jueves, 23 de abril de 2009

"Voy a soñar con esta carne"

Por Sebastián Dulbeca
De los próximos fichajes madridistas lo sabemos todo: marca del neumático de repuesto, asistencia a misa, ubicación de su próxima tienda, orgasmos fingidos... Curiosamente, aún es un misterio lo que engullirán tras la lechuga aliñada y el arponazo de macarrones.

Eso que gana el indestronable restaurante El Bulli al estar a 200 kilómetros de Barcelona y abrir sólo la mitad del año. En cambio, el bufé oficioso del último Real en versales fue su archienemigo en la capital: Santceloni. Cocina fusión (¿fashion?) frente a la grasaza que lubrica malamente tanta tertulia futbolera.

Desplazadas a escasos metros del Bernabéu Castellana abajo; segregadas del común de los mortales por un menú de más de 150 euros, las estrellas de Florentino satisfacían sus paladares mientras manchaban el mantel de revelaciones y complicidades. Amortiguadas, eso sí, por el sonido de los cubiertos y el celo propio de un personal que replicaba con profesionalidad las medidísimas salidas de tono del dueño, Santi Santamaría.

Se entiende así que jamás fuese noticia que Beckham (buen degustador de la tabla de quesos; Victoria optaba por la merluza a la plancha) y Alejandro Sanz compartieron comanda y después quién sabe si fiesta a propuesta del manager del cantante. O que escapara del dominio público el conciliábulo en plan Operación Galaxia (valga la redundancia) celebrado en cierta ocasión por Raúl y Figo. Casillas, Helguera y Zidane, tímido hasta para pedir el agua, iban más por libre. Como Martinsa, que tanteó allí mismo a Enrique Cerezo la compra de los terrenos del Calderón.


Aunque entre tanto esplendor en la mesa la anécdota más jugosa la protagonizó Ronaldo. Poco después de escenificar en París su célebre no boda, apareció con su nueva hembra en el reservado del local. Leer la carta les llevó poco tiempo. Pidieron cinco platos por cabeza (jarrete de ternera para terminar). Él -¡por supuesto!- declinó el plan. La sorpresa vino casi a la hora de la factura.

Con el siguiente partido. Con otra fiesta de cumpleaños. Con una reserva en el vecino Hesperia. Con las mil cosas que el brasileño podía tener en ese momento en la cabeza, y tras sacar del bolsillo 6.000 euros en billetes de 100 y 50, comentó:

-Ha estado todo muy bien. Voy a soñar con esta carne.

Ya en el parking fue preparando el terreno. Conducía ella.

Safari al revés

Ahora toca reencontrarse con la imagen congelada de Ronaldo en la vuelta de las semifinales del Campeonato Paulista: 0-2 frente a Sao Paulo y final contra el Santos el domingo. Ojos de feliz digestión (al cuerno ese otro michelín sin guía). Boca con la anchura exacta de gol (seis dentelladas desde su reaparición con el Corinthians). Brazos en aspa (inválidos dentro del área y doblemente diestros entre platos). Asistencia y gol tras galopar a 36 km/h. La manada de nuevo tiene hambre. Y apunta a Sudáfrica.

Sería su quinta aparición en la fase decisiva del gran juego cuatrienal. Una proeza reservada a usureros de su propio cuerpo: el mexa mexicano Antonio Carbajal (1950-1966) y el todocampista teutón Lothar Matthaus (1982-1998). Un prodigio acientífico en el caso de un definidor feliz en el exceso.

No hace mucho era un convaleciente. La llamada de la Selección parecía remota. Su silueta de crack que tres veces hizo crack causaba rechifla. ¡Como si en el Brasil de Dunga sobrase talento! Ahora esas rodillas con cremallera soportan buena parte de las aspiraciones verdeamarillas.

Suerte que el máximo realizador (15 tantos) en la historia de los Mundiales siempre quiere más. Lo mismo otro plato que el enésimo desafío.

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