella"-, le arrea una buena tarascada en la cara. Nadie cuestiona sus decisiones.
Al final, Tony accede y deja que denuncien al entrenador. No sabe muy bien lo que ha hecho, se ha lanzado al vacío y está perdido. Se emborracha. En plena tajada ve en televisión que al profesor lo han detenido. Al llegar a casa su borrachera es otra. De felicidad, de un tipo desconocido: hacer Justicia dentro de la Ley , sin cruzar la frontera criminal por la que tantas veces opta. Agarra a Carmela, se la arrima al pecho y baila agarrado a ella. No hay música. Está en su cabeza.
El soberbio capítulo acaba con un plano cenital en el que Tony cae desplomado en el sofá, con la sonrisa en la boca, casi inconsciente. Una extraña emoción te sacude el cuerpo. Es el mafioso humanizado. Entiendes sus contradicciones, su lucha por mantenerse firme en su tramposo y maquiavélico modo de vida, y su inesperada victoria tras no hacerlo. Te sientes cercano a él. Hay algo que te atrae, te subyuga, te crea empatía aunque desprecies su modo de vida. Acabas teniéndole cierto cariño. Pero reitero, este post no iba de Jesús Gil.
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domingo, 12 de abril de 2009
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