martes, 9 de junio de 2009

El mote hace al delantero


Por La KSB
Lo primero que hacen los jugadores argentinos para convertirse en promesas, y costar lo que una, consiste en: uno, parecerlo; dos, hacer que les pongan un mote y, tres, conseguir que Maradona los declare su sucesor. La teoría de mi amigo Manu -el autor del razonamiento- es tópica, pero tiene buena puntería; muy pocas veces falla.

Algo en la balada imaginaria de Villafiorita hace suponer que hay que tener suficiente rabia para patear un balón y lograr que el gol pase de espejismo a melodrama. Untado por la gloria, el futbolista, héroe descastado, pasa a ocupar ese lugar que separa la cancha del resto del mundo. Desde ahí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Eso dicen las páginas del libro que Maradona ha escrito en la cancha y cuyo primer capítulo podría titularse Los dioses también se joden (Juan Villoro dixit). O mejor dicho, los dioses también nacieron jodidos.

Hasta ahí, la balada de Villafirotita parece clara. Pero no basta con ser el héroe. Hay que vivir como héroe y llamarse como héroe. Al prócer es necesario también corearlo y bailarlo, como bailan los pueblos a sus santos.

En ese terreno, los futbolistas argentinos glosan su propia épica –el pelusa, el burrito Ortega, la pulga-. Una epopeya arrancada del arrabal y el corralito. Una pila bautismal tocada por el populismo intravenoso -y otras herencias peronistas- a la que vale la pena incorporar una nueva entrada.

Hijo de la pampa

Brian Sarmiento (Rosario, Argentina, 1990) es un volante zurdo de poca altura (1,63 metros), capaz de hacer las veces de media punta. Su pelo negro, azabache para más señas, lo emparenta con la genealogía de la pampa, aunque él dice parecer un gitano de Xérez.

A sus 17, Brian era ya todo un Martín Fierro al que algunos comenzaron llamar “el nuevo Messi”. Fiel al protocolo del halagado, el futbolista prefirió quitarse el augurio a sombrerazos -“No soy como Messi, esa es una morcilla pesada”- y concentrarse en lo suyo: salir de donde estaba.

A punta de patadón, dejó de ganar 150 euros al mes en el Estudiantes en Argentina, pasó a la alineación del Racing y de ahí al Xérez, su actual Club. Desde entonces, Brian se hace llamar Curro, Currito Sarmiento o Currito de Xérez. Su aspecto indio, gitano insiste él, lo coloca en una gesta aún más colorida en la que el mote, insisto, juega un papel fundamental.

Que algunos le llamen Machu Pichu desde la tribuna es algo que a este chico con nombre de jugador de la NBA y apellido de Facundo, el Domingo Faustino de Carrascal, no termina de gustarle. Pero, ¿cómo, si hasta baila bulerías ahora que el Xérez asciende a primera?

Aunque Currito lo intente, algo en sus palabras lo devuelve al lugar de donde salió: esa cantera del pelotazo en el que la lucha por la supervivencia es también política (y jactanciosa).

“Con mi papá teníamos que salir a buscarnos la vida, vendiendo lo que teníamos: mi bota. Ahora, las botas las regalo yo”, declaró Brian Currito Sarmiento de Xérez a una reportera de los informativos de Antena 3 el fin de semana en que se especulaba con el ascenso del Club a primera.

Aunque menor, si se quiere, contemplo la escena como si de otro episodio operístico argentino se tratara, otro tango de esos que Borges odiaba –a Funes no le gustaba jugar al futbol- y que a la grada fascina. No en vano, Maradona escogió el Nápoles, a los pies del Vesubio, para poner fin a su carrera… Es la balada imaginaria de Villafiorita, sonando a toda mecha en los altavoces de mi televisor.

4 comentarios:

  1. Muy buena historia la tuya. Pero me temo que será otro Matigol, es decir, pirotécnia sin futuro.

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  2. Grande KSB. Un admirador...

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  3. Eso de que Maradona escogió Nápoles para poner fin a su carrera, ejem ejem... Su verdadero balneario fue Sevilla. La tierra se la echaron en Boca...

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  4. Me gusta tu forma irónica de escribir....y si, realmente es indispensable el Mote.

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