
El 15 de mayo de 1991, es decir hace la friolera de dieciocho años y unos días, el Manchester United y el FC Barcelona se veían las caras en una final europea. La cita, en Rotterdam. El título en juego: la ahora difunta Recopa de Europa.
Después de dos décadas de mediocridad, el Manchester United empezaba a recuperar el orgullo. Aquel 1991, y entrenado por un Ferguson entupetado en la época, el United venía de una temporada con mejor juego que resultados: en liga, había quedado sexto, dos puntos por detrás de sus vecinos del City, y en Copa de la Liga, pese a haber machacado al Arsenal 2-6 en Highbury, había caído en la final contra el Sheffield Wednesday de segunda división. Su camino a la final de Rotterdam había sido más sencillo de lo esperado: Montpellier y Legia de Varsovia habían sido sus rivales en cuartos y semifinales.

El United salió al campo con camisetas Adidas blancas con rayas rojas, una especie de negativo de la equipación del Liverpool, y sin publicidad. El uniforme del Barça eran unas camisetas Meyba azul eléctrico espantosas y el pantalón habitual azul marino, que para más INRI muchos jugadores se ajustaban por encima del ombligo.
La estrella, Hughes
Los ingleses sacaron un once de transición entre el equipo gris de los 80 (Robson, McClair) y el dominador de los 90 (Ince, Irwin, Sharpe). La gran estrella de la temporada estaba siendo el delantero galés, ex del Barcelona de la triste época de Venables, Mark Hughes. Hablando de galeses, al fondo de la plantilla del United aparecía ya un extremo zurdo todavía menor de edad llamado Ryan Giggs.

El partido en sí no quedará para la historia del fútbol. Después de una primera parte de mutuo respeto, en el minuto 67 Mark Hughes empujaba a la red un cabezazo de Steve Bruce, con media salida de Busquets incluida.
Siete minutos más tarde, un pase genial de Bryan Robson dejaba a Hughes mano a mano con el suplente de Zubi, y el segundo del United subía a los LED del electrónico de Rotterdam.
En el 78, una falta lejana fue convertida por Ronald Koeman, de la misma manera que lo haría un año más tarde, en Wembley, para darle al Barça la primera Copa de Europa de su historia.
En el verano de 1991, poco después de ese partido, el ManU empezó a cotizar en Bolsa. En los culés, la siguiente pretemporada se incorporó a la primera plantilla un chavalito delgado llamado Pep Guardiola. Aquella noche holandesa, el United se llevó el trofeo a casa, pero para ambos clubes supuso un punto de inflexión que les lleva, casi dos décadas después, a encontrarse en otra final europea.
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