Por Naara Rudá
“Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. El problema es que, en el fútbol, el pasaje bíblico no funciona, pues Cesar y Dios pactan en nombre del espectáculo. Sueldos descomunales conviven bastante bien con goles ofrecidos al Altísimo. Y ese es, sin duda, el caso de Kaká.
El jugador brasileño, el principal nombre de su selección para la Copa de las Confederaciones, acaba de ser vendido al Real Madrid por 65 millones de euros. Sin embargo, no deja de ofrecer todos sus goles a su Dios. Kaká, o Ricardo Izecson Santos Leite, es un buen marido, hombre y deportista.
Siempre que puede resalta que se casó virgen y pretende convertirse en obispo tras su jubilación. En 2007, tras ganar el trofeo de mejor jugador del mundo, lo llevó a la sede de la Iglesia Renacer en Cristo, en São Paulo. Sus aportaciones monetarias también fueron importantes y ascendieron a los 200.000 euros, solamente en mayo del año pasado.
En estas ocasiones, el hombre usa lo que es de Cesar –la plata– para agradecer a Dios. Pero otros hacen el movimiento inverso. Los fundadores de la iglesia de Kaká, Estevam y Sonia Hernandes, usan lo que debería ser de Dios para crear metales de Cesar y luego llenar sus propios bolsillos.
La fiscalía brasileña afirma que ellos “explotan la fe religiosa de otras personas y realizan negocios ilícitos que encubren con actividades filantrópicas”. En los juzgados de São Paulo se han enfrentado más de 100 denunciantes por irregularidades laborales, falsedad ideológica y lavado de dinero. Pero Brasil no logró capturarles. El matrimonio supo huir a tiempo y esconderse durante los dos últimos meses de 2006. En diciembre de ese mismo año, lograron un recurso de amparo que cancelaba su prisión preventiva y, en enero de 2007, se marcharon a EE.UU.
Su intento de salvarse y su castigo vinieron del mismo lugar: la Biblia. Es decir, de los dólares que Estevam y Sonia llevaban escondidos dentro de la cubierta de su libro sagrado. Tenían un total de 56 mil dólares, pero sólo habían declarado 10 mil. Resultado: la cárcel. Después de culpar su “dificultad con el inglés” por lo ocurrido, el matrimonio asumió la culpa y recibió una sentencia de 140 días de prisión, pero en períodos intercalados que les permitiera cuidar a su hijo.
La condena se acabó en junio del año pasado, y la Iglesia Renacer sigue funcionando como si nada hubiera pasado. Para su fiel más ilustre, Kaká, ser creyente le valió una investigación por la justicia italiana. Fue citado al Núcleo de Policía Tributaria de Milán, para explicar el envío de los ya mencionados 200.000 euros. Pero toda la transacción fue legal y el jugador no tuvo mayores problemas.
En realidad, la aportación de Kaká es tan transparente como las donaciones de los millones de brasileños creyentes de la Iglesia Renacer. Fieles, esos que con sueldos muy distintos al de Kaká hacen malabarismos para sobrevivir y aún dejan diezmo para la iglesia a finales de cada mes. Creen que practican la caridad, pero sin saberlo, alimentan los impulsos cesarianos de los obispos.
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