Por Lola Dirceu
Empecemos con las coordenadas temporales y espaciales, como los malos redactores que no saben cómo darle al start de la escritura: 31 de agosto de 2008, estadio de Los Pajaritos; el recién ascendido Numancia abre la primera jornada de Liga contra el Barça; al timón blaugrana, un bisoño Pep Guardiola vestido de marca y de dudas. De entrada, y por decisión suya, en el césped ya no crece la mala yerba que sembraron Ronaldinho y Deco. Inquietante…
La prensa catalana miraba con lupa el estreno del dandi de Santpedor, con un currículo de entrenador como si a un novato con la L le dan el coche de Jenson Button (difusores incluidos). Enfrente, ya se sabe, el Numancia y toda su retahíla barata de símiles más sobaos que una poligonera asomando tanga; que si Viriato, que si irreductibles como galos, que si un presupuesto que no da ni para marcas blancas del Ahorramás… Rueda el balón, pasan los minutos y la muralla no cae. El Numancia se parapeta atrás, se afana en los marcajes y espera que suene la flauta. Y sonó.
Un balón traído por el moncayo se lo come al unísono la defensa del Barça, Valdés y su guitarra incluidos. Perita en dulce que fue transformada en volea en el minuto 12 por un muchacho llamado Mario Martínez. Hasta aquí todo normal a no ser porque era el primer soriano que mojaba en Primera División, el zagal que a sus 23 años cuenta con la nómina más baja de la categoría, un muchacho que vivió detrás de la portería pajarita (gradas supletorias por aquel entonces) aquella histórica eliminatoria de Copa frente al Barcelona en 1996 dándole al bombo con sus colegas del Frente Rojillo. Venganza consumada.
Ayer, echado el telón de la Liga, el bucle de las 38 jornadas se tornó amargo para Mario. El Numancia, su Numancia, bajó a Segunda, él fue sustituido en el minuto ochenta y tantos y unos tibios aplausos acompañaron su camino a los vestuarios. Nada que ver con aquella semana en la que tiró por el váter la puesta de largo de Guardiola.
A su madre, dependienta en una tienda de ortopedia, le llegaron muchos paisanos a felicitarla por el gol de su cachorro y, de paso, le pedían nuevas prótesis para Puyol, Márquez y demás defensas cantarines. A su padre, histórico del Numancia que nunca saboreó las mieles de Primera, el móvil le echaba humo. En el Mesón El Ventorro, las rondas corrían en honor al chaval; en la tienda de deportes Hortelano recortaban las fotos del Marca donde se le honraba con generosidad tipográfica, toda Soria se congratulaba del paisano…Y la prensa catalana echaba a la hoguera al inexperto Guardiola. Grandes pitonisos los que aventuraban un destino fatal para Pep.
“No puedo dar un paso sin que la gente me felicite”, señalaba Mario al diario As en feliz resaca. Pasados ocho meses, la elipsis ha traído a Guardiola Copa, Liga y Champions. Mario no volvió a marcar más en toda la temporada, y quizá jamás regrese a Primera (tiene contrato con el Numancia hasta 2011). Siempre le quedará un orgullo de haber dado una pedrada en la cara a aquel Goliat que aún no había dado el estirón. Si alguna vez están justificadas las batallitas, Mario tiene una muy gorda que contar a sus nietos.
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