domingo, 3 de mayo de 2009

'No kangaroos in Austria', sólo tarta y besos

Por Pedro Sousa
Enviado especial
De Austria recordaba el 9-0 que le metió España en Mestalla, los conciertos de música clásica de Año Nuevo, el piñazo que se metió Jörg Haider con su Mercedes el 11 de octubre del año pasado y alguna banderola pegada en los coches (líneas rectas, por favor, tipo Volvo) de los austriacos playeros que visitan España.

Me intrigaba saber cómo sería un país lleno de austriacos playeros, el mismo país en el que España tocó la gloria y yo pude verlo en mi casa. Se nota que no ganaron ellos. Las empresas, las galerías, los aparcamientos, las calles periféricas... parece que han cerrado o están a punto de hacerlo. Puede pasar una hora sin que entre nadie a un supermercado y es fácil ver calles de 300 metros sin un solo bajo comercial. En todo esto encuentro gran parecido con el Berlín de hace cuatro años. De hecho, las referencias entre ambas ciudades son constantes.

Puede que Viena y Austria tengan un problema de identidad. Así, por encima, Austria parece un país perfectamente anexionable. Cierto que las calles del centro están más animadas, la comida no es tan cara (o en España lo es demasiado) y algunos pubs se ponen hasta arriba de gente bebiendo cerveza. Los austriacos son serios y no les gusta mucho la gente de fuera. Hablan bajo o no hablan. Un andén del metro en silencio, un aeropuerto callado. Camisetas con el lema No kangaroos in Austria triunfan entre el turisteo, copado por japoneses, italianos y alemanes.

Sorprende que se haya puesto de moda el mismo perfume entre los autóctonos, notas intensas, agradables emanaciones tirando a amargas, precisas, pero saturan cuando en un par de días adviertes que todos los vieneses, niños, mujeres y hombres, se rocían el cuello con la misma pócima.

Hay un lado muy bueno, interesante. Puedes ver la Stephansdom, aunque si te vas de Viena sin verla tampoco ocurre nada. Puedes ver el Hofburg, el Belvedere, el Palacio de Schombrüm, la Staatopera, el Museo de Bellas Artes o montarte en la noria de El Tercer Hombre y sentirte Harry Lime por unos instantes (featuring John Wyatt).

Pero si tuviera que escoger un monumento no sabría con cuál quedarme. No hay que tirar monedas a una fuente de mármol ni subir en ascensor a lo más alto de una torre de acero. Los únicos tópicos de Viena son la sachertorte (tarta de chocolate) y El Beso de Gustav Klimt, y con ambos puedes deleitarte sin sufrir ningún colapso.

Para los españoles hay otro tópico desde junio y tiene nombre de jugador austriaco: Ernst Franz Hermann Happel. Y ahí no vale nada de lo de arriba, porque el Ernst Happel está en el Prater de Viena pero podría estar en cualquier otro rincón de Europa. El campo asoma perdido en un mar de bosques y praderas regadas por el Danubio. Un óvalo resplandeciente con estructuras de acero en lo alto que huele a césped y ha comenzado a segregar historia. El ejemplo de cómo un gol puede convertir un conglomerado de hormigones y hierros en templo.

Por algún sitio estarán grabados un 0-0 con penaltis, un 3-0 y un 1-0 con copa. Ahora sólo hay silencio. El Ernst Happel respira convertido en monumento, ahí, anclado en la historia del fútbol y con el contador sumando años. A dos horas de peregrinaje del centro del Viena, aunque haya una línea de metro que llegue hasta la misma puerta. No hay alergia al polen que te pare. No ladran los perros. No hay alemanes mirando. Hasta aquí, señores, hay que llegar caminando.

1 comentario:

  1. ¡Vamos España! La historia de España estará vinculada para siempre al Ernst Happel de Viena. Tenemos un nuevo destino que visitar. Enhorabuena por el blog!!!

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