Por Sole Leyva
En Yoff, una barriada en las afueras de ese puzzle de barriadas que es Dakar, la capital de Senegal, en cuyos mercadillos las falsificaciones de las zamarras del Madrid y Barcelona valen cinco euros al cambio -con un poco de barro impregnado, eso sí-, vive el padre Joaquín, un salesiano de un pequeño pueblo de Zamora, que hace dos décadas cogió los zarríos y se marchó a África de misionero. Lo que en principio se planteaba como misión religiosa pronto adquirió visos más humanitarios.
Desde que se asentó en Dakar, el padre Joaquín, achaparrado y directo, trata de educar a las jóvenes generaciones en la lucha contra el Sida, la ablación y la malaria. Su mejor arma contra el VIH, tras los condones, es sorprendente: el fútbol.
En este país que vio nacer a Diouf y Keita, donde el 40% de la población es analfabeta, aprender a leer, tener nociones de cálculo, conocer la importancia de la higiene y cómo prevenir, es como tener un fondo de pensiones en un banco suizo. Atraer a las clases a los jóvenes, sin embargo, es chungo. Los chavales prefieren apurar sus primeros años de adolescencia en las calles, buscándose la vida, o aprendiendo un oficio con apenas ocho años.
Pero el fútbol, como en muchos países de África, es una atracción irrefrenable para la chavalería, que sigue con pasión a 'Los Leones', aquella sorprendente selección que batió a su conquistadora Francia en el partido inaugural del Mundial de 2002 -la celebración de aquella victoria acabó con numerosos muertos en Dakar-. "El fútbol es una manera de atraerles, de que vengan a clase", explica este salesiano, única mota blanca en la negritud de este barrio de Dakar, muy cercano a la playa donde frecuentemente varan ballenas, entre mugre y plásticos esparcidos por la arena.
El padre Joaquín les atrae con el fútbol, les organiza entrenamientos y competiciones, y aprovecha que se los mete en la saca para introducirles en el catolicismo y enseñarles a leer, cubriendo con una ligera patina de conocimiento esa ignorancia que les convierte en uno de los países africanos con una de las tasas más altas de infectados por Sida y un número altísimo de casos de ablación. La educación es el mejor antídito contra esa tradición ancestral de sajar los genitales femeninos a las chicas con 12, 13 o 14 años.
Las decenas de niños que van a la escuela, flanqueada por un enorme campo de fútbol de arena con montículos y hoyos como si fuera una playa, tienen los ojos grandes y nunca te piden dinero, ni siquiera caramelos. Te extienden la mano como signo de amistad. Como mucho te piden que les saques una foto para poder verse luego, entre risas. Conocen la Liga española, a sus jugadores, al detalle.
"Yo quiero jugar en el Real Madrid, pero ahora soy del Atlético, no tiene mal equipo, Simao, Kun Agüero", decía en francés el verano pasado Omar, de 16 años (en la foto), al que la Fundación del Atlético de Madrid le había regalado la camiseta de Colsa (vaya tela, sí, pero al menos era la oficial) durante una expedición al país de jóvenes adolescentes de la Comunidad de Madrid. Los chavales madrileños se descalzaron las botas de montañero y jugaron un partido mezclados con los locales, unidos también por el otro profiláctico contra el Sida.
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lunes, 15 de junio de 2009
En fútbol, condón contra el Sida en África
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