Por Halftown
El 15 de mayo de 1991, es decir hace la friolera de dieciocho años y unos días, el Manchester United y el FC Barcelona se veían las caras en una final europea. La cita, en Rotterdam. El título en juego: la ahora difunta Recopa de Europa.
Después de dos décadas de mediocridad, el Manchester United empezaba a recuperar el orgullo. Aquel 1991, y entrenado por un Ferguson entupetado en la época, el United venía de una temporada con mejor juego que resultados: en liga, había quedado sexto, dos puntos por detrás de sus vecinos del City, y en Copa de la Liga, pese a haber machacado al Arsenal 2-6 en Highbury, había caído en la final contra el Sheffield Wednesday de segunda división. Su camino a la final de Rotterdam había sido más sencillo de lo esperado: Montpellier y Legia de Varsovia habían sido sus rivales en cuartos y semifinales.
El Barça de Cruyff era un equipo que empezaba a hacer soñar a los culés después de una sequía importante. De la misma manera que el Pep team de este 2009, se acababa de imponer con comodidad en Liga después de cinco títulos seguidos del Madrid de la Quinta del Buitre. En las rondas previas se había deshecho, con más épica que magia, de Dínamo de Kiev y Juventus. En la eliminatoria con los italianos, Zubizarreta había recibido una tarjeta que le inhabilitaba para la final, lo que dejaba la portería blaugrana en las manos del mismísmo Carles Busquets, padre del actual medio del Barça.
El United salió al campo con camisetas Adidas blancas con rayas rojas, una especie de negativo de la equipación del Liverpool, y sin publicidad. El uniforme del Barça eran unas camisetas Meyba azul eléctrico espantosas y el pantalón habitual azul marino, que para más INRI muchos jugadores se ajustaban por encima del ombligo.
Cruyff sacó su equipo tipo, con las dos notables ausencias del lesionado Stoitchkov y el ausente Zubi, lo que significaba tener a los pantalones largos de Busquets bajo palos y al futuro yernísimo Angoy en el banco.
El partido en sí no quedará para la historia del fútbol. Después de una primera parte de mutuo respeto, en el minuto 67 Mark Hughes empujaba a la red un cabezazo de Steve Bruce, con media salida de Busquets incluida.
Siete minutos más tarde, un pase genial de Bryan Robson dejaba a Hughes mano a mano con el suplente de Zubi, y el segundo del United subía a los LED del electrónico de Rotterdam.
En el 78, una falta lejana fue convertida por Ronald Koeman, de la misma manera que lo haría un año más tarde, en Wembley, para darle al Barça la primera Copa de Europa de su historia.
En el verano de 1991, poco después de ese partido, el ManU empezó a cotizar en Bolsa. En los culés, la siguiente pretemporada se incorporó a la primera plantilla un chavalito delgado llamado Pep Guardiola. Aquella noche holandesa, el United se llevó el trofeo a casa, pero para ambos clubes supuso un punto de inflexión que les lleva, casi dos décadas después, a encontrarse en otra final europea.
El 15 de mayo de 1991, es decir hace la friolera de dieciocho años y unos días, el Manchester United y el FC Barcelona se veían las caras en una final europea. La cita, en Rotterdam. El título en juego: la ahora difunta Recopa de Europa.
Después de dos décadas de mediocridad, el Manchester United empezaba a recuperar el orgullo. Aquel 1991, y entrenado por un Ferguson entupetado en la época, el United venía de una temporada con mejor juego que resultados: en liga, había quedado sexto, dos puntos por detrás de sus vecinos del City, y en Copa de la Liga, pese a haber machacado al Arsenal 2-6 en Highbury, había caído en la final contra el Sheffield Wednesday de segunda división. Su camino a la final de Rotterdam había sido más sencillo de lo esperado: Montpellier y Legia de Varsovia habían sido sus rivales en cuartos y semifinales.
El Barça de Cruyff era un equipo que empezaba a hacer soñar a los culés después de una sequía importante. De la misma manera que el Pep team de este 2009, se acababa de imponer con comodidad en Liga después de cinco títulos seguidos del Madrid de la Quinta del Buitre. En las rondas previas se había deshecho, con más épica que magia, de Dínamo de Kiev y Juventus. En la eliminatoria con los italianos, Zubizarreta había recibido una tarjeta que le inhabilitaba para la final, lo que dejaba la portería blaugrana en las manos del mismísmo Carles Busquets, padre del actual medio del Barça.
El United salió al campo con camisetas Adidas blancas con rayas rojas, una especie de negativo de la equipación del Liverpool, y sin publicidad. El uniforme del Barça eran unas camisetas Meyba azul eléctrico espantosas y el pantalón habitual azul marino, que para más INRI muchos jugadores se ajustaban por encima del ombligo.
La estrella, Hughes
Los ingleses sacaron un once de transición entre el equipo gris de los 80 (Robson, McClair) y el dominador de los 90 (Ince, Irwin, Sharpe). La gran estrella de la temporada estaba siendo el delantero galés, ex del Barcelona de la triste época de Venables, Mark Hughes. Hablando de galeses, al fondo de la plantilla del United aparecía ya un extremo zurdo todavía menor de edad llamado Ryan Giggs.
Cruyff sacó su equipo tipo, con las dos notables ausencias del lesionado Stoitchkov y el ausente Zubi, lo que significaba tener a los pantalones largos de Busquets bajo palos y al futuro yernísimo Angoy en el banco.
El partido en sí no quedará para la historia del fútbol. Después de una primera parte de mutuo respeto, en el minuto 67 Mark Hughes empujaba a la red un cabezazo de Steve Bruce, con media salida de Busquets incluida.
Siete minutos más tarde, un pase genial de Bryan Robson dejaba a Hughes mano a mano con el suplente de Zubi, y el segundo del United subía a los LED del electrónico de Rotterdam.
En el 78, una falta lejana fue convertida por Ronald Koeman, de la misma manera que lo haría un año más tarde, en Wembley, para darle al Barça la primera Copa de Europa de su historia.
En el verano de 1991, poco después de ese partido, el ManU empezó a cotizar en Bolsa. En los culés, la siguiente pretemporada se incorporó a la primera plantilla un chavalito delgado llamado Pep Guardiola. Aquella noche holandesa, el United se llevó el trofeo a casa, pero para ambos clubes supuso un punto de inflexión que les lleva, casi dos décadas después, a encontrarse en otra final europea.
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