El Steaua de Bucarest llevaba un lustro desafiando al fútbol occidental. Había vencido contra pronóstico al Barça en la final continental (1986), lo que le convirtió en el primer equipo del bloque comunista en ganar la Copa de Europa. Intentó repetir tres años después, pero fue barrido por el Milán de Sacchi. Nada sería igual.
A primeros de enero de 1990, el ministro de deportes rumano, Mircea Anghelescu, prometió que los mejores jugadores del país, entre los que se encontraban los luego españoles Hagi y Lacatus, podrían jugar en el extranjero. La presión era muy grande. L'Equipe había desvelado el drama del fútbol rumano con una serie de artículos. El país asistía al fin de una era. Una semana antes, Nicolae y Elena Ceaucescu eran ejecutados tras ejercer un control absoluto sobre Rumanía durante décadas.
Valentín era un hombre extraño. Estudió Física en Reino Unido con una beca gubernamental que sólo tuvo una convocatoria. Las malas lenguas de Bucarest decían que era adoptado. Cometió el error de casarse con Irina Borila, historiadora de arte de origen judío e hija de un ministro. Elena Ceaucescu odiaba tanto a su nuera que mandó destruir la facultad donde había estudiado.
Este infeliz, atado a una jaula de oro y a unos conflictos familiares a lo Falcon Crest con hoz y martillo, tenía una obsesión: el fútbol. Valentín se hacía llamar presidente de honor del Steaua. En el año de mayor gloria del fútbol rumano, 1986, el Dínamo osó hacer sombra al Steaua y peligraba el campeonato. Según declaró Mircea Lucescu, entrenador del Dínamo y seleccionador nacional, Valentín le obligó a retirarse del banquillo de su club. "Si te resistes, mañana desencadenaré una campaña de prensa contra ti". Por supuesto, aquella temporada el Steaua ganó la liga.
Durante años, su equipo estuvo imbatido en el campeonato rumano. Este presidente entraba en los vestuarios, prohibía salir a determinados jugadores a competir al extranjero y manipulaba resultados. Años después se supo que los contrarios salían relajados para no cabrear al Hijísimo.
L'Equipe también desvelaría el fraude de la última final de Copa ceaucescuniana. El Dinamo de Bucarest (equipo de la Securitate, la polícia secreta local) empataba a uno con el Steaua, cuando el vigente subcampeón de Europa marcó en fuera de juego a tres minutos del final. El árbitro anuló el tanto. Valentín Ceaucescu ordenó inmediatamente que su equipo se retirara.
Obviamente el Dinamo recogió la Copa por incomparecencia de su rival. Al día siguiente, la Federación Rumana proclamaba al Steaua campeón por 2 a 1.
FNF no ha averiguado qué pasó con el árbitro. Esperamos que no acabara en el Danubio.
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